miércoles, 17 de junio de 2020

EN LA EMERGENCIA

Vuelve donde solías, toma tus cosas.

Asegúrate que la cueva mantiene el desorden de siempre.

No te detengas. Pasa de largo estancos y almacenes.

Salta las barreras banales del mundo corriente.

Llenas de instrucciones, recomendaciones, sugerencias y obligaciones.


Vuelve donde solías. Sigue el camino de entonces.

Busca en los recodos algún mensaje, un trozo de señal, alguna pista.

Recupera. No te distraigas. Recupera lo que fuiste soltando.

Cosas que fuiste dejando cuando la llamabas a gritos o en silencio.

Cuando escribir algo era darle forma al deseo.

Seguro que algo encontrarás.

Por más desesperadas que sean las horas y las corridas en la ciudad.

Por más que los atropellos destruyan todo al pasar.

Seguro que algo encontrarás.


Vuelve donde solías y recógete.

Hay inminencia de muerte por las calles.

Se respira tragedia y desesperación.

Se siente el jadear en la respiración de unas gentes

Que temen perderlo todo, sin reparar que ellos mismos se perdieron hace tiempo.


Vuelve donde solías y no te detengas.

Pero antes asegúrate de cargar en la mochila.

Algunas palabras sin las cuales no puedes sobrevivir.

Lo que ha quedado de los mensajes del camino.

Lo que has encontrado y recogido.

Carga hasta los silencios y no olvides las miradas.

No te olvides del recuerdo cuando ríe

No te olvides de ella aunque no ría.

No te olvides de ti cuando te mira

No te olvides de ti cuando la miras

No te olvides de escribir. Y suma algunos verbos más.

No te olvides de sus fotos para colgar en la ventana.


Carga la mochila con ruidos si hace falta.

Algunas ropas y dos botellas de vino para algún anochecer.

Un trozo grande de amor y una bolsa de besos para desayunar.

¡Échale valor! Al hierro de la incertidumbre míralo fundir.


Abrázate al impulso que te lleva

Consigue ternura para el amanecer.

La vas a necesitar. Tendrás que dársela.

Si se presente una mañana para decir;

¡Abrázame! Yo también quiero estar aquí.


Ahí sabrás que no estás sobreviviendo

Y te han llamado a vivir. 

... 



























... 

Foto tomada de Instagram de la cuenta @ billydeee 

viernes, 1 de mayo de 2020

AL OTRO LADO DE LA VENTANA


Este momento es un instante detenido con varias versiones según las horas. El instante es el mismo porque la afirmación, la circunstancia,  la duda, la pregunta, la reflexión, la incertidumbre y la debilidad y fortaleza es la misma siempre y simultánea. Estos días, de humanos detenidos en el punto en que se encontraban unas semanas atrás, son inesperados, extraños, inestables, inquietos y a veces, leventemente alterados. Nada es sólido y sustantivo. La pregunta es superior a la respuesta siempre.
Todo lo que vemos es hacia adentro. El escenario es propicio para el engaño. Mientras miro hacia allí, estoy leyendo hacia adentro. Porque aunque no lo diga ni me advierta, mientras miro por la ventana estoy mirando el paisaje interior. Las azaleas de afuera son complementarias de las de adentro. Las rosas en declive por el otoño están recogidas hacia adentro. Las tipas del Parque Lezama no tiene flores amarillas y las hojas son de un verde oscuro intenso. Los olmos son casi negros y los eucaliptus son de un gris plata que seduce. Los árboles de la calle y los otros árboles del parque tienen el amarillo ocre melancólico del otoño, que también tengo dentro de mí. No es tristeza, es reflexión, duda, incertidumbre y pensamiento.
La duda siempre se presenta como un límite para la vida. No es cierto. Solo es el rigor de nuevos nacimientos, cuando la palabra rigor no es condena ni sufrimiento, sino antesala desafiante y creativa de lo que vendrá. En estos tiempos de aislamiento forzado por la peste, la duda es la clave de nuestros días. Y el miedo es un síntoma de la derrota. Pero ambos sentimientos nunca se diferencian en el alfeizar de la ventana. Nunca hubo una distancia más larga, que la que hay entre el centro de la habitación y el borde de la ventana.
He visto las flores que crecen con entusiasmo. Unas están en esos  diminutos árboles que forman esa variedad que no sé cómo se llama. Otras son las begonias generosas, que dejan el mensaje de que la vida está ahí, no se detiene. Pero en todos estos años, he perdido el código de los pequeños detalles, lo próximo y lo que tengo encima como parte de mí. Por eso me sorprenden las begonias como si las viera por primera vez.
Lo fugaz y cotidiano ahora es el entorno dialogante. Los detalles están marcando su presencia y exigen espacio como causa y razón de pensamiento. El horizonte por estos días es más corto. No se sabe si es más importante pensar el entorno, debatir el futuro o comer cada día. Todo lo que me viene a la cabeza es materia discutible. Las ideas se han decantado por la democracia a ultranza. Puro debate, alguna certeza y nuevas preguntas.
Ha llovido intensamente en estos días. Mi abuela decía que el estallido de las gotas sobre el piso, eran las gentes que corren apresuradas. Mientras más fuerte es la lluvia, más rápida es la carrera.  Antes de anoche, mientras llovía con fuerza y la amarilla luz de la farola de la calle hacía brillar esas gentes que corren, me preguntaba si huyen de algo o van al encuentro de algo. Eso mi abuela no me lo dijo. Ella tenía el talento de dejar abiertas las respuestas, para que pudiera completarlas con mis percepciones. 
En estos días de aislamiento, el ego se ha vuelto vulnerable. También tenía que correr apresurado, igual que las gotas de lluvia sobre el piso. Pero nunca supe si era porque huía o porque buscaba. Las seguridades se han vuelto frágiles para consigo mismo. Ese ego no tiene abalorios para reafirmarse. La jerarquía hoy, aquí, es él mismo. Tanto en la ventana, como en el centro de la habitación. El confinamiento le ha impuesto que todo lo que tiene que mostrar, es a sí mismo. Y lo más tremendo, es que a veces tiene que demostrarlo. ¡Ya saben! No hay juez más imparcial que uno mismo.
Hoy ha salido el sol quizá para celebrar el 45 aniversario de la liberación de Saigón. Vuelven las imágenes de gente que sale a la calle para celebrar al fin de la guerra de Vietnam. Entonces pienso y asocio. Me han dicho que estamos en guerra hoy contra un enemigo invisible, un virus. Pero recuerdo que aquellos sobrevivientes de la pandemia de bombas y metrallas durante tantos años, jamás vieron el rostro del enemigo. También era invisible. Porque enemigo no es solo la mano ejecutora de la violencia, sino también - y sobre todo - quien la piensa, la planifica, la perfecciona y la sostiene.
Este aislamiento forzado por un virus, que solo se comprende por el supremo interés de la salud, no es menos violento que cualquier otra guerra. Es distinta, es cierto. Porque las bombas no suenan y golpean ahí afuera, sino adentro y nadie es capaz de medir la intensidad y cuantificar los daños. Pero si hay daños, de qué naturaleza son. No es lo mismo los escombros para reconstruir, que la destrucción que deja nulo al pensamiento.
No es lo mismo estar solo que con la comunidad. No es lo mismo estar cerca de la tribu y compartir preocupaciones y festejos, que ser parte integral de ella. Estos días, de distancia medida y prefijada, me imponen la pregunta sobre en qué lugar me encuentro. Y la respuesta no es absoluta, aunque quisiera y me esmere en buscarla. Me deja en situación de examinar dónde estaba y qué lugar quiero ocupar mañana. La respuesta es otra pregunta que me pide definiciones sobre cómo será ese mañana. Porque nunca somos todo lo que queremos, sino lo que conquistemos en la circunstancia. Y el mañana solo se define por la expresión expectante “será”.  
Casi todos desconocemos los detalles técnicos de cómo es el contacto virtual, pero le damos credibilidad. Hemos concluido que es verdad. Establecimos una convención, el contacto es creíble aunque jamás lo hayamos debatido ni lo haremos. Por esa vía, llegan mensajes de inocente optimismo y predicciones de oscuros sucesos. Hemos vuelto a centrar la atención en el oscuro poder, donde la palabra oscuro es más importante que poder. Nos hemos dejado tentar y hemos olvidado que no hay poder bueno o malo. Solo es poder.
El virus planetario que nos aísla es invisible, pero los mensajes me dicen que es hijo del oscuro poder. Cuando se lucha contra un enemigo invisible, no se pueden establecer armas ni estrategias, solo se puede reclamar, gritar, denunciar e intentar crear consensos o adeptos, según el fin último de cada cual. El pánico es enemigo del pensamiento y las guerras, cualquiera sea, solo dejan una puerta para combatirlas. Esa puerta se llama pensamiento. 
La historia de la humanidad es la historia de la lucha por el poder. Para derribarlo, para apropiarse de él o para liberarse. Entonces pienso que no hay ninguna genialidad en los mensajes de oscuros designios para el futuro. Ahí está la poesía  desde el origen del hombre, para dar testimonio de esas luchas y esas quimeras liberadoras de los hombres. Entonces pienso que el futuro no puede ser distinto. En su esencia, los desafíos siguen teniendo las mismas preguntas, aunque quizá no tengan las mismas respuestas. Pero hoy, aquí, junto a la ventana, siento la obligación de preguntarme y darme respuestas. Estoy solo y de mí depende lo que vaya a decir y aportar.
Lo bueno de la noche es que es oscura sin ser vacío de luz. Parece que no hay nada, porque solo hay detalles para la extrema percepción. La noche no tiene sol, a veces tiene luna y a veces te tiene a ti. Cuánto ilumine esa noche, al final, siempre está relacionado contigo.
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Imagen: ©sarmiento-cms/el jinete imaginario
Plaza Dorrego, (San Telmo, Buenos Aires)

