LABERINTO
A veces nos perdemos en nuestro laberinto.
Y otras veces vamos a perdernos en el laberinto de
otro.
La cuestión es que siempre salimos o llegamos
presurosos en busca de la alegría.
Nos fabricamos un mundo de colores para mitigar el
esfuerzo de escaleras, curvas y pendientes.
Así hasta perdernos en el laberinto de ese valor
extraño llamado felicidad
Hoy es un día gris con filetes brillantes, acerados,
en algún lugar de nuestro entusiasmo.
Está nublado y la llovizna de tanto en tanto, pone el
tono melancólico aunque no triste.
El color del día es hondo y abovedado. Es luminosamente
gris
Muchos hombres y mujeres han salido apresurados en busca
de no se sabe qué, con la excusa de ir a trabajar, cumplir obligaciones de
burocracia o satisfacer sentimientos banales.
Solo algunos han salido dispuestos a enfrentar el día.
Porque para vivir, hay que estar decidido a doblegar al día, en su absurda obsesión
por torcer las voluntades.
Los días urbanos no son igual a otros días. Lo natural
aquí son las normas, las reglas, la
burocracia y la descendente moral que justifica su caída en nombre de la
convivencia.
Pero en algún lugar de estos laberintos mundanos,
humanos, urbanos, hay almas inquietas,
viajeras, festivas, inquisidoras del mal, curiosas de los afectos, valientes en
las preguntas, dispuestas a las respuestas, deliciosas en la ternura,
rebeldes por naturaleza, igual que la vida misma, antes que fuera burocráticamente
urbana.
Hoy salgo apresurado igual que vos, ella y todos los
anónimos con los que comparto mi realidad natural o virtual o paralela o
retorcida.
Salgo apresurado a enfrentar el día sin saber en qué laberinto voy a terminar.
Tal vez sea el mío. Quisiera que fuera en el de ella. Al final del día, solo quiero estar en su
laberinto y perderme con ella.
Eso sí es la
vida. Natural, festiva, auténtica y generosa.
***
Imagen de autor desconocido.
Se agradece la información
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