martes, 31 de diciembre de 2019

CARTA AL TERCO AÑO NUEVO


Todo el mundo le pide algo al Nuevo Año, entonces pienso:
¿QUE LE PUEDO PEDIR YO?
Estoy un poco cansado de pedirle a este terco, sordo y poco reflexivo llamado "Año Nuevo". Parece que hablamos idiomas diferentes o no me explico bien o no me quiere entender o vaya uno a saber qué corno le sucede, para que todos los años me obligue a recordarle las mismas cosas.
Así que este año me declaro en situación y estado de RECLAMO CONTINUO.
Me cuelgo el cartel de “Rebelde” y le agrego otro que diga “Continuado”. Como en los viejos cines de barrio de hace tiempo y allá lejos.
Lo que si le advierto a este cabrón que nunca cumple, es que me declaro en mis plenas facultades mentales y re marco que estoy en ESTADO DE MEMORIA ACTIVA Y EFERVESCENTE.
Para demostrarle que no amenazo sino que cumplo, le advierto al "Año Nuevo" y su inconmensurable sordera y apatía, que voy a seguir manteniendo la misma voracidad por el conocimiento que he tenido toda la vida.
A eso le voy a agregar una costumbre que mis nietos han vuelto a poner en mi escena y que yo tenía casi olvidada:
Te advierto "Año Nuevo" que voy a recuperar EL ASOMBRO y LA CURIOSIDAD.
En una de esas descubro porqué todos los años te tengo que repetir las mismas cosas. Ya he aprendido que practicas el deporte de dejar las cosas pendientes para el "Año Próximo".
¡Pero ya lo sabes! No te lo voy a volver a repetir.
Tal vez para Reyes, quizá te haga un recordatorio.
Solo espero no tener que acordarme de todos tus parientes a mitad de año porque - como siempre - vas atrasado en tus compromisos.
¡He dicho y no te lo voy a repetir!
Todos los años, al final de diciembre, repetimos la ceremonia de los deseos, voluntades y compromisos para el año próximo. Por la reiteración de algunos pedidos, pareciera que hay un problema de comunicación entre el Año Nuevo y quienes nos entregamos a él sin remedio. Es un camino inexorable. Quizá la ceremonia, el ritual pagano del calendario, exige nuestras peticiones y que dejemos las incredulidades en algún armario hasta los próximos meses.
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Graffiti, Arte callejero. Imagen de autor desconocido tomada de la Red.  

jueves, 5 de diciembre de 2019

DESNUDOS EN LA IMAGINACIÓN


La  primera vez que un humano se cubrió con un paño de cuero o fibras, no lo hizo por pudor, sino para provocar la imaginación de quien lo estaba mirando.

Tal vez la manzana de la historia bíblica, no sea tal manzana y no haya existido nunca. La famosa serpiente, que tan malos comentarios ha recibido a lo largo de la historia, quizá tampoco sea verdad. Y todo eso, no sea más que una metáfora o alegoría de los deseos generados por un simple acto de prohibición. Tan simple, como potente su poder devastador. Porque abrió la puerta a la sexualidad.

A partir de entonces, el cuerpo no sería jamás el cuerpo que vieron y palparon por primera vez, sino el objeto perfecto para la consumación  del placer inducido por la imaginación. Porque en esta actitud, esta decisión de imaginar, las puertas son tan grandes como el cielo. Todos pueden entrar. Solos o acompañados, de a uno o todos juntos también y al mismo tiempo.  

Quizá el mayor enemigo que tenga el nudismo contemporáneo, no sea el pensamiento moralista tradicional. Los verbos “Sugerir”, “Insinuar”, “Incitar” o “Inducir”, como prólogos al relato interno personal son, sin duda, enemigos mortales de la absoluta desnudez como primer encuentro,  como primera vista, como primer tacto entre las personas.  

El nudismo sin vueltas ni pretensiones especiales, mata de un solo golpe de realidad, todas esas intenciones previas que encienden el sexo. Una realidad formada por líneas y volúmenes concretos, a los que se puede llegar sin preámbulos. Nada sorprende. El asombro es solo un latigazo de luz que se disipa en el instante. No hay historia, no hay relato, no hay expectativa, no hay incertidumbre, no hay miedos.

El desnudo directo, sin estados intermedios, rompe de cuajo con todo eso. Fulmina el pudor. Lo coloca en máxima tensión hasta que estalla. El cuerpo sin sexualidad abandona el primer plano y se naturaliza en el entorno, formando parte de la secuencia de vida diaria, hasta perderse en la intrascendencia. El cuerpo así, es solo un traje, una vestimenta, más o menos sincera, que muestra algunas señales de la vida personal de cada uno. Pero no mucho más. Sin sexualidad no hay ninguna propuesta, indicio ni posibilidad de lectura interior. El cuerpo es un almacén de servicios.

Para restablecer la naturaleza humana, los nudistas ocasionales deberán apelar, entonces, a los sugerentes límites de las dudas sobre lo que se puede  y no se puede, lo que se quiere y no se sabe si se podrá conseguir y en qué momento. Porque hay límites que no son necesariamente prohibiciones. Solo son ejercicios de lectura, elementos de doble filo, obstrucciones que interpelan, desafían, incitan a transgredir.

Abandonar el hecho fáctico del cuerpo expuesto sin más, es una condición necesaria de la condición humana. No hacerlo, es instalarse en el instinto sin pensamiento ni sentimiento. En los cuerpos desnudos la condición humana solo se revela por su capacidad de interpelar.

Sugerir las líneas de interpelación entre los cuerpos, es el primer eslabón de un relato mental de mayor peso que los propios cuerpos. El cuerpo ya no es, entonces, un objeto utilitario sino un instrumento cuyas partes son el instinto, el pensamiento, el sentimiento, lo racional, lo irracional, lo real, lo onírico, lo supuesto y lo concreto.

Ese instrumento llamado cuerpo puede ejecutar así, una partitura que no está escrita, sino que se va escribiendo en un pentagrama de gestualidades.  Sucesiones puntuales, anárquicas y encadenadas de momentos clave que se manifiestan en la movilidad de las manos, el cruce de las piernas, las  diagonales de los brazos sobre el torso, la inclinación de la cara, la movilidad de los ojos, el ángulo entre el cuello y los hombros o la exposición, en giros fugaces y audaces, de una parte esencial del torso. En cada movimiento hay un límite que puede traducirse como prohibición o incitación. Y todo junto produce necesariamente una excitación.