miércoles, 8 de abril de 2020

CASI UN ACTA DE NACIMIENTO


En lo personal
“RELATOS EN CUARENTENA” ES CASI UN ACTA DE NACIMIENTO
A partir de hoy, tendré que decir por el resto de mis días,  que mi primera publicación fue en La Pampa y en una editorial cooperativa. Un territorio “querenciero”, como lo define la amiga Guillermina Gavazza,  donde hice tantos amigos ligados a las artes en estos años. Y donde tomé contacto con la pandilla del fervor y el entusiasmo que es Siete Sellos. Como periodista  publiqué en casi todos los grandes medios de Argentina y algunos de España. Pero como escritor nunca.
Mi primer texto literario se ha publicado en un lugar próximo en el pensamiento, el espacio y el afecto, en una empresa cooperativa y en el marco de un emprendimiento colectivo. Tres aspectos que calzan como un guante en mi identidad. No ha sido en Nueva York, Barcelona, Ciudad de México o Buenos Aires con uno de esos grandes sellos que les quitan el sueño a muchos de los que escriben como yo. Quizá algún día me guste hacerlo así. No lo sé. Por el momento, solo he publicado como autor indy, el libro de poesía “Crónica de un Amor Intenso”, que está disponible en Amazon.
Pero participar del proyecto colectivo “Relatos en Cuarentena” es distinto.  No ha sido una decisión personal, sino una elección de los compiladores. Y eso –además de publicar – tiene el mérito de haber entrado en consideración de otras personas, que tiene la responsabilidad de elegir y editar aquello que  les parece que tiene mérito para eso. Estar en este grupo no es un antojo personal. Es una decisión que está por fuera de mi mismo. Es como decir: “Si estoy ahí, es porque  hay otros que han considerado interesante, oportuno o de valor que esté ahí.” Y al ser la primera vez que me ocurre, entonces es legítimo decir “es como un acta de nacimiento”. Nadie elige dónde nacer. Es algo que se da. Lo deciden otros. Pero después, lo llevas contigo por el resto de tu vida.
Como todo libro que sale a la superficie, su futuro es siempre es un enigma. Nadie sabe hasta dónde llegará y qué peso o densidad tendrá en la memoria literaria nuestra. Pero lo importante es que está y que tendrá su gravitación en estos tiempos  y quién sabe en el futuro. Pero lo determinante del libro, es que es una propuesta colectiva por dejar testimonio de uno de los momentos  más  complejos de nuestra vida social y personal, un momento de mucha  incertidumbre ante el avance de pandemias provocadas por virus que no conocemos y nada sabemos sobre lo que vendrá.  Un testimonio de nuestro tiempo, de estos días complejos,  que sin duda dejará una huella profunda en todos nosotros.
“RELATOS EN CUARENTENA”, un libro en el que participan más de 50 autores, está disponible en este enlace de la página web de Siete Sellos Editorial Cooperativa.
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sábado, 4 de abril de 2020

