miércoles, 8 de abril de 2020

CASI UN ACTA DE NACIMIENTO


En lo personal
“RELATOS EN CUARENTENA” ES CASI UN ACTA DE NACIMIENTO
A partir de hoy, tendré que decir por el resto de mis días,  que mi primera publicación fue en La Pampa y en una editorial cooperativa. Un territorio “querenciero”, como lo define la amiga Guillermina Gavazza,  donde hice tantos amigos ligados a las artes en estos años. Y donde tomé contacto con la pandilla del fervor y el entusiasmo que es Siete Sellos. Como periodista  publiqué en casi todos los grandes medios de Argentina y algunos de España. Pero como escritor nunca.
Mi primer texto literario se ha publicado en un lugar próximo en el pensamiento, el espacio y el afecto, en una empresa cooperativa y en el marco de un emprendimiento colectivo. Tres aspectos que calzan como un guante en mi identidad. No ha sido en Nueva York, Barcelona, Ciudad de México o Buenos Aires con uno de esos grandes sellos que les quitan el sueño a muchos de los que escriben como yo. Quizá algún día me guste hacerlo así. No lo sé. Por el momento, solo he publicado como autor indy, el libro de poesía “Crónica de un Amor Intenso”, que está disponible en Amazon.
Pero participar del proyecto colectivo “Relatos en Cuarentena” es distinto.  No ha sido una decisión personal, sino una elección de los compiladores. Y eso –además de publicar – tiene el mérito de haber entrado en consideración de otras personas, que tiene la responsabilidad de elegir y editar aquello que  les parece que tiene mérito para eso. Estar en este grupo no es un antojo personal. Es una decisión que está por fuera de mi mismo. Es como decir: “Si estoy ahí, es porque  hay otros que han considerado interesante, oportuno o de valor que esté ahí.” Y al ser la primera vez que me ocurre, entonces es legítimo decir “es como un acta de nacimiento”. Nadie elige dónde nacer. Es algo que se da. Lo deciden otros. Pero después, lo llevas contigo por el resto de tu vida.
Como todo libro que sale a la superficie, su futuro es siempre es un enigma. Nadie sabe hasta dónde llegará y qué peso o densidad tendrá en la memoria literaria nuestra. Pero lo importante es que está y que tendrá su gravitación en estos tiempos  y quién sabe en el futuro. Pero lo determinante del libro, es que es una propuesta colectiva por dejar testimonio de uno de los momentos  más  complejos de nuestra vida social y personal, un momento de mucha  incertidumbre ante el avance de pandemias provocadas por virus que no conocemos y nada sabemos sobre lo que vendrá.  Un testimonio de nuestro tiempo, de estos días complejos,  que sin duda dejará una huella profunda en todos nosotros.
“RELATOS EN CUARENTENA”, un libro en el que participan más de 50 autores, está disponible en este enlace de la página web de Siete Sellos Editorial Cooperativa.
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sábado, 4 de abril de 2020

A NOSOTROS NOS QUEDA LA MÚSICA


Estos cassettes solo se escuchan de vez en cuando. Solo están para recordarme que la felicidad siempre es posible y que alguna vez existió.
Junto a otros pocos, tienen un lugar de primera línea en la biblioteca de la sala. Los compré en una casa de música cerca de la Puerta del Sol, al día siguiente de ir a un recital que dio en un teatro de Tirso de Molina, junto a Pablo Milanés y Silvio Rodríguez. Eran tiempos de “Entre Amigos”, ese magnífico álbum que en el Madrid de “La Movida” escuchábamos por todos lados.
Eran los meses previos al triunfo del partido socialista, el primero en la transición tras el regreso de la democracia. Eran tiempos en que los recitales de Ana Belén y Víctor Manuel, Joan Manuel Serrat, Miguel Ríos, Paxti Andión, Lluis Llach y Paco Ibañez, sin olvidar a Camarón, Tomatito y Paco de Lucía, llenaban estadios y andábamos las semanas previas  tarareando canciones, para que el recital no nos encontrara huérfanos de entusiasmo y sin poder acompañarlos en el fraseo. Andábamos, como dice la canción de Kiko Veneno, “Volando voy, volando vengo”…. “enamorados de la vida que a veces duele”
Eran los tiempos en que pensábamos que íbamos a tener la España que habíamos imaginado desde mucho tiempo. Tanto los españoles, por haber nacido y criado allí, como por los invitados a la democracia, como yo o mi amiga Laura, criados en la Argentina lejana, pero que habíamos crecido leyendo de esas esperanzas de los españolitos de a pie.
Pero nosotros éramos distintos a todos porque vivíamos en Vallecas, el barrio del insumiso que hoy se va. En cierto modo, igual que toda la gente del Puente de Vallecas, sentíamos que nos pertenecía o que él escribía y cantaba lo que queríamos decir, los que de esa zona de Madrid.
Fueron años de profunda reflexión y mucha más acción. Fuimos una generación precoz, moldeada al fuego de las prohibiciones. Nos agarramos a los artistas (músicos, poetas, actores, pintores y escritores varios) como quien se toma a un salvavidas en un océano, que nos había sido adverso desde el nacimiento. Fueron tiempos en los que los juglares ocuparon el lugar de los líderes y los héroes. Fueron tiempos en los que  vivíamos convencidos de que el arte se instalaría definitivamente. Y ellos fueron los encargados de expresarlo.
Crecimos esperando cada día una nueva poesía que nos interpretara y nos ayudara a explicarnos, comprendernos y – si se podía o se daba – también amarnos. Sin que nadie les diera el cargo, fueron los responsables de cuidarnos el alma, para que no se nos rompiera más de la que ya estaba rota. Crecimos con ellos y ellos crecieron con nosotros. Los pusimos arriba solo para poder alentarlos desde abajo con vítores y aplausos. Porque los artistas también tienen un alma que necesita que la mimen. Ellos lo hacían con la nuestra y nosotros con la de ellos.
Fueron tiempos en las que los artistas vivían entre nosotros y no había mediadores de discográficas que nos dirigiera la forma de hablarles. Fueron tiempos en los que te podías cruzar con ellos en alguna calle, como nos ha pasado con Aute, en la Plaza de Puerto Rubio o las terrazas de la calle Peña Gorbea, para  los que vivíamos por allí cerca. Bajábamos desde El Portazgo por la Avenida de la Albufera.