Pero para eso, previamente, hay que pactar la complicidad de los cuerpos, para que ambos sean instrumentos en una misma orquesta. Una orquesta sin dirección, que nunca sabe cuál será la melodía final. La música y la partitura inexistente, la palabra en un relato sin comienzo ni final, la escena en escenarios improvisados y circunstanciales y los actores que no saben si son actores, son apenas las partes visibles de algo más profundo que no se sabe cómo se llama, pero se sabe que solo es posible por la capacidad de imaginar. Sin ella, los cuerpos no son nada.  



Imagen tomada de la red. Se agradece información para consignar la autoría.   

miércoles, 6 de noviembre de 2019

EQUILIBRIOS DESEQUILIBRADOS


Generación tras generación se fue acumulando la idea de  equilibrio. Luego se fueron sumando capas y  capas de ese “Sentido Común”   cargado de instrucciones sobre el orden, el crecimiento y la abundancia. Y más tarde se  naturalizó la idea de que el crecimiento se mide por la acumulación.  Algo así como una abundancia a la enésima potencia. Pero en ese raro sentido común de andar por casa, todo es posible. 
Por el método de reducir explicaciones y  aclaraciones innecesarias, los practicantes de ese “Sentido Común” llegaron a esta conclusión: “Si hay abundancia, entonces hay crecimiento. Si se dan los dos supuestos,  entonces hubo y  hay orden. A todo eso, se la llama equilibrio”.
Así se estableció un pensamiento reducido que, sin ninguna vergüenza, se denomina lógica elemental, En el devenir, se pudo elaborar un método para tener una primera imagen rápida de una persona. Mientras más cosas haya en una habitación, mejor será la economía del habitante. Y mientras más cosas ordenadas, según el criterio racional de orden, mayor será su educación y su cultura. Todo un  ejemplo de vida ordenada, cuando a la rutina cotidiana se le llama vida. Pero no dice nada del pensamiento de ese personaje ordenado.
Pero los equilibrios, a veces pueden desembocar en desequilibrios. Hemos crecido tomando como valor absoluta, que el sentido de pertenencia es igual  que el sentimiento de adherencia. No se puede pertenecer si no se adhiere. Toda oposición – aún aquella que no discute ni contrapone, sino que solo interroga – es condición necesaria para la exclusión. Quien no adhiere, entonces no pertenece. Y si no pertenece, entonces queda fuera, al margen o distante. Al poco tiempo, se le cuelga el cartel de excluido. En esa  grey, los que adhieren con devoción irracional, suelen llegar a dirigente entre los que pertenecen.
No indague, no cuestione, no se interrogue, no reflexione. Siga la flecha, no tuerza ni fuerce el orden. Llegará un día que la abundancia entrará por la puerta  y se podrá sentir satisfecho, por haber sido una persona que ha crecido en este mundo.  Esa es la  idea de equilibrio. El equilibrio solo se alcanza si se practica el sentido negativo de la acción de vivir. Olvídese de los Sí. Mientras respete los No, entonces llegará a la meta. No importa la meta. Los que pertenecen al mundo que usted pertenece, se encargarán de hacerle saber que “ha llegado a la meta”.
¿Por qué el sentido común deriva en meandros del pensamiento y circunloquios,  hasta situarnos en un laberinto sin salida? ¿Por qué a ese camino sinuoso se le llama equilibrio? ¿Por qué a esos laberintos que nadie entiende, se les llama “equilibrio”? ¿Quién le puse un corsé al sentido común?
En la austeridad hay equilibrio. Y en la pobreza, el desorden aparente, es el equilibrio que impone el caos. Un resultado forzado que termina  siendo armonioso. Porque el pobre quiere dejar de ser pobre y el caos pugna por encontrar un nuevo orden. Ambos se complementan y tiran para el mismo  lado. No se han  pedido señas de identidad. Solo acordar que  van en la misma dirección. Forzar la realidad e imponer otro orden.
Todos los caos – no importa la magnitud – se sustentan en una armonía que no vemos a simple vista. En esa armonía la que fabrica otra realidad y un nuevo sentido de equilibrio. La tierra surgió de un caos estelar. La vida surgió de  un caos biológico, de incidentes químicos entre elementos que nunca se reconciliaron, solo crearon otra cosa. Porque al fin y al cabo,  la vida no es un equilibrio sino un caos en armonía con quien la vive o la lleva puesta.  
Nuestra historia  revela que hay laberintos equilibrados y ordenados que  provocan extremos caóticos. A esas barrancas sin fondo visible, van a parar todos los que fueron excluidos del “Sentido Común” del equilibrio. Ese que se  construye en base a la acumulación y el orden racional de los objetos. Ese sentido universal de la negación, que todo lo seca, todos lo aprieta, lo asfixia, hasta  estrangularlo.
Los excluidos son los que abandonan y se abandonan, dice la sentencia. El verbo abandonar aquí, solo tiene referencia en el verbo acumular. Quién no acumula, se abandona. Y de aquí, hay un solo paso para afirmar que quien no acumula es pobre. Y quien es pobre es porque se abandona. Por lo tanto es el único culpable de la exclusión.
Pero al abandono no lo producen la pobreza ni la austeridad. Lo produce la derrota emocional y la quiebra del pensamiento racional, que no encuentran nada hacia adelante ni alrededor. El verbo excluir y la palabra excluido, llevan incorporado la clausura del horizonte. Al menos el factor emocional que permite ver el horizonte.
Hay equilibrios que solo producen desequilibrios entusiastas y desequilibrados fanatizados. Los desequilibra el fanatismo por el equilibrio. Tal vez el único equilibrio que debiéramos considerar es el del “Sentido”. Podríamos ahorrarnos eso de “Común”.
Dejemos que los sentidos con los que está dotado un ser humano, actúen en consecuencias. Perciban, interpreten, escuchen, traduzcan, informen, toquen, huelan, se carguen de dudas y vuelvan a poner en funcionamiento sus mecanismos. Casi con toda seguridad,  de todo eso resultará algo que se llama pensamiento. No se puede garantizar que sea equilibrado. Pero sí será armonioso entre el que lo piensa,  su entorno y un poco más acá. Y tal vez tenga algo más que ver con ese más allá que se llama horizonte o futuro o porvenir o lo que sea que el tiempo diga que tiene que suceder.
Dejemos que el mensaje y el mensajero, sea el Hombre y no las Normas.
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Imagen tomada de la Red. Se agradece información para consignarla. 

martes, 22 de octubre de 2019

¿EXPRESIÓN…? EXPRESIÓN, IMPRESIÓN


Siempre hay un tiempo para la expresión. Las formas por las que aflora ese magma cargado de intenciones,  frustraciones,  deseos, encuentros, caídas, desencuentros,  quimeras, ausencias,  encuentros, fervores del alma, ardores del pensamiento, son infinitas. Hasta las enfermedades, infecciones, intoxicaciones, emiten una primera señal que se llama fiebre. Así también la expresión es una especie de fiebre de ese mundo entre lo mágico y lo racional, entre lo real y lo imaginado que todos llevamos dentro.