A NOSOTROS NOS QUEDA LA MÚSICA


Estos cassettes solo se escuchan de vez en cuando. Solo están para recordarme que la felicidad siempre es posible y que alguna vez existió.
Junto a otros pocos, tienen un lugar de primera línea en la biblioteca de la sala. Los compré en una casa de música cerca de la Puerta del Sol, al día siguiente de ir a un recital que dio en un teatro de Tirso de Molina, junto a Pablo Milanés y Silvio Rodríguez. Eran tiempos de “Entre Amigos”, ese magnífico álbum que en el Madrid de “La Movida” escuchábamos por todos lados.
Eran los meses previos al triunfo del partido socialista, el primero en la transición tras el regreso de la democracia. Eran tiempos en que los recitales de Ana Belén y Víctor Manuel, Joan Manuel Serrat, Miguel Ríos, Paxti Andión, Lluis Llach y Paco Ibañez, sin olvidar a Camarón, Tomatito y Paco de Lucía, llenaban estadios y andábamos las semanas previas  tarareando canciones, para que el recital no nos encontrara huérfanos de entusiasmo y sin poder acompañarlos en el fraseo. Andábamos, como dice la canción de Kiko Veneno, “Volando voy, volando vengo”…. “enamorados de la vida que a veces duele”
Eran los tiempos en que pensábamos que íbamos a tener la España que habíamos imaginado desde mucho tiempo. Tanto los españoles, por haber nacido y criado allí, como por los invitados a la democracia, como yo o mi amiga Laura, criados en la Argentina lejana, pero que habíamos crecido leyendo de esas esperanzas de los españolitos de a pie.
Pero nosotros éramos distintos a todos porque vivíamos en Vallecas, el barrio del insumiso que hoy se va. En cierto modo, igual que toda la gente del Puente de Vallecas, sentíamos que nos pertenecía o que él escribía y cantaba lo que queríamos decir, los que de esa zona de Madrid.
Fueron años de profunda reflexión y mucha más acción. Fuimos una generación precoz, moldeada al fuego de las prohibiciones. Nos agarramos a los artistas (músicos, poetas, actores, pintores y escritores varios) como quien se toma a un salvavidas en un océano, que nos había sido adverso desde el nacimiento. Fueron tiempos en los que los juglares ocuparon el lugar de los líderes y los héroes. Fueron tiempos en los que  vivíamos convencidos de que el arte se instalaría definitivamente. Y ellos fueron los encargados de expresarlo.
Crecimos esperando cada día una nueva poesía que nos interpretara y nos ayudara a explicarnos, comprendernos y – si se podía o se daba – también amarnos. Sin que nadie les diera el cargo, fueron los responsables de cuidarnos el alma, para que no se nos rompiera más de la que ya estaba rota. Crecimos con ellos y ellos crecieron con nosotros. Los pusimos arriba solo para poder alentarlos desde abajo con vítores y aplausos. Porque los artistas también tienen un alma que necesita que la mimen. Ellos lo hacían con la nuestra y nosotros con la de ellos.
Fueron tiempos en las que los artistas vivían entre nosotros y no había mediadores de discográficas que nos dirigiera la forma de hablarles. Fueron tiempos en los que te podías cruzar con ellos en alguna calle, como nos ha pasado con Aute, en la Plaza de Puerto Rubio o las terrazas de la calle Peña Gorbea, para  los que vivíamos por allí cerca. Bajábamos desde El Portazgo por la Avenida de la Albufera.

Eran los años en los que Sabina era Joaquín. Y se movía como un pez, por la calle de Toledo entre Plaza Mayor y la Plaza de la Cebada con escapadas a Tirso de Molina y a Sol. Eran los tiempos en que se juntaba con los macarras de Viceversa para hacer rock y blues. Eran los tiempos de reuniones y conciertos intimistas, acústicos, entre la protesta y el humor con Javier Krahe y Alberto Perez en el sótano de La Mandrágora, en la calle de la Cava Baja,donde también cantaba Aute algunas veces. Noches largas y días interminables.  

Eran los tiempos en que Joaquín tocaba rock en los pueblos de Madrid con Viceversa, cargando los trastos en el maletero y el techo del taxi de Manolo que vivía allí, entre ellos mismos, en la Plaza de la Cebada. Eran los tiempos de “Pongamos que hablo de Madrid”. Eran los tiempos de juglaría por las calles y en televisión. 
¡Era tan lindo ese Madrid o aquella Barcelona! ¡Eran tan lindos Bilbao y Portugalete cuando sonaba Paxti Andión! ¡Era tan linda Granada cuando había recital de Carlos Cano! ¡Era tan bonito llegar a la bahía de Cádiz porque sabías que Camarón estaba cantando en San Fernando! La felicidad quizá tenga muchas versiones. Y a lo largo de nuestra vida jamás conoceremos a todas, pero con ellos nosotros conocimos y vivimos una de esas formas de la felicidad.
El insumiso Aute, para nosotros, o Luis Eduardo Aute Gutiérrez, para el Estado, se ha ido hoy 4 de abril. Y supongo que no le debe agradar para nada,  que hoy elevemos tristezas y desazón. Supongo que el letrista del amor en las cosas simples, el juglar de Vallecas, el poeta de las cosas profundas, preferiría que nosotros cantáramos por él. Para recordarnos a nosotros mismos, que la felicidad es posible y que alguna vez la  conocimos.
El rebelde que compuso “La Belleza”, se va a los 76 años gritando las mismas cosas que discutía con empeño en las mesas de los bares o desde el  escenario “Y así sucede, que entre la fe y la felonía, la herencia y la herejía, la jaula y la jauría, entre morir o matar... Prefiero amor, amar, prefiero amar, prefiero amar”, como dice en la canción Prefiero amar. 
Compañero, amigo, artista, poeta, juglar, te llevaremos en el corazón lo que nos reste del camino. Y si hoy hay llanto, no solo es por ti, sino también por nosotros.
Si son verdad los versos de Machado, “todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar”, entonces tú has hecho el tuyo y a nosotros nos queda por seguir. Y en ese seguir, a nosotros nos queda la música.
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Foto: sarmiento-cms / el jinete imaginario




