En Argentina lo que se devalúa es
el pensamiento, las ideas, el respeto
por el otro, la solidaridad, el patriotismo, el sentido de grupo, el valor de la ciudadanía, las leyes,
la constitución, el acuerdo básico de convivencia, la educación, el trabajo, el
salario, la investigación, la cultura. En la Argentina de hoy, lo único que se
devalúa de verdad es la vida y el pensamiento. Se trituran los esfuerzos que
motorizan la esperanza y al futuro se le da una muerte canalla, por sorpresa y
en la espalda.
El texto no pretende ser un alegato, un canto desesperado, una denuncia
desde la rabia. El texto es solo la descripción pormenorizada de los efectos
que tienen en la sociedad, los desvaríos conscientes e inconscientes de los Señores
del Poder. Y los Señores
del Poder no son una entelequia en la mecánica del razonamiento. Los Señores
del Poder son los dueños
económicos de Argentina. Ellos y su personal administrativo. Ellos y su
ejército de alcahuetes. Los Señores del Poder son los dueños y
administradores únicos de la moral imperante y admitida como válida, como
única.
La vida cotidiana de un argentino
medio, promedio, normal y corriente, parece que se desarrolla dentro de un
Archivo Histórico Nacional. Vive, muere,
revive, muere y vuelve a vivir los mismos sucesos y procesos desde el
origen de los orígenes. Un argentino de hoy vive en el mismo escenario social,
económico y político que sus padres, sus abuelos y bisabuelos. En las calles de
las grandes urbes (Buenos Aires por ejemplo) se mantiene el ritmo agitado de lo
cotidiano. Pero mentalmente la velocidad es de vértigo. Las decisiones
políticas y económicas que condicionan su vida,
lo dejan en estado de shock.
No se recupera del primer golpe,
que ya tiene frente a sí el segundo. Y antes que pueda sacudirse el dolor de
los dos primeros, ya tiene en la nuca el tercero. Y el cuarto al abdomen. Y el
quinto a la nariz. El argentino medio, corriente y normal de hoy, tiene el
pensamiento herido, tal vez sangrando. Tiene el pensamiento desmayado por los
golpes. El argentino de hoy no puede pensar. Porque los Señores del Poder lo han
aplastado con normas y medidas sociales y económicas. Le han impuesto el miedo
y la incertidumbre a las horas de su día. Han dejado su futuro entre
paréntesis. Le han advertido que debe tener esperanza, está obligado a tener
esperanza. Pero lo han remarcado que no
puede ser su esperanza, la de su familia, su grupo de pertenencia. No puede ser la esperanza que se cuece en el amor o la esperanza de sus
hijos. Está obligado a tener esperanza en el éxito de los Señores del Poder. Esos
que miran por el bien de todos, empezando por sí mismos. Esos que cuidan la
moral y los valores de todos, empezando por imponer la propia a rajatabla y sin
chistar.
El argentino de hoy lleva meses
escuchando las noticias que antes – en otras décadas, en otro tiempo, con otros
Señores
del Poder – escucharon sus padres. Y antes ya habían escuchado sus abuelos
y bisabuelos. Se les habla de trabajo digno, al tiempo que reciben noticias de despidos. Se les habla de hacer
esfuerzos económicos, al tiempo que se les van vaciando los bolsillos. Se les
habla de nuevos rumbos y un nuevo país, al tiempo que las relaciones sociales y
laborales retroceden en siglos. Se les habla y promete de todo, al tiempo que
se van quedando sin nada.
Todas esas generaciones desde 1890
hasta hoy, han escuchado el mismo reclamo y el mismo pronóstico: “si
somos capaces de unirnos, trabajar duro y con la mirada puesta en nuestro
objetivo, en 20 años tendremos un nuevo país, una nueva sociedad”. Los más longevos tienen el privilegio de
escuchar el mensaje varias veces en su vida personal y laboral. Es el caso de
mi padre, que empezó a trabajar a los 14 años y murió a los 92. Todos
ellos, todas esas generaciones, vivieron
siempre en la promesa y el esfuerzo, jamás en los hechos y en la realización.
Los Señores del Poder nunca
tuvieron más proyecto que un Discurso. Jamás se `propusieron
construir nada. Prueba de ellos es que Argentina entra en una profunda crisis cada 15 o 20
años. Es algo así como licuar, absorber o diluir el esfuerzo colectivo de una
generación. A esos procesos agudos se los llama Crisis Económica y tiene en la Devaluación de la Moneda su expresión. Algo así
como la fiebre que denota una infección en alguna parte del cuerpo. Tras siglo
y medio de búsqueda, no se encuentra la infección ni sus causas. Todo indica
que las verdaderas razones de la enfermedad son los Buscadores de las Causas,
personajes afectados de un mal endémico del sistema: Son adictos a la acumulación del
esfuerzo colectivo en beneficio propio.
En este perfeccionado sistema
creado, ordenado, administrado y controlado por los Señores del Poder, las
noticias (aún los chimentos o sobre todo) son parte fundamental del engranaje.
Vuelan los informes sobre devaluación del peso, la gente recibe a diario
decenas de consejos útiles para afrontar la crisis, recomendaciones diversas
para proteger inversiones, sugerencias
para apuntalar el futuro, toneladas de breves inquietudes sobre qué hacer para
no alterar la vida. Todo confluye en agudizar el panorama de crisis, al tiempo
que se van desmantelando las principales estructuras de la sociedad. Esas
estructuras que construyó la misma sociedad con
su esfuerzo, para beneficio de todos. Esas estructuras que garantizan
que las personas puedan trabajar, estudiar, resolver sus problemas de salud,
instruirse, investigar, pensar, planificar un futuro propio y tener esperanza.
Pero no cualquier esperanza, sino la suya propia, la que fue capaz de imaginar
y se siente capaz de construir. Porque ser
artífice del propio futuro, forma parte de tener esperanza.
Mientras a la sociedad se la
mantiene ocupada con las noticias de Crisis y Cómo Salir de la Crisis,
en realidad se la está llevando como un zombi a la peor de las crisis que una
sociedad pueda tener. Esas crisis en donde sus miembros dejan de pensar, dejan
de estudiar, se curan como pueden, se alimentan con lo que tienen a mano, no
planifican más allá de siete días y el mejor futuro que pueden imaginar es el
de tener fuerzas para seguir creyendo que algún día, tendrán futuro.
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Imagen de autor desconocido, tomada
de Pinterest. Se atribuye a André Kertész, pero tengo mis dudas.