Eran los años en los que Sabina era Joaquín. Y se movía como un pez, por la calle de Toledo entre Plaza Mayor y la Plaza de la Cebada con escapadas a Tirso de Molina y a Sol. Eran los tiempos en que se juntaba con los macarras de Viceversa para hacer rock y blues. Eran los tiempos de reuniones y conciertos intimistas, acústicos, entre la protesta y el humor con Javier Krahe y Alberto Perez en el sótano de La Mandrágora, en la calle de la Cava Baja,donde también cantaba Aute algunas veces. Noches largas y días interminables.  

Eran los tiempos en que Joaquín tocaba rock en los pueblos de Madrid con Viceversa, cargando los trastos en el maletero y el techo del taxi de Manolo que vivía allí, entre ellos mismos, en la Plaza de la Cebada. Eran los tiempos de “Pongamos que hablo de Madrid”. Eran los tiempos de juglaría por las calles y en televisión. 
¡Era tan lindo ese Madrid o aquella Barcelona! ¡Eran tan lindos Bilbao y Portugalete cuando sonaba Paxti Andión! ¡Era tan linda Granada cuando había recital de Carlos Cano! ¡Era tan bonito llegar a la bahía de Cádiz porque sabías que Camarón estaba cantando en San Fernando! La felicidad quizá tenga muchas versiones. Y a lo largo de nuestra vida jamás conoceremos a todas, pero con ellos nosotros conocimos y vivimos una de esas formas de la felicidad.
El insumiso Aute, para nosotros, o Luis Eduardo Aute Gutiérrez, para el Estado, se ha ido hoy 4 de abril. Y supongo que no le debe agradar para nada,  que hoy elevemos tristezas y desazón. Supongo que el letrista del amor en las cosas simples, el juglar de Vallecas, el poeta de las cosas profundas, preferiría que nosotros cantáramos por él. Para recordarnos a nosotros mismos, que la felicidad es posible y que alguna vez la  conocimos.
El rebelde que compuso “La Belleza”, se va a los 76 años gritando las mismas cosas que discutía con empeño en las mesas de los bares o desde el  escenario “Y así sucede, que entre la fe y la felonía, la herencia y la herejía, la jaula y la jauría, entre morir o matar... Prefiero amor, amar, prefiero amar, prefiero amar”, como dice en la canción Prefiero amar. 
Compañero, amigo, artista, poeta, juglar, te llevaremos en el corazón lo que nos reste del camino. Y si hoy hay llanto, no solo es por ti, sino también por nosotros.
Si son verdad los versos de Machado, “todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar”, entonces tú has hecho el tuyo y a nosotros nos queda por seguir. Y en ese seguir, a nosotros nos queda la música.
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Foto: sarmiento-cms / el jinete imaginario




