martes, 22 de enero de 2019

VOLVAMOS Y REPASEMOS EL COMIENZO


Se puede ser flexible sin abandonar los principios. Se puede ser coherente en la negociación y no dejar la bolsa con los valores debajo de la mesa de debate.
Esta es una verdad que reconoce casi todo el mundo. Pero esos “todos” también afirman que es un ideal difícil de cumplir. Tantas veces se repite esta falacia que hemos terminado por creer que tenemos dos opciones. Se es intransigente de manera tonta y absurda hasta el hartazgo o se es un mercenario dispuesto a vender lo que no se tiene en cualquier ocasión y a cualquier precio.
En esas posiciones hay una alta cuota de cinismo, otro poco de pereza intelectual, otra de reafirmación de la propia ignorancia y mucha hipocresía para no confesar que se es un amoral en toda regla.
El diálogo es una de las primeras condiciones que indican que se ha avanzado algún tramo en nuestra evolución. Ese peldaño de crecimiento, el hombre y la sociedad no lo hicieron a costa de su integridad. Ese peldaño es el que sirvió – en sus comienzos – para empezar a construir la arquitectura moral del ser humano.
En estos tiempos de anatemas, condenas y descalificaciones, sería bueno recordar cómo fueron los comienzos del pensamiento. No los busque en el autoritarismo o en la arrogancia intelectual.
¡Ya ven…! Sócrates era todo lo contrario de eso que menciono.
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martes, 15 de enero de 2019

ARGENTINA NO SERÁ EL LUGAR DE MI DERROTA


Ese lugar en el extremo sur del continente americano, no será el lugar que me  verá derrotado. A ese enemigo lo conozco demasiado. Si alguna vez hay una derrota – si es que la hay – no será ahí. La derrota como la muerte, me verán en otro lado. Y ese lado lo elegiré yo.
Argentina  no será el país que me va a derrotar. Ni todas sus banderas ni todos los fanáticos que se proclaman dueños de la Argentina y celosos guardianes de la argentinidad. No será esa Argentina la que verá mi derrota.
Su pueblo me ha dado y me  dará tristezas y alegrías. En todo caso lo podré criticar o avalar, respaldar o contradecir,  acompañar o  intentar detenerlo.
Pero esos zigzagueos de la vida social, política y cultural, forman parte de los amores circunstanciales que un hombre pueda tener en su vida. Otras sociedades han llamado mi atención y he participado con esmero en la vida de ellas. Aún lo hago a la distancia. Porque el interés y  la preocupación por una comunidad, rompe los kilómetros y la coloca sobre tu mesa, cama o escritorio como si estuvieras ahí dentro.
A veces no estoy en Argentina, aunque mi vida cotidiana diga que estoy aquí. Tampoco estoy en Buenos Aires todo el tiempo. A veces estoy en La Pampa. Voy hasta el Río Colorado y revoloteo por los cauces secos del Atuel, ese río secuestrado. Otras veces me quedo en Córdoba, en Villa María y el río. Y muchos días me los paso en España. Estoy en la Plaza de Mina de Cádiz. A veces camino por Málaga, otras por Barcelona. Vuelvo a Jaén, las sierras de Segura y Cazorla. Y sigo viaje a Madrid.
La nacionalidad – como se sabe – es una circunstancia que el recién nacido no puede pronosticar.
Pero sobrevivir  a los embates del “orgullo nacional”  (esa escoria húmeda que a veces se instala en las comunidades hasta matarlas por asfixia)  es un signo de fortaleza que no todos se lo pueden permitir. Eso depende de las armas que le hayan sido entregadas el recién nacido, a poco de empezar a caminar. La filiación aquí es una contingencia positiva. La herencia moral y cultural es un valor que cotiza con los años.
Por eso digo que no será esta Argentina del “orgullo nacional” y todas sus banderas, ni su viejo y nuevo liberalismo ni sus falsas proclamas de libertad, las que me va a derrotar.
Tengo un país distinto. Mucho más fuerte que el que me han querido y siguen queriendo imponer. Es el país de mi infancia. Una infancia feliz, generosa, solidaria, comunitaria, participativa, festiva en las cosas simples, germinativa.
Ese país también es Argentina. Es otra Argentina. Sin  banderas ni abalorios. Simple, sencilla, desnuda, fértil y solidaria.

Eso también es Argentina. Aunque no haya registro, ni señal en la acelerada vida cotidiana de esta nueva sociedad. Una comunidad modelada por una comunicación masiva que promueve descomposición y traiciones, engarzados en adecuados trajes de moral republicana.


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Foto: sarmiento-cms

LA GRAN PÉRDIDA DE NUESTRO TIEMPO ES LA MEMORIA DE LA EMOCIÓN.


El tiempo de la inmediatez nos ha dejado huérfanos del placer. .
El rapidismo se ha llevado por delante el placer de vivir. Volver a vivir en lo inmediato, la emoción del instante fugaz que nos ha conmovido.
Todo es tan sencillamente veloz, que no queda espacio para el suspiro y la inspiración profunda. Esos breves movimientos del diafragma que llenan los pulmones de ilusión.
Cubren el cuerpo de innumerables puntos de emoción. Esa textura erizada que invade la piel y lo recorren en sucesivas sensaciones de frío y de calor. Producto de un breve estruendo de sentimientos, que no queremos que se pierdan, que se vayan. Y siempre pedimos que se repitan un poquito más.
Todo ocurre. Pero estamos ausentes. Instalados en la velocidad.
El repentismo ha copado nuestros sentidos. Ha estrangulado una parte de nuestros sentimientos. Y nos ha dejado ausentes de nosotros mismos.
Ausentes de nosotros mismos.
A veces. Y ojalá…
No sea para siempre.
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Imagen de Quint Buchholdz .