miércoles, 1 de abril de 2020

SOLO NOS MANTIENE LA PROEZA DE ENCONTRAR UN NUEVO FUEGO


Nuestra realidad hoy, no la determinan los gobiernos ni el poder económico ni las ideologías ni las burocracias de las instituciones, aunque pensemos que algo de eso está ocurriendo. Nuestra realidad hoy la impone y conduce la incertidumbre.
No somos nosotros los que fabricamos nuestra realidad en interacción con el entorno social y natural. Hacemos un esfuerzo supremo por crear una realidad y ser coherentes y consecuentes con ella. Y aunque pensemos que lo conseguimos, solo hemos logrado ser disciplinados en el silencio y el aislamiento. Nuestra realidad es el vacío.
Se nos ha dicho que llamarnos a la quietud y el aislamiento es la solución a la emergencia y el único camino que nos llevará al futuro. ¿Cuál futuro? Para eso todavía no hay respuesta. Porque quienes planificaron y dirigieron nuestro futuro, en la aceleración sin sentido de una revolución tecnológica sin valores ni condición ética, no saben hoy qué harán ellos mismos consigo mismo.
El poder de siempre se ha quedado desnudo. Ha mostrado sus grietas, sus inseguridades y no da señales de poner sobre la humanidad una receta magistral, determinante y absoluta – como ha sido su costumbre – para  que la sociedad entera se encolumne y camine convencida hacia una normalidad. ¿Cuál normalidad? ¿La misma que nos ha llevado a este vacío? No lo saben. No por desidia en pensarlo ni por estrategias ocultas de reafirmación de su propio poder. No es por eso, es porque no saben qué sucederá con ellos mismos.
Se nos ha dicho y nosotros repetimos disciplinadamente que estamos en guerra. Pero no se nos ha dicho contra quién. Y los que intentaron descubrirlo se encontraron con el vacío. Una guerra – tal como las hemos conocido – necesita un enemigo. Ese enemigo puede ser un Estado, una sociedad en particular, un grupo tribal, una asociación de malos como en los comic, pero en todos estos casos hay un factor humano. Y cuando hay factor humano, entonces hay violencia. Una violencia que aumenta hasta que un día reaparece el factor sensible, empático, solidario, lo mejor de la condición humana y entonces se acaba la guerra.
Pero en esto que vivimos hoy, que definen desde el poder como “guerra”, nunca hemos visto al enemigo, jamás tuvimos noticias de un ejército, abandonamos el campo, la ciudad y todos los sitios posibles para una batalla. Y nos aislamos. La orden es que no haya ejército, que no nos juntemos, no nos toquemos, no nos abracemos, no hagamos nada de lo que siempre hacíamos. En esta “guerra” no hay soldados que se abracen antes del combate y celebren la victoria o se consuelen tras la derrota. La estrategia es el silencio y el vacío. El dolor se conoce a la distancia y solo por noticias. Lo único que presentimos como real es la muerte.
En el silencio y el vacío del espacio, ante la absoluta falta de ideas y la  incertidumbre hecha realidad, se ha impuesto un paradigma. “Cuidarse a sí mismo y cuidar al otro es no verlo, no tocarlo, mantenerlo a distancia”. Se aplica la frase y el mensaje de “porque te quiero, te quiero lejos”. Un contrasentido para nuestra historia y memoria emotiva. Porque el mensaje, está reñido con lo que sabemos y conocemos de la condición humana.
Si supiéramos que el paradigma futuro será ese y no otro, entonces tomaríamos conciencia de la tragedia. Y a la incertidumbre actual le agregaríamos más incertidumbre, desazón, desamparo y soledad. El silencio y el vacío de hoy no sería una emergencia. Y esa es nuestra duda hoy.
Paradójicamente nuestra esperanza no es una certeza ni una quimera, es esa duda. Es tan potente la amenaza biológica, la emergencia social, científica y tecnológica y la ausencia de ideas, planes y estrategias,  que nos aferramos a la duda.
En esta supuesta  “guerra” sin armas es tan omnipresente la muerte inevitable, la muerte sin condiciones, la muerte sin lucha, la muerte como fatalidad que no sabemos cuándo nos tocará, que elegimos la duda como bandera para que no se nos apague lo último que nos queda: la capacidad de supervivencia.
Instalados en la duda, hacemos planes. Volvemos al pasado. En medio del silencio y el vacío buscamos afanosamente en el pasado, lo mejor de nosotros mismos, los mejores tiempos, la anécdota precisa, la historia concreta. No lo hacemos por nostalgia sino porque en la duda buscamos armas, ideas, elementos que nos permitan pensar en un futuro.
Planificamos cosas y enviamos mensajes de afectos, proponemos planes y esperamos desesperadamente las respuestas. Porque no hay guerra ni virus ni emergencia biológica planetaria que mate la condición básica del ser humano: su dependencia del otro. Lo grupal y compartido está en la esencia de la especie, como en casi todas. La naturaleza nos hizo así, aunque la irracionalidad aplicada en nombre de la razón, nos haya querido convencer de lo contrario.
En el silencio y el vacío, al que fuimos confinados en estos días de emergencia, nos hemos instalado en la duda para pensarnos como individuo, para imaginarnos como grupo y poder sostener una idea de futuro. Cada uno con sus armas y recursos está empeñado en esa tarea ahora mismo, aunque no se diga ni se note. Nadie confiesa sus miedos y mucho menos sus dudas.
En este aislamiento de ausencia absoluta, sin contornos reales e  imaginarios, solo acompañados por “lo que fue” e ignorantes de “lo que vendrá”, poco a poco - en la soledad de cada cual - vamos entendiendo el significado de la palabra Nada.
Aun así, seguimos frotando con las manos trozos de madera seca, raspando piedra contra piedra cada vez con más énfasis y rapidez, esperando que aparezca el rayo original, esperando que de tanto esmero, esfuerzo y persistencia, vuelva a salir el fuego, para mirarlo con asombro otra vez. Y al final, abrazarnos por la proeza.
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Aguafuerte, Aislamiento,  Cuarentena, Covid19, Soledad, Reflexión, Condición Humana, Vacío, Nada, Futuro, Pasado,



