viernes, 28 de febrero de 2020

LA CARA ES NUESTRO DIAPASÓN


Cuántas caras tenemos a lo largo de nuestra vida o de nuestro día. O mejor me pregunto, cuántas vidas tenemos a lo largo de nuestro día que se muestran – aunque no nos demos cuenta – en nuestra cara. ¿Es la cara un reflejo de algo que no vemos? O esta afirmación forma parte de esos mitos sociales que vamos construyendo sin saber muy bien por qué. Una  construcción hecha con el aporte imaginario de cada cual. ¿Tenemos una única cara? ¿Podemos diseñar nuestra propia cara? O solo debemos admitir o soportar la que nos va dando el momento, las circunstancias o la vida.
Una de las primeras cosas que dice el diccionario, es que es la parte anterior de la cabeza de algunos animales. Es decir, nosotros entre ellos. Pero también dice que es la superficie, fachada o frente de algo. Y en ese “algo” también podríamos estar nosotros. Porque el fin y al cabo, aunque gastemos tiempo y dinero en ponernos cosas encima, lo que cuenta es la cara con la que llevamos ese cuerpo vestido, que también se traduce como “nuestra humanidad”.  Entonces nuestra “fachada” no es el aspecto de conjunto – aun con toda su envergadura – sino ese espacio pequeño que tenemos en la cabeza.
A veces se me ocurre que la cara es como nuestro diapasón. Es el lugar donde se concentran todas las notas musicales y sonidos. Ese sitio en donde solo se manifiestan de vez en vez, en infinitas combinaciones. Por eso no siempre tenemos la misma cara. No siempre somos el mismo músico ni estamos en el mismo tema. Tampoco hacemos el mismo ruido. Porque no duplicamos expresiones, solo las expresamos de forma diferente. Aunque los fanáticos de la estadística usen nuestra cara estática y encorsetada  para hacernos un documento de identidad.
Nuestra identidad está en la cara, es verdad. Y es en sus rasgos generales donde se muestran algunos aspectos de la personalidad, el estado de ánimo, la salud corporal y psíquica y el prontuario de las causas justas o inútiles de nuestra vida. Pero todo eso no sale en una foto y menos en las automáticas de los registros policiales y documentarios. Todo eso que está cargado en la cara, solo aparece de vez en cuando y se modifica tantas veces, como circunstancias se den en el devenir diario de cada uno.
Hay caras memorables, esas caras que en nuestra memoria correspondan a otro, porque cuando nosotros tenemos momentos memorables no perdemos el tiempo en observarnos ni estamos pendientes de saber cómo nos queda. Muchas veces intuimos que en algún momento, nosotros también tenemos una cara memorable como la que recordamos de otro. 
A veces una foto nos revela la incógnita sobre nosotros mismos en el momento memorable. Pero después de la primera fracción de segundos en la observación, enseguida  nos llega la memoria de lo vivido, del hecho consumado. Y la memoria siempre es generosa con nosotros en el recuerdo de los momentos memorables. Nos pone en primer plano aquello que sabe que nos hará bien y nos incita a repetir (o sentir que repetimos) ese momento de cara memorable.
Hay tantas caras en nuestro repertorio, como emociones seamos capaces de tener. La cara es nuestro alcahuete que no nos deja especular en los momentos precisos. Sustraer de nuestra cara todas las expresiones de una emoción, no es un mérito nuestro. Solo es posible esconderlos por desatención del que se supone que te mira. Porque a veces y con más frecuencia de lo que suponemos, nos miran pero no nos ven. Así es como zafamos de mostrar algo que no queremos mostrar. Pero esta aparente ventaja general de ciertos momentos, se nos vuelve tristeza cuando reparamos que el otro, con quien pretendemos comunicarnos, ni se ha enterado del segundo decisivo que nos hubiera gustado que viera y así participar de esa emoción que nos hubiera gustado compartir.
¡Tantas vueltas tiene una cara! La tuya, la mía, la de los otros y la de los que nos pasan sin saber quiénes somos ni quiénes son. Cada cara es un preludio de una historia, una escena, un momento de vida que se podría contar pero no se cuenta. Solo es una expresión de los músculos de una parte de la cabeza que – al mismo tiempo – son el promedio general de todo lo que se está moviendo en el interior de esa persona. Esa cara que se manifiesta en el instante es tanto lo que dice, que podríamos invertir horas en escribirlo, contarlo o pensarlo.
Pero nunca hacemos eso. Para eso están los que escriben, los artistas que pintan o esculpen, los fotógrafos, los que filman o los que traducen caras a través de notas musicales. Lo que sí hacemos todos es llevar una o varias caras de alguien en la memoria, según el grado de huella que haya dejado en nuestra historia reciente o en nuestra vida.
Y aunque sea un poco más difuso representarla, también guardamos algunas caras nuestras. Las que pudimos registrar en un soporte visual o la que  suponemos que tuvimos en ese momento que no queremos olvidar. Así, de tal manera, cuando recuperamos de nuestra memoria una de esas caras, no es la cara lo que buscamos, es la emoción del momento y la secuencia previa  que ha producido esa cara  que queremos recordar y que guardamos celosamente en la memoria.
Si es por escribir sobre las caras, entonces puedo empezar hoy y no abandonar la tarea hasta el final de mis días. Por ahora solo quiero decir, que nuestra cara es el único testigo fiel que puede contar cómo estamos, que suponemos que pensamos y hacia dónde se supone que vamos. Todo en una fracción de segundos. Porque en los minutos siguientes, tal vez ya estemos en otro estado – no muy distinto al que estábamos – pero que el movimiento emocional de nuestra vida ya ha modificado.  