Hay expresiones que son decisiones. Otras que  son contingencias. Otras  que son necesidades. Y algunas otras que son vaguedades. Todos buscamos algo en algún momento. Y también  buscamos un cauce para lanzar el caudal que todavía no es río.  Todos hurgueteamos en alguna parte de nosotros mismos, para encontrar recursos, energías, herramientas y razones que nos expliquen por qué queremos expresarnos y qué queremos expresar. Luego, sin impresiones.

Técnicas diversas, causas contrapuestas, razones en conflicto, imaginación rampante que se desboca y produce algo. Desde el origen, a ese algo se le  llamó arte o expresión artística. Pero en mi caso, solo me quedo con la palabra “Expresión”. Y si algo le tengo que agregar, entonces es la palabra “Impresión”. Lo de “Arte” es una forma ambigua de referirse  al hecho. Es hoy un término ajado, que solo sirve para las teorías clasificatorias de los estudiosos y analistas del fenómeno. Lo de “artística” en cambio, es una cursilería y banalidad que se usa como elementos social para agasajar y quedar bien.

Si alguna “Expresión/Impresión” es arte o  no, si responde a los códigos y cánones del  sistema de análisis y calificación, es algo aleatorio. Porque tal vez hoy  no lo sea y mañana sí o viceversa. Es la comunicación y la adopción del  mensaje hasta su transformación, lo que trascienden más allá del autor. Ese ensamble de lecturas, ese espacio inmaterial y atemporal donde se dan rupturas y reconstrucciones en  la mente y los sentimientos a través de los sentidos, ese espacio particular indefinible, ese es el lugar donde cualquier  trabajo de cualquier autor, logra su consumación. Sin comunión comunicativa, sin conjunción de asombra y expectativa,  sin descubrimientos y lecturas diversas, no hay nada. Solo momentos decorativos y de entretenimiento. Solo licencias estéticamente agradables para el pensamiento. Solo momentos que se esfuman como el  humo de un cigarrillo, al abrir una ventana de improviso.

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"Trabajando". Foto de David Maialetti. Philadelphia.


jueves, 17 de octubre de 2019

QUÉ CULTURA ES ESA CULTURA


El sistema produce una cultura. Y nosotros estamos dentro de esa cultura. Hay quienes  piensan, sienten, que es la única posible. Asocian la idea de paz, felicidad y bienestar a esa cultura. Otros,  la  interrogan, la cuestionan, ponen  en duda sus valores, crean sistemas alternativos, se rebelan.   Pero qué cultura es esa cultura.
Mientras cada uno  disfruta o se rebela, el sistema sigue produciendo cultura. “Su Cultura”. Una cultura  que se origina en las usinas propias del poder y no en el corazón de la gente que la  vive,  sobre la que influye, la determina, la  condiciona y le  marca rumbos. Miles de medios informativos, de entretenimiento, sistemas de esparcimiento, la difunden como valores. Unos valores con apariencia de universales, establecidos, inamovibles, ancentrales y originales. Todo es aparente. Pero la generación de esa cultura y su divulgación,  deja la sensación de “Real”. Se repiten los mensajes, llamados y convocatorias hasta que la gente  cree que esa cultura es “Su Cultura”, la única cultura.
Esa cultura también es “Su Cultura” para quienes se  oponen, quienes cuestionan,  quienes la interrogan y se rebelan. Cientos de formas alternativas son usadas a diario para expresar el malestar, los reclamos y los ensayos de posibles, probables e improbables cambios. Hay expresiones de revoluciones profundas. Pero son solo expresiones que no cuajan en los hechos. Son expresiones que quedan como símbolos, íconos o mojones del momento en que se expresan. Son sellos de su tiempo. Son definiciones generacionales. Son huellas sociales de la diversidad. Son marcas de resistencia.
Muchas de esas propuestas, reclamos y ensayos terminan siendo tragados en el tiempo. El sistema cultural tiene su casillero de “Anonimato”. Algunas pocas ideas terminan incorporados al  corpus  de la cultura que produce el sistema. Así, se crea la aparente ilusión de que la cultura del sistema ha sido modificada. Entonces los oponentes del sistema sienten que  han logrado una victoria. Pequeña, pero victoria al fin. Y en cierto modo, se crea alguna empatía entre el sistema, “Su Cultura”  y la crítica.
Desde hace algunos siglos vivimos bajo el paradigma del  “Consumo” y la “Mercancía” como ícono central del pensamiento. Todo se vende, sobre todo las ideas. Quiero pensar que el acto de vender  surgió de  un pensamiento solidario por satisfacer la necesidad del otro. Pero no puedo desconocer que la venta generó una ganancia, que dejó en el vendedor una gran satisfacción. Podría tener otras cosas, que solo tenían lugar en la imaginación y el deseo. Las tres sensaciones (satisfacción, imaginación y deseo) suelen ser un narcótico sutil, que las mentes pequeñas traducen como avaricia. No importa si es emocional, sentimental o material. El asunto es que es avaricia. Deseo de poseer y acumular. Ambas cosas son obligatorias para los interesados en tener más de lo que necesitan o tener lo que no necesitan, pero lo tienen ellos y no los demás. El pensamiento así expresado, es casi la definición previa de un robo.  
En la vida cotidiana, todos sabemos que donde hay cosas que se venden, también hay cosas que se roban. La venta y el robo son consustanciales, se complementan y cuando existe una, obligatoriamente existe el otro. En ese mundo, las ideas y el pensamiento son las primeras víctimas, aunque no haya tiendas de ideas o escaparates de pensamientos ni vengan en colores,  clasificados por tallas. Las ideas son como las bacterias. Es el germen de otras cosas que veremos en el tiempo. Por eso se roban. Porque es una “bacteria” que lleva en  su interior alguna clave del futuro.  Y futuro es la gran quimera humana, al tiempo que genera desesperación por predecirlo, fabricarlo, moldearlo, determinarlo y hasta vivirlo antes que suceda. Todos se dirigen animados hacia algún futuro, pero en la desesperación por llegar o en la espera, obligan al futuro a hacerse presente. Y en ese momento lo asesinan. Así es como se produce el robo de ideas. A esas “bacterias” se las roba para matarles el gen de futuro que llevan dentro. Las ideas son “bacterias” extremadamente frágiles, fáciles de combinar o de contaminar. Por ese atributo,  el sistema que produce cultura, la prostituye y la convierte en una mercancía que se puede consumir. Esa idea (esa “bacteria”) ya no tiene el gen de futuro. Es una mercancía, es un fósil, que se puede consumir. Así se consuma el robo. Un robo que luego se vende.
La gente sencilla y corriente también produce cultura. En sus casas,  las calles,  los pueblos, las ciudades, en el campo y en los lugares más remotos de la geografía. Pero esa cultura no se ve. El conjunto del cuerpo cultural que la gente produce en forma anónima,  desinteresada y por la dinámica propia de la vida y sus necesidades primarias, nunca lo vemos. En  forma fragmentada aparece en el aparato ideológico de divulgación que tiene armado el sistema. Nuestra percepción sobre esa cultura es atomizada. No disponemos de medios materiales para verla. Carecemos de un criterio para valorarla. La cultura popular solo se mantiene en pequeñas comunidades, que tienen la firma convicción sobre sí mismo y sus valores. Es casi una condición de resistencia para no ser arrasados. Sus valores están siempre en pugna con la cultura del sistema y en no pocas ocasiones son vencidos.