viernes, 20 de marzo de 2020

EL COLAPSO DEL HOMBRE SOLO QUE TRIUNFA


El hombre de las cavernas sobrevivió, creció y se multiplicó en medio de tragedias mayores que el Coronavirus. ¿Cómo pudo hacerlo con tan precarios conocimientos científicos y una tecnología tan rudimentaria?
Conocía, utilizaba y manejaba con solvencia un elemento clave de la cultura universal de la humanidad: el Sentido Social de la Solidaridad en Comunidad.
Sin escritura ni grandes explicaciones, el hombre de las cavernas sabía con claridad, que en las grandes emergencias, su propio y único accionar no tenía valor. Solo aportando al esfuerzo conjunto de la comunidad, era  donde su acción individual se multiplicaba y era eficaz. Ese es el principio que la sociedad contemporánea no tiene.
La sociedad moderna cree en el individuo como fuente universal de suficiencia y poder. Rinde culto al esfuerzo personal como única forma de alcanzar niveles de bienestar. Un “bienestar” que tiene nuevo significado en el marco de la sociedad de consumo.
Es el paradigma del “Hombre solo que triunfa” ante los peligros, que se sobrepone y los domina o elimina. El hombre o la mujer sola que moldea su propio futuro resistiendo la adversidad. Y aunque en la definición del paradigma no esté escrito, es natural pensar que se llama “peligros” y  “adversidad” a la misma sociedad. Es decir, es la cultura del “yo soy bueno, luchador y perseverante”, todos los demás “se merecen lo que tienen por vagos, irresponsables e inconstantes”.
El viejo relato de las “influencias perniciosas” que en este caso no es otra que la misma sociedad. El “Hombre solo que triunfa” debe luchar dentro y contra la sociedad. Solo así alcanzará su meta, será alguien renovador y de progreso. Será menos natural y más civilizado. Pero no hay registro sobre si es mejor humano.  
Pero resulta que ante la primera emergencia, se advierte que la  acumulación de bienes y los éxitos profesionales no le han dado muchas herramientas para conducirse en tiempos de crisis. En la emergencia quedan expuestas de forma evidente muchas carencias. De pronto se descubre que los avances científicos y tecnológicos no los han hecho más hábiles, imaginativos y creativos en la supervivencia. Todo lo contrario, los expone, los muestra como seres profundamente dependientes, incapaces de ver más allá de su inmediata necesidad.
El “Hombre solo que triunfa” del paradigma, de pronto descubre en medio de una crisis, que su capacidad de comprar y su lugar en el escalafón profesionales y el espacio ascendente que ocupa en la comunidad no les sirven para nada. Ha podido fabricar y hasta moldear su futuro – al menos eso cree – pero no puede comprar la vida que necesita para llegar a ese futuro.
La causa es simple: no todo se puede comprar. Una frase desgastada por el uso, abuso y mal uso, pero que forma parte del catálogo general llamado “Sentido Común”. Algo así como una enciclopedia no escrita que tienen las sociedades para advertir a las próximas generaciones. 
La sociedad contemporánea como tal – en comparación a la que construyó el hombre de las cavernas – es una sociedad desestructurada que en situaciones críticas de emergencia social, muestra una absoluta incapacidad para actuar como sociedad, en bloque, solidariamente y con un mismo plan de acción. Mientras mayor sea el crecimiento económico, financiero y comercial de esa sociedad, más patética se presenta esa fragmentación. Porque el nexo primordial que la une, es el dinero y la capacidad de compra.
Es una sociedad sin empatía, con un solo ritmo de pensamiento técnico y automático. Para cada desafío, existe una fórmula para intervenir. Ante cada peligro hay artefactos, medios técnicos y protocolos de relaciones personales que permitirán mitigar los efectos. En esta sociedad todo tiene su correlato, vivir es una secuencia programada que encadena sucesos en la vida de las personas, que han sido marcadas de antemano. Y como si fueran postas o vallas a saltar, cada individuo debe llevar ese rumbo si no quiere quedar fuera del camino del éxito. Hasta que llega  una pandemia que no estaba en el programa.
El paradigma del “Hombre solo que triunfa”, el individualismo extremo, la exaltación del ego, la idea del éxito y las relaciones personales mediadas por el dinero, han moldeado una élite dentro de la comunidad o sociedad. Es la élite a la que nada le toca, nadie le puede hacer daño y el que lo intente recibirá el peso y la condena del poder. 
Las sociedades occidentales han ido desarrollando un sistema de castas, complementario a la división en clases. Usando el dinero, la capacidad de comprar, consumir, acumular y acaparar, han establecido categorías sociales que no están prescriptas o definidas en ningún lado, pero que están. Se ha construido una sociedad profundamente desigual, de grupos inconexos, que se conducen como comunidades absolutamente diferentes con intereses contrapuestos.
El ideal de sociedad democrática, participativa, igualitaria y unida por el supremo interés común, es solo un eufemismo en los preámbulos de las constituciones que dan forma a los Estados. El paradigma triunfante solo deja una sociedad profundamente desigual, a la que cínicamente se la caracteriza como “diversa”. Pero no es diversa, es desigual. Suena parecido pero no es igual.
Paradójicamente la élite y sus formas, convierten a las personas que la integran en marginales. Están en un estrato tan superior al resto, que en realidad están fuera de la sociedad. La pueden controlar y dominar, pero están fuera. El dinero ha generado una sociedad grupalmente desigual y el paradigma del “Hombre solo que triunfa”, ha fabricado una particular especie de marginales. Son los que nada saben hacer sin dinero, sin influencia, sin contactos, sin tarjetas ni presentaciones. El paradigma del “Hombre solo que triunfa” es el paradigma del “Hombre amputado” en su condición humana. Es un hombre inútil en naturaleza porque ha perdido los elementos básicos de la condición humana en el camino al éxito, el triunfo y el prestigio. En ese parnaso del sistema, la élite sofisticada resulta ser un conjunto de marginales, que se hacen compañía pero que no se pueden ayudar en situaciones extremas, porque no saben que es el sentido social, el concepto de solidaridad y el rol de empatía.
Las crisis epidémicas a lo largo de la historia, siempre han puesto a prueba el temple de los pueblos que las padecen. Han dejado conclusiones y prioridades a resolver. Pero en todos los casos, se ha partido de un sentido comunitario que esta sociedad moderna no tiene. El “Coronavirus” no solo es una pandemia sanitaria mundial, también es un colapso moral y la evidencia empírica del cinismo económico y la oscuridad política de la sociedad occidental de hoy.  
Como ha ocurrido otras veces también a lo lago de la historia, siempre hay pequeños grupos que han tenido en resguardo valores y herramientas morales y emocionales, que siempre son necesarias para cualquier reconstrucción. Porque además de la técnica y la ciencia, también son fundamentales otros elementos humanos.
Esos personajes considerados nocivos y peligrosos en tiempos de normalidad, son los que poco a poco van quedando en la primera línea de combate en las emergencias. Son los que nunca renunciaron a su condición humana, su inserción e interacción con el mundo natural en que crecieron y que siempre están dispuestos a reconstruir lo que la avaricia va destruyendo a cada paso.
Un pequeño grupo humano que ha mantenido empatía social, reconocimiento del otro y sus semejanzas, solidaridad comunitaria, interacción natural con su entorno y un espacio vital generoso, son los encargados de recomponer esa sociedad de “Hombres amputados” que lentamente fue fabricando el paradigma del “Hombre solo que triunfa” y que una imprevista pandemia ha dejado en evidencia.
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Imagen de autor desconocido tomada de la Red. Se agradece información para consignarla. 

