miércoles, 5 de septiembre de 2018

AQUÍ SOLO SE DEVALÚA LA VIDA Y EL PENSAMIENTO


En Argentina lo que se devalúa es el pensamiento, las ideas,  el respeto por el otro, la solidaridad, el patriotismo, el sentido de  grupo, el valor de la ciudadanía, las leyes, la constitución, el acuerdo básico de convivencia, la educación, el trabajo, el salario, la investigación, la cultura. En la Argentina de hoy, lo único que se devalúa de verdad es la vida y el pensamiento. Se trituran los esfuerzos que motorizan la esperanza y al futuro se le da una muerte canalla, por sorpresa y en la espalda.

El texto no pretende ser un  alegato, un canto desesperado, una denuncia desde la rabia. El texto es solo la descripción pormenorizada de los efectos que tienen en la sociedad, los desvaríos conscientes e inconscientes de los Señores del Poder.  Y los Señores del Poder no son una entelequia en la mecánica del razonamiento. Los Señores del Poder  son los dueños económicos de Argentina. Ellos y su personal administrativo. Ellos y su ejército de alcahuetes. Los Señores del Poder son los dueños y administradores únicos de la moral imperante y admitida como válida, como única.

La vida cotidiana de un argentino medio, promedio, normal y corriente, parece que se desarrolla dentro de un Archivo Histórico Nacional. Vive, muere,  revive, muere y vuelve a vivir los mismos sucesos y procesos desde el origen de los orígenes. Un argentino de hoy vive en el mismo escenario social, económico y político que sus padres, sus abuelos y bisabuelos. En las calles de las grandes urbes (Buenos Aires por ejemplo) se mantiene el ritmo agitado de lo cotidiano. Pero mentalmente la velocidad es de vértigo. Las decisiones políticas y económicas que condicionan su vida,  lo dejan en estado de shock.

No se recupera del primer golpe, que ya tiene frente a sí el segundo. Y antes que pueda sacudirse el dolor de los dos primeros, ya tiene en la nuca el tercero. Y el cuarto al abdomen. Y el quinto a la nariz. El argentino medio, corriente y normal de hoy, tiene el pensamiento herido, tal vez sangrando. Tiene el pensamiento desmayado por los golpes. El argentino de hoy no puede pensar. Porque los Señores del Poder lo han aplastado con normas y medidas sociales y económicas. Le han impuesto el miedo y la incertidumbre a las horas de su día. Han dejado su futuro entre paréntesis. Le han advertido que debe tener esperanza, está obligado a tener esperanza. Pero lo han remarcado que  no puede ser su esperanza, la de su familia, su grupo de pertenencia.  No puede ser la esperanza  que se cuece en el amor o la esperanza de sus hijos. Está obligado a tener esperanza en el éxito de los Señores del Poder. Esos que miran por el bien de todos, empezando por sí mismos. Esos que cuidan la moral y los valores de todos, empezando por imponer la propia a rajatabla y sin chistar.

El argentino de hoy lleva meses escuchando las noticias que antes – en otras décadas, en otro tiempo, con otros Señores del Poder – escucharon sus padres. Y antes ya habían escuchado sus abuelos y bisabuelos. Se les habla de trabajo digno, al tiempo que reciben  noticias de despidos. Se les habla de hacer esfuerzos económicos, al tiempo que se les van vaciando los bolsillos. Se les habla de nuevos rumbos y un nuevo país, al tiempo que las relaciones sociales y laborales retroceden en siglos. Se les habla y promete de todo, al tiempo que se van quedando sin nada.

Todas esas generaciones desde 1890 hasta hoy, han escuchado el mismo reclamo y el mismo pronóstico: “si somos capaces de unirnos, trabajar duro y con la mirada puesta en nuestro objetivo, en 20 años tendremos un nuevo país, una nueva sociedad”.  Los más longevos tienen el privilegio de escuchar el mensaje varias veces en su vida personal y laboral. Es el caso de mi padre, que empezó a trabajar a los 14 años y murió a los 92. Todos ellos,  todas esas generaciones, vivieron siempre en la promesa y el esfuerzo, jamás en los hechos y en la realización.

Los Señores del Poder nunca tuvieron más proyecto que un Discurso. Jamás se `propusieron construir nada. Prueba de ellos es que Argentina  entra en una profunda crisis cada 15 o 20 años. Es algo así como licuar, absorber o diluir el esfuerzo colectivo de una generación. A esos procesos agudos se los llama Crisis Económica  y tiene en la Devaluación  de la Moneda su expresión. Algo así como la fiebre que denota una infección en alguna parte del cuerpo. Tras siglo y medio de búsqueda, no se encuentra la infección ni sus causas. Todo indica que las verdaderas razones de la enfermedad son los Buscadores de las Causas, personajes afectados de un mal endémico del sistema: Son adictos a la acumulación del esfuerzo colectivo en beneficio propio.

En este perfeccionado sistema creado, ordenado, administrado y controlado por los Señores del Poder, las noticias (aún los chimentos o sobre todo) son parte fundamental del engranaje. Vuelan los informes sobre devaluación del peso, la gente recibe a diario decenas de consejos útiles para afrontar la crisis, recomendaciones diversas para proteger inversiones,  sugerencias para apuntalar el futuro, toneladas de breves inquietudes sobre qué hacer para no alterar la vida. Todo confluye en agudizar el panorama de crisis, al tiempo que se van desmantelando las principales estructuras de la sociedad. Esas estructuras que construyó la misma sociedad con  su esfuerzo, para beneficio de todos. Esas estructuras que garantizan que las personas puedan trabajar, estudiar, resolver sus problemas de salud, instruirse, investigar, pensar, planificar un futuro propio y tener esperanza. Pero no cualquier esperanza, sino la suya propia, la que fue capaz de imaginar y se siente capaz de construir. Porque ser  artífice del propio futuro, forma parte de tener esperanza.

Mientras a la sociedad se la mantiene ocupada con las noticias de Crisis y Cómo Salir de la Crisis, en realidad se la está llevando como un zombi a la peor de las crisis que una sociedad pueda tener. Esas crisis en donde sus miembros dejan de pensar, dejan de estudiar, se curan como pueden, se alimentan con lo que tienen a mano, no planifican más allá de siete días y el mejor futuro que pueden imaginar es el de tener fuerzas para seguir creyendo que algún día, tendrán futuro.

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Imagen de autor desconocido, tomada de Pinterest. Se atribuye a André Kertész, pero tengo mis dudas.

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