El “Uso” y el “Abuso” son atributos de la “Mercancía” y condición necesaria para el que produce bienes y necesita como el agua,   sostener la idea central del “Consumo” como causa que unifica los deseos, voluntades y posibilidades de la gente. Esos dos aspectos trabajan silenciosamente en el interior del sistema cultural. Van creciendo en la misma medida que crecen las personas. A  más edad, más “Uso” y “Abuso”. En el mundo gentil y vaporoso, a los dos conceptos se les cambia el nombre y se los menciona como “Necesidad”.  Todos sabemos que las tres palabras son cosas distintas. Pero el sistema las ha homologado como sinónimos. Una mentira. Se dirá que es inocente, solo con  la intención de acotar las expresiones. Otra mentira. Y si seguimos, hay un montón de términos que en el sistema cultural del sistema, han cambiado de significado.  
Así, construir el edificio de la cultura  ha sido más fácil, porque se  han usado atajos y se han confundido o tergiversado los valores que dice tener, fomentar o sustentar. Entonces “Ser” y “Tener” han terminado siendo sinónimos. Todos sabemos que no lo son. Cuando escribimos,  leemos o analizamos los hechos y la vida de los  otros, aplicamos las distinciones de los términos. Pero en la vida personal no. Porque si elegimos y admitimos  que los términos son sinónimos,  entonces nos ahorramos el debate personal, interior,  reflexivo sobre quienes somos. Y las dudas las resolvemos en las tiendas o en los mercados o en los bancos. Mientras tanto el “Uso” y el “Abuso” van creciendo con nosotros. Y como nos sienta bien lo de los sinónimos, entonces preferimos llamarlo “Necesidad”. Pero si se trata de otro, entonces no hay sinónimo que valga. Es un “Uso” y “Abuso” en toda regla. Es decir, la cultura que produce el  sistema nos ha regalado otra de sus premisas básicas: el doble lenguaje,   el doble razonamiento, el doble pensamiento, el doble rasero, el doble sistema de valores.
La dicotomía, la doble faz, la doble versión, son consustanciales a la cultura que produce el sistema. Esa cultura no puede presentarse en su integridad. Necesita del eufemismo porque no puede confesar la verdad sobre los valores que defiende. No puede decir que los valores, los sentimientos, las emociones y los compromisos sociales y raíces de pertenencia, son “Mercancías” puestas en circulación para que la gente consuma. El sistema funciona con sinonimias,  eufemismo y metáforas. No puede ser concreto.  No puede decir la verdad. Necesita mentir para sobrevivir. Pero tampoco puede decir que miente. Entonces usa términos como “metalenguaje” y “pos verdad”,  para no decir que miente.
El sistema cultural ha prostituido a la metáfora, uno de los principales argumentos de la poesía. La ha puesto en otra función. La ha disciplinado como una función comercial a través de la propaganda y publicidad. La ha despojado de su valor literario y disparador del pensamiento. Al mismo tiempo ha vulgarizado la poesía. Metáfora y Poesía son elementos cruciales para el crecimiento de la vida y el pensamiento. Es de lo mejor que ha producido la capacidad humana. Es  un producto diferencial entre  las especies. Pero se han cambiado los significados y con  ello se ha oscurecido y confundido la comprensión de los hechos.
Se llama “Sensaciones” a las respuestas mecánicas de la gente, ante las acciones de provocación  emocional que el sistema produce a diario, a través de  su aparato ideológico de comunicación y entretenimiento. Una mentira. Esas “Sensaciones” son reacciones involuntarias. Esas “Sensaciones” no tienen emoción ni sensibilidad. Son efectos  tras una inducción pervertida. Pero para  el  sistema cultural, cumple  la misma función que la “Metáfora” poética. Es la cuota necesaria de emotividad,  que permita esconder la mecánica sistemática de vida, cuya principal característica es ser anodina,  anónima, disciplinada y neutra. Lo que el sistema llama “Sensaciones”, son mentiras asignadas al comportamiento y la comprensión de la gente sobre tal o cual hecho o acontecimiento. El sistema cultural funciona como un sistema radial de hongos producidos por la humedad en una pared.
En este esquema perverso de reversión de ideas, palabras,  frases y razonamientos no es sencillo ser rebelde. No es fácil cuestionar la cultura del sistema y sostener, al mismo tiempo, un esquema de pensamiento que no esté afectado de doble discurso, de doble faz.  La coherencia y la honestidad intelectual no son atributos naturales del ser humano. No vienen en el ADN. Ambas cosas son una construcción personal y colectiva. Pero si el paradigma colectivo es el opuesto, entonces esa construcción se vuelve más difícil y – con frecuencia – oscila en reflujos de avances y retrocesos hasta alcanzar algún punto de solidez, desde donde se puede continuar. Algunos lo consiguen y siguen adelante, otros lo consiguen y plantan bandera definitiva y muchos otros abandonan.
Parecer rebelde es relativamente sencillo. Se trata  de usar un lenguaje opuesto y mantener usos y costumbres que desentonen del uniforme social establecido por el sistema cultural. Se trata de hacer o producir cosas que contradigan el sentido común, pero que no lo cuestionen en su tronco y raíz. Ya se sabe que toda afirmación necesita de una refutación para volver a afirmarse. Todavía no está claro si parecer rebelde es  una bendición, que ha recibido el sistema para garantizar su sobrevida,  o  un invento del propio sistema, como anticuerpo necesario para matar la verdadera crítica.
Es posible que un rebelde aparente haya tenido en su comienzo, una auténtica convicción de interpelar al sistema y de proponer un cambio de paradigma. Pero la tarea no es fácil ni bien empieza la andadura, por eso no es condenable el abandono. Lo patético y nocivo es convertirse en una caricatura irónica de la persona con convicciones, que interpela a la sociedad y su cultura desde el pensamiento y la honestidad. No es  posible interpelar a la sociedad y revertir su sistema cultural si se mantiene el paradigma de que “todo se vende”, “todo es asequible a través del consumo”, incluso la protesta. Si los paradigmas personales  siguen siendo el “Uso” y el “Abuso” de bienes materiales y emocionales, además del consumo y la venta de ideas, pensamientos y valores, entonces la crítica y los reclamos se hacen con las mismas armas que el sistema, entonces la tarea es estéril.  Cuando los actos, pensamiento y valores de  conducta son los mismos de esa cultura mediada entre  el poder, los medios de  comunicación y la sociedad, entonces  la crítica es vacía.
Nada cambiará, si en  lo personal seguimos siendo tributarios de la   cultura del sistema. Las acciones y la construcción de futuro no se definen por el  discurso o por el traje de escena, sino por el  sentido que se le imprima a los pequeños actos  de la vida cotidiana. El futuro se construye en cada minuto, en cada detalle. Y el resultado es la sumatoria de todos esos instantes. No puede haber un futuro diferente a lo que  han sido nuestros actos presentes. La coherencia temporal de las  ideas, es condición  necesaria e ineludible.
No  basta el traje ni el oficio. Porque escribir, pintar, cantar, enseñar, investigar, esculpir, aprender, hacer música, ser austero, observador de  las cosas simples y elementales de  la  vida diaria,  aplicarse en ellas,  aplicarlas al uso cotidiano, no son  cosas de  esta cultura. Eso es de siempre. En todo caso esta cultura y el sistema que la produce, se valen de esas artes, habilidades y comportamientos, para traicionar a través de esas técnicas, la  esencia de los valores elementales de  la condición humana.   Pero todas esas técnicas, artes y oficios son una herramientas invalorables en la construcción de  futuro. Son instrumentos que esperan ser usados para construir futuro. Una construcción que en perspectiva tenga al progreso, la solidaridad, la naturaleza, la conjunción y la vida como elementos claves complementarios,  necesarios y obligatorios.   
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Imagen: Grand Central Terminal. New York City. 1941