jueves, 5 de marzo de 2020

SOLO SE TRATA DE COINCIDIR


No sólo hay que saber decir sino mejor en qué momento decir. De nada sirve un pensamiento brillante en el centro del sol ardiendo, cuando una simple chispa en la oscuridad, indicará el rumbo posible para encontrar lo que se busca, que tal vez sea el mismo sol, que ha calcinado la idea brillante.
La quimera de todo escritor, es encontrar el momento justo en que su escritura tenga el impacto con la que fue pensada. Ningún escritor en serio, escribe para adormecer el pensamiento y la sensibilidad de sus congéneres. Tampoco busca empatía, su ego no se lo permite. Lo que persigue es el impacto en el otro. Y que ese impacto sea visible, que él mismo lo pueda comprobar. Solo así disfrutará de la segunda parte de esa satisfacción general que es la escritura. Escribir y el posterior impacto son clave, para todo el que se dedique a escribir en serio.
Pero las cosas no siempre coinciden. A veces el impacto se produce un siglo después de la existencia del escritor. A veces el azar es generoso con la banalidad y le otorga al escritor el beneficio del impacto, aunque sea momentáneo o que dure un poco más. Tal vez el mismo espacio de tiempo mientras vive. Y luego todo se disipe y se diluya sin resistencia en la niebla de los pensamientos confusos o en las ideas injustamente condenadas al olvido.
Esto de escribir no siempre se da al gusto de todos. Ni de los que leen o esperan leer lo que quisieran escribir, ni de los que escriben y esperan encontrar a los lectores que a ellos mismos les gustaría ser.
Por eso a veces hay sorpresa en las reacciones de los otros. Tanto si hay apatía como si hay complicidad. Y no digo lo que sucede si hay coincidencia emocional, porque eso ya es el paraíso para quien ha  escrito lo que haya escrito.
No siempre hay coincidencias… Pero lo que se busca afanosamente es alguna  coincidencia,  complicidad o simbiosis total entre el que escribe y el que lee. Porque en ambos ejercicios siempre hay algún tipo de complicidad.
Los que escribimos, en realidad nos estamos leyendo, estamos poniendo en grafía lo que estamos leyendo de nuestro pensamiento, que siempre es mucho más amplio y profundo de lo que atinamos a leer imaginariamente en nuestra mente, en esas fracciones de segundos a veces discontinuas, a veces seguidas y alteradas por la urgencia de querer recordar lo que estamos leyendo de nosotros mismos.
Los que leemos, en realidad nos estamos mimetizando con lo narrado y hasta asumimos el rol de los personajes que protagonizan el relato. Leemos hablando internamente, le asignamos tonalidad, colorido y hasta le damos coloratura a las voces de los personajes, los  intuimos, completamos la apariencia del personaje, más allá de la descripción que haya puesto el escritor.  Y  cuando no  hay personajes y el texto discurre en clave  poética, sin definir al personaje, es muy probable que  nos sumemos a la aventura de ser nosotros mismos los que vivimos eso que se cuenta. Cuántas veces al finalizar un poema pensamos que algo de eso nos pasó a nosotros o nos gustaría que nos pase o encontramos la clave de lo que nos está sucediendo.
Al final, en esto de escribir y de leer, se trata de coincidir. Toda la teoría termina resumiéndose en ese verbo proveniente del latín formado por el verbo “incidiré”  - que significa “ocurrir”, “caer en”  - y el prefijo “co”.  Algo así como que nos ocurren las mismas cosas o caemos o estamos en el mismo estado y lugar.
Pero que en nuestro idioma, la palabra da lugar para referirnos a varias ideas afines. Porque coincidir  también es “concordar” o “estar en conformidad”.  Pero en literatura creo que las acepciones que mejor se prestan son las de “acoplarse o encajar con el otro”. Porque como digo, en esto de escribir y leer tiene que haber siempre una complicidad entre las partes.  Pero coincidir también puede ser usado como “Convenir o estar de acuerdo”. 
Por lo tanto creo que en este proceso de escribir y leer un mismo texto, hay siempre una decisión de Convenir y Acoplarse uno con otro, para que el tiempo, el momento, la circunstancia y la impronta de las ideas y sus personajes, se den en diferentes tiempos pero con igual sentido e intensidad como fueron escritas y necesitan ser leídas.
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viernes, 28 de febrero de 2020