miércoles, 1 de abril de 2020

SOLO NOS MANTIENE LA PROEZA DE ENCONTRAR UN NUEVO FUEGO


Nuestra realidad hoy, no la determinan los gobiernos ni el poder económico ni las ideologías ni las burocracias de las instituciones, aunque pensemos que algo de eso está ocurriendo. Nuestra realidad hoy la impone y conduce la incertidumbre.
No somos nosotros los que fabricamos nuestra realidad en interacción con el entorno social y natural. Hacemos un esfuerzo supremo por crear una realidad y ser coherentes y consecuentes con ella. Y aunque pensemos que lo conseguimos, solo hemos logrado ser disciplinados en el silencio y el aislamiento. Nuestra realidad es el vacío.
Se nos ha dicho que llamarnos a la quietud y el aislamiento es la solución a la emergencia y el único camino que nos llevará al futuro. ¿Cuál futuro? Para eso todavía no hay respuesta. Porque quienes planificaron y dirigieron nuestro futuro, en la aceleración sin sentido de una revolución tecnológica sin valores ni condición ética, no saben hoy qué harán ellos mismos consigo mismo.
El poder de siempre se ha quedado desnudo. Ha mostrado sus grietas, sus inseguridades y no da señales de poner sobre la humanidad una receta magistral, determinante y absoluta – como ha sido su costumbre – para  que la sociedad entera se encolumne y camine convencida hacia una normalidad. ¿Cuál normalidad? ¿La misma que nos ha llevado a este vacío? No lo saben. No por desidia en pensarlo ni por estrategias ocultas de reafirmación de su propio poder. No es por eso, es porque no saben qué sucederá con ellos mismos.
Se nos ha dicho y nosotros repetimos disciplinadamente que estamos en guerra. Pero no se nos ha dicho contra quién. Y los que intentaron descubrirlo se encontraron con el vacío. Una guerra – tal como las hemos conocido – necesita un enemigo. Ese enemigo puede ser un Estado, una sociedad en particular, un grupo tribal, una asociación de malos como en los comic, pero en todos estos casos hay un factor humano. Y cuando hay factor humano, entonces hay violencia. Una violencia que aumenta hasta que un día reaparece el factor sensible, empático, solidario, lo mejor de la condición humana y entonces se acaba la guerra.
Pero en esto que vivimos hoy, que definen desde el poder como “guerra”, nunca hemos visto al enemigo, jamás tuvimos noticias de un ejército, abandonamos el campo, la ciudad y todos los sitios posibles para una batalla. Y nos aislamos. La orden es que no haya ejército, que no nos juntemos, no nos toquemos, no nos abracemos, no hagamos nada de lo que siempre hacíamos. En esta “guerra” no hay soldados que se abracen antes del combate y celebren la victoria o se consuelen tras la derrota. La estrategia es el silencio y el vacío. El dolor se conoce a la distancia y solo por noticias. Lo único que presentimos como real es la muerte.
En el silencio y el vacío del espacio, ante la absoluta falta de ideas y la  incertidumbre hecha realidad, se ha impuesto un paradigma. “Cuidarse a sí mismo y cuidar al otro es no verlo, no tocarlo, mantenerlo a distancia”. Se aplica la frase y el mensaje de “porque te quiero, te quiero lejos”. Un contrasentido para nuestra historia y memoria emotiva. Porque el mensaje, está reñido con lo que sabemos y conocemos de la condición humana.
Si supiéramos que el paradigma futuro será ese y no otro, entonces tomaríamos conciencia de la tragedia. Y a la incertidumbre actual le agregaríamos más incertidumbre, desazón, desamparo y soledad. El silencio y el vacío de hoy no sería una emergencia. Y esa es nuestra duda hoy.
Paradójicamente nuestra esperanza no es una certeza ni una quimera, es esa duda. Es tan potente la amenaza biológica, la emergencia social, científica y tecnológica y la ausencia de ideas, planes y estrategias,  que nos aferramos a la duda.
En esta supuesta  “guerra” sin armas es tan omnipresente la muerte inevitable, la muerte sin condiciones, la muerte sin lucha, la muerte como fatalidad que no sabemos cuándo nos tocará, que elegimos la duda como bandera para que no se nos apague lo último que nos queda: la capacidad de supervivencia.
Instalados en la duda, hacemos planes. Volvemos al pasado. En medio del silencio y el vacío buscamos afanosamente en el pasado, lo mejor de nosotros mismos, los mejores tiempos, la anécdota precisa, la historia concreta. No lo hacemos por nostalgia sino porque en la duda buscamos armas, ideas, elementos que nos permitan pensar en un futuro.
Planificamos cosas y enviamos mensajes de afectos, proponemos planes y esperamos desesperadamente las respuestas. Porque no hay guerra ni virus ni emergencia biológica planetaria que mate la condición básica del ser humano: su dependencia del otro. Lo grupal y compartido está en la esencia de la especie, como en casi todas. La naturaleza nos hizo así, aunque la irracionalidad aplicada en nombre de la razón, nos haya querido convencer de lo contrario.
En el silencio y el vacío, al que fuimos confinados en estos días de emergencia, nos hemos instalado en la duda para pensarnos como individuo, para imaginarnos como grupo y poder sostener una idea de futuro. Cada uno con sus armas y recursos está empeñado en esa tarea ahora mismo, aunque no se diga ni se note. Nadie confiesa sus miedos y mucho menos sus dudas.
En este aislamiento de ausencia absoluta, sin contornos reales e  imaginarios, solo acompañados por “lo que fue” e ignorantes de “lo que vendrá”, poco a poco - en la soledad de cada cual - vamos entendiendo el significado de la palabra Nada.
Aun así, seguimos frotando con las manos trozos de madera seca, raspando piedra contra piedra cada vez con más énfasis y rapidez, esperando que aparezca el rayo original, esperando que de tanto esmero, esfuerzo y persistencia, vuelva a salir el fuego, para mirarlo con asombro otra vez. Y al final, abrazarnos por la proeza.
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