miércoles, 16 de octubre de 2019

EL LUGAR DONDE SE PLANIFICAN LOS DELITOS


Para el visitante desprevenido la escena es la de un escritorio corriente, pero estoy en condiciones de afirmar que es el sitio donde se escribe, se planifica, se hace el plan con todos los detalles, de lo que en apariencia es un poema o un aguafuerte, pero que en rigor es un arma arrojadiza.
Una especie de bomba casera que se puede usar de muchas formas, porque tiene una variedad enorme de funciones y utilidades. Solo depende del ejecutor del plan que tiene el artefacto de palabras, construido en este rincón de un lugar de San Telmo, semioculto en el corazón de una manzana próxima al Parque Lezama.
No les puedo dar más detalles. Solo decir que en el fondo de la imagen, en el extremo inferior izquierdo del vidrio de la ventana, están subiendo los paréntesis que brotan desde el jardín. Entre esos paréntesis, queda fijado el código apalabrado, que llevarán los textos que luego circularán por la red, las calles, los lugares  insospechados, hasta fijarse en alguno de ustedes. Así  el plan habrá cumplido su misión. Y el delito,  entonces, ya será vuestro.
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 Imagen:  El Jinete Imaginario
(en FB @JineteImaginario – en Instagran @eljineteimaginario)



jueves, 12 de septiembre de 2019

¿DÓNDE ESTÁ LA MAGIA?


A veces la magia es como una libélula de colores fuertes  que revolotea delante de nosotros. Y aun así no la vemos. Porque la miramos con ojos de magia.
La magia no está en los magos ni en las manos de los magos ni en ninguno de esos lugares que miramos con  obsesión. Tampoco es un relato. No son las palabras las que nos llevan con la magia. Las palabras pueden ser mágicas, pero la magia no vive dentro de las palabras.
En toda  ceremonia el mago siempre es el autor del prólogo. Pero nada más. El mago se esforzará y dispondrá una escena, donde se supone que la magia se pasea de un extremo al otro. Nos convocará. Iremos como valientes a la celebración. Y cuando creemos que la magia hará el encantamiento, solo tenemos instantes de suspenso. No la vemos a la magia. Pero sabemos que está ahí.
¿Dónde está la magia?
En un lugar próximo sin duda. Porque sentimos latir el corazón, en un acto reflejo y de advertencia.  Porque hay una parte de nosotros que tiembla pero no podemos identificar. Porque la respiración se acelera a golpes de suspiros, como si algo inminente – fatídico o festivo – estuviera por ocurrir. No hay lógica ni razón ni pensamiento. Todo es súbito,  sencillo, pertinaz y caprichoso. 
El mago nos convoca. Y en ese llamado,  también viene entreverada nuestra   suprema intención de ser encantados. Nuestra quimera -  aunque no lo digamos ni pensemos – es que la magia se produzca dentro de nosotros mismos. Y aunque no lo sepamos, la magia está en nosotros y siempre acude apresurada ante al primer llamado. Solo necesita de un maestro de ceremonia. Luego avanza el espectáculo hacia dentro de nosotros mismos. Hasta que la magia se presenta en todo su esplendor cuando le abrimos la puerta al asombro.


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Foto Sarmiento-cms

martes, 10 de septiembre de 2019

DOS SENCILLAS FOTOS QUE ME ALEJAN DE LA ESTUPIDEZ



Siempre que tengo algún problema, entonces busco la cámara y empiezo a mirar a mÍ alrededor. Levanto la cabeza y la vista. Recorro el sitio donde estoy y los lugares próximos que me rodean. Trato de verlos sin ninguna condición. Espero que me digan algo. Estar atento, reconocer de varias formas lo que veo, me saca de los problemas. Eso fue lo que sucedió hoy en las escalinatas de la Facultad de Derecho de la UBA. Estas dos fotos forman parte de una secuencia de muchas imágenes. Es parte de lo que veía al retirarme de un concierto.