LA CARA ES NUESTRO DIAPASÓN


Cuántas caras tenemos a lo largo de nuestra vida o de nuestro día. O mejor me pregunto, cuántas vidas tenemos a lo largo de nuestro día que se muestran – aunque no nos demos cuenta – en nuestra cara. ¿Es la cara un reflejo de algo que no vemos? O esta afirmación forma parte de esos mitos sociales que vamos construyendo sin saber muy bien por qué. Una  construcción hecha con el aporte imaginario de cada cual. ¿Tenemos una única cara? ¿Podemos diseñar nuestra propia cara? O solo debemos admitir o soportar la que nos va dando el momento, las circunstancias o la vida.
Una de las primeras cosas que dice el diccionario, es que es la parte anterior de la cabeza de algunos animales. Es decir, nosotros entre ellos. Pero también dice que es la superficie, fachada o frente de algo. Y en ese “algo” también podríamos estar nosotros. Porque el fin y al cabo, aunque gastemos tiempo y dinero en ponernos cosas encima, lo que cuenta es la cara con la que llevamos ese cuerpo vestido, que también se traduce como “nuestra humanidad”.  Entonces nuestra “fachada” no es el aspecto de conjunto – aun con toda su envergadura – sino ese espacio pequeño que tenemos en la cabeza.
A veces se me ocurre que la cara es como nuestro diapasón. Es el lugar donde se concentran todas las notas musicales y sonidos. Ese sitio en donde solo se manifiestan de vez en vez, en infinitas combinaciones. Por eso no siempre tenemos la misma cara. No siempre somos el mismo músico ni estamos en el mismo tema. Tampoco hacemos el mismo ruido. Porque no duplicamos expresiones, solo las expresamos de forma diferente. Aunque los fanáticos de la estadística usen nuestra cara estática y encorsetada  para hacernos un documento de identidad.
Nuestra identidad está en la cara, es verdad. Y es en sus rasgos generales donde se muestran algunos aspectos de la personalidad, el estado de ánimo, la salud corporal y psíquica y el prontuario de las causas justas o inútiles de nuestra vida. Pero todo eso no sale en una foto y menos en las automáticas de los registros policiales y documentarios. Todo eso que está cargado en la cara, solo aparece de vez en cuando y se modifica tantas veces, como circunstancias se den en el devenir diario de cada uno.
Hay caras memorables, esas caras que en nuestra memoria correspondan a otro, porque cuando nosotros tenemos momentos memorables no perdemos el tiempo en observarnos ni estamos pendientes de saber cómo nos queda. Muchas veces intuimos que en algún momento, nosotros también tenemos una cara memorable como la que recordamos de otro. 
A veces una foto nos revela la incógnita sobre nosotros mismos en el momento memorable. Pero después de la primera fracción de segundos en la observación, enseguida  nos llega la memoria de lo vivido, del hecho consumado. Y la memoria siempre es generosa con nosotros en el recuerdo de los momentos memorables. Nos pone en primer plano aquello que sabe que nos hará bien y nos incita a repetir (o sentir que repetimos) ese momento de cara memorable.
Hay tantas caras en nuestro repertorio, como emociones seamos capaces de tener. La cara es nuestro alcahuete que no nos deja especular en los momentos precisos. Sustraer de nuestra cara todas las expresiones de una emoción, no es un mérito nuestro. Solo es posible esconderlos por desatención del que se supone que te mira. Porque a veces y con más frecuencia de lo que suponemos, nos miran pero no nos ven. Así es como zafamos de mostrar algo que no queremos mostrar. Pero esta aparente ventaja general de ciertos momentos, se nos vuelve tristeza cuando reparamos que el otro, con quien pretendemos comunicarnos, ni se ha enterado del segundo decisivo que nos hubiera gustado que viera y así participar de esa emoción que nos hubiera gustado compartir.
¡Tantas vueltas tiene una cara! La tuya, la mía, la de los otros y la de los que nos pasan sin saber quiénes somos ni quiénes son. Cada cara es un preludio de una historia, una escena, un momento de vida que se podría contar pero no se cuenta. Solo es una expresión de los músculos de una parte de la cabeza que – al mismo tiempo – son el promedio general de todo lo que se está moviendo en el interior de esa persona. Esa cara que se manifiesta en el instante es tanto lo que dice, que podríamos invertir horas en escribirlo, contarlo o pensarlo.
Pero nunca hacemos eso. Para eso están los que escriben, los artistas que pintan o esculpen, los fotógrafos, los que filman o los que traducen caras a través de notas musicales. Lo que sí hacemos todos es llevar una o varias caras de alguien en la memoria, según el grado de huella que haya dejado en nuestra historia reciente o en nuestra vida.
Y aunque sea un poco más difuso representarla, también guardamos algunas caras nuestras. Las que pudimos registrar en un soporte visual o la que  suponemos que tuvimos en ese momento que no queremos olvidar. Así, de tal manera, cuando recuperamos de nuestra memoria una de esas caras, no es la cara lo que buscamos, es la emoción del momento y la secuencia previa  que ha producido esa cara  que queremos recordar y que guardamos celosamente en la memoria.
Si es por escribir sobre las caras, entonces puedo empezar hoy y no abandonar la tarea hasta el final de mis días. Por ahora solo quiero decir, que nuestra cara es el único testigo fiel que puede contar cómo estamos, que suponemos que pensamos y hacia dónde se supone que vamos. Todo en una fracción de segundos. Porque en los minutos siguientes, tal vez ya estemos en otro estado – no muy distinto al que estábamos – pero que el movimiento emocional de nuestra vida ya ha modificado.  



Imagen: sarmiento-cms / el jinete imaginario

jueves, 20 de febrero de 2020

TODO PASARÁ Y DE TODO TAMBIÉN


La foto es toda una parábola sobre Crónica de un Amor Intenso y Te Besaré a Quemarropa. El primero lo acabo de publicar y el segundo lo será dentro de poco. Los he escrito, es cierto. También y por suerte los he vivido. Ahora que están terminados y uno de ellos publicado, no puedo sustraerme al hecho ceremonial. Todo libro tiene su bautismo y ellos por ahora solo tendrán acta de nacimiento. Será este texto. Las fiestas quizá ocurran algunos días más adelante, en lugares diversos y distantes, cuando cada uno los lea, los disfrute y los comparta.
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Los he puesto en este mundo urbano que imagino como un bosque, que puede ser verde, fresco, amplio y generoso o puede ser áspero, inhóspito y  hasta tóxico. Yo anduve lo mío y los libros andarán ahora lo suyo. Les he puesto una escalera grande y alta para que lleguen lo más lejos que puedan en ese bosque.
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Me he ubicado al pie de esa escalera porque soy el que los va a impulsar, pero no subirá con ellos. Solo aportaré lo mejor de mí, para que sigan adelante. Y mi presencia ahora será esa de estar y no estar, que se me vea y que no se me vea. Será algo así como dejarse sentir, pero no ser la presencia absoluta. Nunca me gustaron los protagonismos y menos los excluyentes. Por eso me ubicaré en el trasluz. Quizá sea una forma inconsciente de protegerme de los comentarios jodidos o el ninguneo. No lo sé. Y tampoco lo averiguaré. Mi plan tiene otras ocupaciones.
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La decisión de publicar implica exponerse a los comentarios buenos y malos, a los dedos para arriba y para abajo, a los dedos índices rectos o retorcidos, a los que acusan, a los que te interrogan o te señalan sorprendidos, porque no encuentran concordancia entre lo que leen y quien dice que lo escribió.
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La decisión de publicar también me deja a merced de la respuesta tardía, al halago de circunstancia y al mensaje aséptico “Te deseo suerte”. Y también debe entrar en el cálculo de probabilidades, el silencio absoluto.
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La decisión de publicar me cargará de símbolos. Porque la sociedad en la que vivo – por su realidad e historia cultural – tiene códigos, definiciones y lecturas determinadas sobre la literatura, la poesía, los que escriben y los poetas. La decisión de publicar implica aceptar ese riesgo de ser incluido en algunos estereotipos, en clasificaciones que tal vez no comparta. Pero la decisión de publicar también es la voluntad de enviar un mensaje distinto a todas esas concepciones definitorias.
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También habrá sorpresas buenas, comentarios generosos y auténticos de gente conocida y de gente que no conoces. O expresiones favorables al libro y de aliento para seguir escribiendo de gente que no te lo esperas.
Quizás aparezca un músico que elija una de esos textos y los convierta en letras de un tema musical que se le acaba de ocurrir. Es posible que un día me sorprenda, porque alguien con una excelente voz, decida armar un recital con alguno de los poemas de ambos libros. Pero tal vez nada de eso suceda y se den otras circunstancias.
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La única certeza que tengo, es que los libros no serán confinados al silencio ni tendrán lugar en el baúl de las cosas innecesarias, banales y superfluas. Ambos libros contienen textos que quizá en el tiempo se conviertan en palabras anónimas porque no se registre quien las escribió. No sería justo, pero tampoco es una condena. Porque lo que he escrito, lleva como primeras consignas la de ser leído, sentido, pensado,   reflexionado y divulgado. Sobre todo divulgado. Porque lo que no se difunde, se comunica, muere lentamente de muerte injusta. Y en este caso, es más importante la palabra, el verbo, la frase y sus entornos, antes que el autor. 
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Todo pasará y de todo pasará. Y yo seguiré escribiendo tal como dice el poema Escribiré de Crónica de un Amor Intenso. Esa es mi única y auténtica realidad.    