Ahora que las miro con atención, ya no veo solo el entorno en el que estuve. Veo algo más. Hice algo que no estaba previsto. Encontré en ese lugar un espacio para recortar un paisaje que dice algo más que una escalinata. Ahora que las miro con pausa, estas fotos parecen decirme: “Que nunca se diga que la estupidez ha podido contigo. Que la estupidez no sea el eje central de tu concentración. La estupidez nunca podrá o deberá ser tu desafío”.
Una de las cosas que le agradezco a la fotografía es que me permitió ver el mundo de muchas otras formas. Permitió que descubriera capacidades que no sabía que tenía. Cuando levanto la cámara me sorprende el mundo y me sorprendo yo mismo. Con frecuencia, la fotografía me rescata de la estupidez y de la preocupación neurótica. Cuando hay problemas, entonces levanto la cámara y el resultado siempre es “El Asombro”. Y un llamado: “¡Sigue, sigue! No te detengas. ¡Concéntrate! Nada justifica que te apartes de tu objetivo, de tu camino. Deja la estupidez”.
Cuando suceden estas cosas, entonces me permito mirarme con ternura. Pero sin egolatrías ni vanidad.


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fotos sarmiento-cms

lunes, 5 de agosto de 2019

EXPRESARTE Y HACER ARTE


Hay formas de expresarse y formas de hacer arte. A veces se parecen y a veces son iguales, no se diferencian, son lo mismo.  Hay gente que se expresa y cree que hace arte. Y hay gente que hace arte aunque no pretenda.  Nunca se enterará  que lo hace. No registra sus actos como expresiones. Actúa por impulso natural, desinhibido, sin intenciones expuestas o declaradas. Hay pretenciosos que ni siquiera se expresan, pero aseguran con bombos y platillos que hacen arte.
Yo no sé si hago arte o no. Solo sé que me expreso, que me quiero expresar y que trato de usar varios métodos, sistemas y canales para hacerlo. Tal vez en algunos casos haga arte o tal vez lo haga siempre o no lo haga nunca. Solo sé que de tanto insistir, espero terminar  haciendo arte.
¿Cuáles son los caminos del arte? ¿Cuántos son? ¿Uno… Dos… Cincuenta o miles? Sobre el tema se han escrito tantas sentencias que no da tiempo a revisar esos juicios y debates.
¿Dónde se expresa mejor el arte? ¿En la pintura o en la música? ¿En la literatura? Pero cuál literatura ¿En la narrativa, tanto sea cuento o novela? ¿Es mejor la prosa que la poesía? ¿Pero qué es la poesía si no es prosa ni es música? ¿Puede una pintura ser poesía y al revés y viceversa? ¿Cuántas combinaciones posibles de expresión son necesarias para decir que se hace arte?
Pasarán los días con todas sus noches y estaremos debatiendo. Y cuando creemos que al amanecer tendremos la respuesta, resulta que el día nos deja nuevos  interrogantes, otros desafíos y volvemos a empezar. En el arte siempre estamos volviendo al comienzo. Porque la humanidad toda nunca dejó de indagarse sobre el mismo asunto de su origen.
Dicen que Faulkner afirmó que si Homero no se hubiera muerto, entonces los escritores no existiríamos. Porque para qué iba a haber más, si solo Homero había escrito en la naciente Grecia las claves que nos han distraído el pensamiento desde entonces. Dicen que Faulkner dijo que desde Homero en adelante,  los escritores solo escribimos sobre los mismos temas. Entonces agrego: pero caca uno con su propio ojo, con su propio pulso y con sus propios temblores.
Temblores sí. Porque todo lo que escribes en soledad (en un recinto, en medio de la gente, al aire libre, en un descampado, quieto o en movimiento) exigen valentía. Hace falta valor para expresarlo y redoblar la apuesta al exponerlo. Así es la música,  así es la poesía. Así es la escritura. Y así será, sin duda, en las  demás artes.
No importa cuales sean sus símbolos y lenguajes, cualquiera sea el paisaje y el momento. El instrumento es siempre:  el alma humana.
El papel,  el lápiz, la tinta, la cuerda, el diapasón, el parche, las cajas, la tecla, el cincel, la piedra, los colores,  son algunos de los artefactos a donde se adhiere la soledad para expresar lo que se debe expresar. Porque todo lo que se expresa es un deber, antes que un descargo.
Así ha cambiado y crecido la humanidad. Y así seguirá siendo mientras  haya quienes escriben y tengan la valentía de contarlo. Así seguirá siendo mientras haya  quien por cualquier medio intente expresarse.
Expresar no siempre es hacer arte. Pero cualquiera sea la expresión que pretenda ser arte, debe partir necesariamente de la  honestidad y coherencia consigo mismo, el compromiso con su tiempo  y el desafío al pensamiento. Todo lo demás, es eso: “de más”.
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Imagen: “Sunset and acacia tree in the Masai Mara reserve” de Ignacio Palacios.



jueves, 18 de julio de 2019

ATRAVESADOS POR LA SENTENCIA


¿Cuándo empieza la vejez? ¿En qué momento una persona decide que es viejo? O mejor preguntemos así: ¿En qué momento una persona se descubre viejo y adopta para siempre el personaje de la vejez?
Tal vez no sea la persona misma quien decide esas cosas. Tal vez su entorno decide ponerle la etiqueta de “viejo”. No digo “la sociedad”. Porque es una categoría analítica que se usa para no descubrir al verdadero autor de las sanciones. “¡Es la sociedad!”, dice quien no tiene el valor de hacerse cargo de su propia sentencia, de sus propias definiciones.
Digo “entorno” y digo “etiqueta”, porque en el interior de esa biblioteca que tenemos dentro de nosotros, también usamos categoría. No son como las de Linneo, pero se le parecen. Las manías clasificatorias siempre tienen parentescos. Dicen que contribuyen al equilibrio emocional, nos ayudan a reconocer nuestro lugar en el mundo y no sé cuántas cosas más. Pero creo que se usan para mitigar  la falta de valor para moverse en escenarios mutantes, crecientes y transformadores. Pero al final todos, de una forma u otra, siempre echamos mano de alguna clasificación. Nuestra vanidad, por ejemplo, es adicta a las categorías. Y a nosotros nunca nos pone en el final.
Tengo la sospecha que a una persona  se le coloca el uniforme de viejo, cuando se pretende ocupar su lugar. Es un momento sin ceremonia, boatos ni abalorios. Pero hay complicidad entre las partes, para que la operación se lleve a cabo en silencio, sin alteraciones ni sospechas. En algún momento, no sé cuál, una persona admite sin resistencia el cartel de viejo. Y los repartidores de carteles que andan a su alrededor, inmediatamente lo apartan, lo colocan en esa nueva categoría y lo relevan al instante de cualquier rol o función que pueda tener.
El aislamiento forzado y la reclusión parcial a la que se somete a una persona, solo por llevar la etiqueta de viejo, se compensa con su inclusión en las categorías de bondad, generosidad, experiencia, entrega, desinterés y otras  cosas. El asunto, es mitigar el relevo en asuntos de autoridad intelectual y material, el paso al costado en las cuestiones personales y colectivas.
Ser viejo no convierte en buena a la persona ni la bondad es necesariamente complementaria de la vejez. Se puede ser lo opuesto también. Ninguna de estas afirmaciones es sustancial. Forman parte del  coloquio cotidiano de circunstancia, en el más inocente de los usos sociales.
Un viejo con autoridad, es siempre un viejo jodido. No es merecedor de esos galardones. En ese escenario, ser viejo no es un ascenso en la vida. El entorno les cuelga rápidamente la categoría de maldito. No hay piedad hasta que no abandone sus roles.
Ser viejo no es una edad. Es un estado de las cosas, en la lucha que tienen los humanos entre sí, para satisfacer su vanidad. Esa vanidad se traduce como satisfacción plena por el ejercicio del poder. El poder sobre los otros, sobre el entorno próximo y natural, compensa las  intrigas personales, las dudas  y la falta de definiciones. Alguna gente corriente  necesita viejos a su alrededor, porque es la única manera que tiene de saberse joven. Como si ambas cosas fueran consustanciales solo al tiempo biológico.
En el juego entre el que excluye y el que acepta ser excluido hay un vacío profundo sobre el sentido de la vida.
En los diccionarios, sobre todo en aquellos que remiten a las ideas afines a una  expresión, hay más de cien términos que remiten a “anciano” o “ancianidad”.  Cuando hay tantas formas tan diversas para nombrar algo o alguien, entonces es que no hay ni hubo consenso alguno, sobre cómo definir lo que se quiere definir. La lista de palabras indica que la vejez, se define según el punto de mira del que observa o tiene algún interés especial en la definición.
Porque a todo esto qué es la Vejez. ¿Es una edad  o un estado de ánimo? ¿Una región del tiempo humano o un espacio del pensamiento? ¿Un hábito social o un comportamiento personal ante los otros y consigo mismo? ¿Es  un abandono, una renuncia o una exclusión, una discriminación? ¿Es una decisión personal o un acuerdo colectivo de los que te quieren, pero que en realidad dicen que te quieren, porque en verdad no te quieren? ¿Es un nivel de las ideas o una decadencia del pensamiento?
Hay casos en los que a nadie se le ocurre anteponer la categoría social etaria antes de nombrarlo. Hay casos en los que la persona es por lo que hace, por lo que piensa, por lo que aporta. Las categorías de viejo, adulto mayor,  joven, adolescente, adulto, maduro y no sé cuántas más no son tenidas en cuenta. ¿Qué era el astrofísico y  cosmólogo Stephen William Hawking? Nunca nadie se preguntó si era joven o viejo. Murió con 76 años, pero para las sucesivas generaciones siempre tuvo la misma edad: la del pensamiento brillante. A Hawking nunca le pudieron colgar el cartel de viejo y apartarlo.
Para establecer la edad de una persona se usa el tiempo cronológico. Así es en el uso cotidiano moderno y urbano. Pero no todo el universo humano es urbano y bastantes menos son los considerados “modernos”,  según la definición de la sociedad de consumo.  Otra cosa es la edad administrativa a la que todo humano está condenado y que deciden los registros del Estado.
Hace algún tiempo (creo que en agosto de 1985) conocí una pareja de campesinos cerca de La Iruela, en la Sierra de Cazorla (Jaén, Andalucía).  Al momento del encuentro ambos estaban atareados en la trilla con una yunta de mulas, en un rellano del camino, justo en una pendiente que termina en el fondo del valle anterior al pueblo. La escena contrastaba con la modernidad de los autos que circulaban por el camino, cargado de turistas por esa época del año.
 Ambos conocían perfectamente los años que tenían los animales desde el momento en que los compraron. Eran relativamente pocos, comparados con su edad. La cronología la marcaba cada cosecha. ¿Pero cuál era la edad de ellos? No me pudieron responder con precisión. No se pusieron de acuerdo sobre la edad de ella. Él decía que tenía 52 y ella decía que eran 56. La respuesta estuvo acompañada por una sonrisa, como pidiendo perdón y complicidad. Sus festejos era la celebración del día en que decidieron vivir juntos. La edad era algo indefinida. No era su preocupación. El interés de ambos estaba centrado en su capacidad para la vida diaria. No eran ni viejos ni jóvenes. Ellos eran su día, su trabajo y su proyección. Todo lo demás era una cuestión de “papeleos” que “les metían”, cada vez que iban al Ayuntamiento o vendían sus productos agrícolas.                                                                                                                                                             
Es posible que la edad no deba definirse por la sucesión cronológica o por los adjetivos de joven, adulto y viejo. Al fin y al cabo, ninguna de esas definiciones tiene  un peso sustantivo. Son arbitrarias y se aplican según el sentido que le quiera dar a la palabra el que las usa. Pero en  estos tiempos, en ese caldo de opiniones y decires  donde se cuecen a fuego lento las ideas, pensamientos,  premios y castigos de la sociedad, el calificativo de viejo, como  el de joven, tiene un sentido claro que nadie quiere confesar.
Viejo es aquel que es necesario reemplazar, desplazar o apartar de las decisiones centrales del grupo humano de referencia.  Si acuerda ser desplazado, entonces recibirá los mejores calificativos que – en este caso – serán usados como galardones. Si no hay acuerdo, entonces debe saber el sancionado que será calificado de la peor forma.
Del mismo modo, ser joven no es una edad real. Es solo una forma de mencionar a todos aquellos que no están en condiciones de asumir roles de poder, mando y control sobre los demás. Si el juzgado lo admite, entonces será premiado con toda una serie de gratificaciones y enseñanzas pertinentes para ejercer el poder algún día. Si no admite el rol, entonces el calificativo será despectivo y solo servirá para remarcar sus incapacidades bajo el rótulo de “falta de experiencia”, en una clara  intención descalificadora.
Ninguna de estas categorías tiene que ver con la vida. Solo se refieren a los roles personales que cada uno pretende ejercer. El que manda y ordena es el adulto. El que obedece es el joven y al que se aparta y ocasionalmente se cuida, es el viejo.
Pero la vida es otra cosa. Para las ideas no hay edad, para el pensamiento no hay etapa. En ambos casos,  el equipaje esencial es la convicción y la decisión de enfrentar el universo  complejo de la vida humana, con sus certezas y contradicciones. Todo lo que suceda en el camino de ese individuo, será una consecuencia de sus fortalezas y una contingencia de su entorno. En esos embates, el tiempo no se traduce en una  sucesión numérica. La edad, como en los campesinos de La Iruela, solo se mide por el interés y capacidad de nuevos desafíos cada día. Hacerlo no convierte en joven a nadie y no hacerlo tampoco lo convierte en viejo.
La renuncia absoluta a todo no convierte en viejo a nadie. Simplemente es un ser humano que ha claudicado, alguien que decidió renunciar a los desafíos, quedó huérfano de futuro. Y para esas pérdidas o renuncias o claudicaciones, no hay edad cronológica ni administrativa ni calificativos sociales. Solo que a unos se les nota más que a otros.
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 Fotografía de Max Jack  (IG @mx.jack - fotógrafo y cineaste con base en Berlín)