Foto: sarmiento-cms / el jinete imaginario

viernes, 31 de enero de 2020

¿CUÁNTOS AÑOS TENGO?


Me gustaría que fueran 20 y mejor todavía que fueran 30. Pero tampoco me quejo si son 15 y me apena pensar que son menos de 10. Dicen que Galileo Galilei explicó en cierta ocasión, que la verdadera edad es la que tenemos por delante y no los años transcurridos desde el nacimiento. Esos ya los gastamos. En la historia o cualquier otra ciencia social, la edad no es más que una cronología. Pero en la condición humana, la edad es un espacio atemporal de recuperación del pasado y construcción del futuro.
Suponer la edad por lo que nos queda por vivir, genera las tensiones de lo desconocido. Pero no tiene nostalgia ni melancolía. No hay tristezas por lo que no se va a recuperar. Pensar la edad según la probabilidad de futuro,  solo es posible en términos de quimera. Pueden llamarlos deseos también o esperanzas y si prefieran, calzarse la edad como una utopía. Pensar la edad así, obliga precisamente a pensar y luego cargarse de estrategias para apuntalar esas ideas que se van juntando con los días.
En cada aniversario del nacimiento, siempre hay una vocación de refundación. Y se venera la edad pasada como algo necesario para pensarse, definirse, criticarse, recomponerse y desafiarse. Cada aniversario lo vivimos como un nacimiento. En la cronología de las horas de ese día, se acumulan propuestas, deseos y buenas intenciones. Se festeja la lluvia de pensamientos generosos. Y al final, el cuerpo queda  vestido con ese traje transparente llamado ilusiones y la convicción de que algo bueno sucederá. Cada aniversario es un acto de fe consigo mismo.  
La edad del documento es otra cosa. Los años vividos ya sé que no los tengo. No se han ido. Solo han pasado y cada uno de esos años está en algún lugar de la memoria y se turnan generosos para llamarme de vez en cuando y decirme que están ahí y tienen cosas que contarme. Porque los años pasado siempre tienen cosas nuevas que contar.  Mientras pensamos que ya no tenemos más conclusiones, ellos saltan de algún estante de la memoria, corren apresurados, se colocan frente a mí y me muestran una leyenda: “Hay más”.
Muchas veces dudo al atenderlos, desconfío o más bien me siento temeroso. Ya saben… Los recuerdos son esas armas de doble filo con las que te puedes cortar si no eres precavido y los usas con cuidado. Porque los recuerdos – en última instancia  - no son otra cosa más que un viaje al interior de uno mismo. Y no siempre o cualquier día estamos preparado para hacerlo. Pero en los aniversarios del nacimiento, uno siempre está más dispuesto a las osadías. Aceptar el reto de la memoria, es una de ellas. Pero como toda osadía, la decisión tiene esa carga de audacia, deseo, inconsciencia y cautela temerosa por lo que pueda suceder. Todo bien mezclado para que las sensaciones no se puedan diferenciar.
Cada aniversario de la apertura a la vida, los años pasados querrán decir sus cosas. Es natural. Pero en el vocerío de hoy, mientras los años dejan, sobre la mesa donde escribo, cientos de historias, solo quiero decir algo: “Estoy feliz de cumplir años”. Porque es importante saber cuál es mi sentencia, la que he elegido para este día, entonces empezar así, el recorrido sobre esos años pasados y las conclusiones que dejan sobre la mesa.
Estoy feliz de haber llegado hasta aquí, haber hecho el recorrido que hice, de no haber renegado nunca de mis ideales, de tener el entusiasmo intacto como el primer día y que las derrotas no me hayan sumido en la melancolía.
Soy hombre de quimeras, pero no me gusta ni quiero perderme en ellas. No soy persona que se deje llevar a las nubes por las ilusiones. Mi decisión siempre es estar afirmado, bien sostenido en el suelo que piso, a donde pertenezco, y preparado para dar el salto.
Hago esfuerzos por mantener intacta la confianza en mi persona. Aunque no siempre lo logro. Solo eso. Trato de reconciliarme en todo momento con mis pares. No me refiero a los que piensan igual que yo. Me refiero a las personas con las que disiento, pero llevamos el mismo objetivo como horizonte.
Imaginé y puse mi esfuerzo por construir un mundo mejor del que tenemos. Pero no soy necio y puedo reconocer que, en el que vivimos, tiene infinidad de progresos respecto del pasado. No creo en el nihilismo que todo lo achata. Es falso que nuestro mundo es peor que el de hace 50 años o un siglo. Nuestro mundo hoy nos parece insuficiente y limitado, sencillamente porque hemos crecido y no nos conformamos con lo conseguido. Pienso en el conjunto de la vida como un hecho social. Pienso en el hombre en su constante afán de superación. Cuatro imbéciles con ambiciones de poder (aun ejerciéndolo) no son nada, comparado con el irrefrenable camino de la humanidad hacia un mundo más simple, más generoso, más solidario, más sustentable y amigable con la condición humana.
En todas esas luchas del progreso humano he tratado de estar. También estuvo en muchas de las derrotas. Pero cualquiera que sea el balance, quiero decir que me siento feliz de haber estado, de haber participado.
Ahora, con algo de distancia sobre los acontecimientos importantes de mi vida, solo pienso en una cosa. El sol mañana aparecerá despacio en el horizonte del río y me hará la misma pregunta: ¿Cuáles son tus desafíos de hoy?
En nombre de los amores que tengo y para corresponder al alma inquieta que llevo dentro, estoy obligado a responder: “HOY ESTARÉ UN POCO MÁS ALLÁ DE LAS ESPERANZAS”.
Será así, mientras “Mi Entusiasmo” esté dispuesto a ser de la partida.
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Foto: sarmiento.cms /el jinete imaginario