martes, 16 de julio de 2019

NO QUIERO QUE ME DEN LA RAZÓN PORQUE NO PRETENDO DECIR VERDADES


No escribo para que estén de acuerdo conmigo ni me den la razón. Escribo para incitarlos a que me respondan, que registren la idea que tiro al aire o pongo sobre la mesa. Escribo para que haya al menos una pequeña reacción de vida, de pensamiento.  No se rebele si no es necesario. Tal vez no lo necesite. No hace falta que “trabaje” de revolucionario. El mundo está lleno de profesionales de la “Revolución”. Todos los días hay miles de personas que se ponen el uniforme de “Contestatario” y salen a hacer algún negocio,  que les permite  sostener una vida resuelta y con holguras.
Lo único que pido, es que alguna de las cosas que escribo (una frase, un grupo de palabras, alguna de las ideas  o asociación de ideas) le provoque algún pensamiento. Al menos alguna reacción que lo saque de la “dormidera”,  a la que estamos sometidos cotidianamente por el sistema. Un mecanismo al que debemos acudir obligatoriamente,  para solucionar nuestras cuestiones más elementales de sobrevivencia. La respuesta o reacción sería saludable y necesaria para usted y para mí.
Escribo porque cada día veo que padecemos una ausencia absoluta de propuestas,  que digan cómo hacer para no convertirnos en “muertos vivos”,  cómo no morirnos poco a poco cada día. Porque se ha impuesto definitivamente la idea de que “Pensar no da dinero… Y sin dinero no se puede respirar”. En estos casos, la palabra “respirar” se define como igual a consumir. Y consumir es igual a vivir. Aclaraciones pertinentes porque “nuestro sistema” es tan “generoso” que le da nuevo sentido a las palabras de toda la vida.
Escribo porque las palabras son como las gotas ozono que flotan en el aire, en los momentos previos a un gran aguacero. Esas lluvias que lavan, limpian, ponen en orden y despejan el aire que se respira. Porque la naturaleza tiene sus métodos y sistemas para protegerse de la escoria que produce la vanidad y la avaricia, esa cosa que se parece al sarro alcalino blancuzco y grisáceo que va obturando las cañerías de la vida. Pero nosotros no tenemos nada. Nada que conozcamos con eficacia probada.
Escribo porque pienso que las palabras son pensamientos. Y tal vez los pensamientos sean lo único que nos salven de la falta de aire. Una ausencia que si no la resolvemos a tiempo, entonces nos vamos poniendo cianóticos como muchos otros  con los que nos cruzamos a diarios. 
Escribo para abrir puertas y ventanas de esta casa nuestra, en la que convivimos a diario sin ser parientes ni amigos, pero estamos obligados a compartir. Escribo para que usted también abra las puertas y ventanas de esta casa nuestra. Tal vez consigamos que se instale un aire nuevo, que no sabemos cómo es, pero que sin duda será mucho mejor del que respiramos hoy.
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Foto y Edición de sarmiento-cms

jueves, 4 de julio de 2019

CRISIS


No es el país. Es el marco social, los grupos humanos, los intereses propios y ajenos.
¿Porque qué es el “País”?
Las decisiones.

No es la gente. Es la forma particular y  personal de relacionarse.
¿Porque qué es la “Gente”?
Es el anónimo reconocido y renombrado en su anonimato.

No son ellos. Es el nosotros con sus cargas afectivas y de pensamiento.
¿Porque quiénes son “Ellos”?
El pensamiento ajeno y colectivo, que se pega en las paredes de nuestra frágil arquitectura emocional. El pensamiento omnipresente que se nos impone como propio.

No es el presente. Es desconocer el futuro o saber que no hay futuro.
¿Porque qué  es el “Presente”?
Algo que no sabemos. Reconocemos el presente cuando pensamos o creemos en un futuro. Sin futuro, no hay presente. Hoy es pensar en mañana.

No es el hoy ni el ahora. Es no reconocer el pasado.
Tampoco es el ayer inmediato. Sino el tiempo profundo.
Porque el pasado es nuestro tiempo profundo.
Solo es pasado lo que guardamos en la memoria.
Todo lo demás es ausencia, anonimato, ignorancia, desprecio y negación.

No es el futuro. Es la falta de utopías. Es la falta de valor para pensar la utopía.
No es lo cotidiano. La crisis está en las quimeras.
No es la falta de empuje. Es la ilusión.
¿Porque qué es el “empuje” o la decisión o la convicción?
La ilusión no es un estado gaseoso, es el resultado sólido y concreto de creer.

Cuando se viaja con el equipaje equivocado, todos los caminos parecen extraños, todos los acompañantes son anónimos, todos los diálogos son ardores, todas las palabras son cinceles arrojados a una fragua que no descansa. Una fragua que devora esfuerzos, entusiasmos y todo lo que el pensamiento pueda proponer.

Las causas banales, angustias, contratiempos, esfuerzos vacíos, sobrevivencia y circunloquios en los que transcurre el diario trajín, donde se deterioran los días, los meses y los años, son los ambientes donde anidan y crecen los engaños. Es donde se compra Felicidad y Paraíso. Al peso, por metro, por litro, para un instante o para toda la vida.

Pero no hay ningún paraíso, aunque siempre estemos dispuestos a creer en alguno o inventarnos otro. Nuestra azarosa disposición a buscar la felicidad eterna, nos induce a creer que siempre estamos a punto de conseguir un paraíso que no sabemos cómo es. Tampoco hay acuerdo entre nosotros sobre cómo quisiéramos que fuera.

El paraíso es solo un árbol con ramilletes de pequeñas flores blancas, violáceas y azulinas, que brillan con fuerza a media mañana, en los días despejados de primavera.
Los otros paraísos son falsos espejos de uno mismo.
El paraíso del relato es  una falacia que se viste de utopía.
Una utopía que no cotiza en las apuestas urbanas,
Esa utopía es solo una idea crítica apagada antes de encender.
Esa es la crisis.

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Imagen: sarmiento-cms