Imagen: sarmiento-cms / el jinete imaginario

jueves, 20 de febrero de 2020

TODO PASARÁ Y DE TODO TAMBIÉN


La foto es toda una parábola sobre Crónica de un Amor Intenso y Te Besaré a Quemarropa. El primero lo acabo de publicar y el segundo lo será dentro de poco. Los he escrito, es cierto. También y por suerte los he vivido. Ahora que están terminados y uno de ellos publicado, no puedo sustraerme al hecho ceremonial. Todo libro tiene su bautismo y ellos por ahora solo tendrán acta de nacimiento. Será este texto. Las fiestas quizá ocurran algunos días más adelante, en lugares diversos y distantes, cuando cada uno los lea, los disfrute y los comparta.
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Los he puesto en este mundo urbano que imagino como un bosque, que puede ser verde, fresco, amplio y generoso o puede ser áspero, inhóspito y  hasta tóxico. Yo anduve lo mío y los libros andarán ahora lo suyo. Les he puesto una escalera grande y alta para que lleguen lo más lejos que puedan en ese bosque.
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Me he ubicado al pie de esa escalera porque soy el que los va a impulsar, pero no subirá con ellos. Solo aportaré lo mejor de mí, para que sigan adelante. Y mi presencia ahora será esa de estar y no estar, que se me vea y que no se me vea. Será algo así como dejarse sentir, pero no ser la presencia absoluta. Nunca me gustaron los protagonismos y menos los excluyentes. Por eso me ubicaré en el trasluz. Quizá sea una forma inconsciente de protegerme de los comentarios jodidos o el ninguneo. No lo sé. Y tampoco lo averiguaré. Mi plan tiene otras ocupaciones.
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La decisión de publicar implica exponerse a los comentarios buenos y malos, a los dedos para arriba y para abajo, a los dedos índices rectos o retorcidos, a los que acusan, a los que te interrogan o te señalan sorprendidos, porque no encuentran concordancia entre lo que leen y quien dice que lo escribió.
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La decisión de publicar también me deja a merced de la respuesta tardía, al halago de circunstancia y al mensaje aséptico “Te deseo suerte”. Y también debe entrar en el cálculo de probabilidades, el silencio absoluto.
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La decisión de publicar me cargará de símbolos. Porque la sociedad en la que vivo – por su realidad e historia cultural – tiene códigos, definiciones y lecturas determinadas sobre la literatura, la poesía, los que escriben y los poetas. La decisión de publicar implica aceptar ese riesgo de ser incluido en algunos estereotipos, en clasificaciones que tal vez no comparta. Pero la decisión de publicar también es la voluntad de enviar un mensaje distinto a todas esas concepciones definitorias.
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También habrá sorpresas buenas, comentarios generosos y auténticos de gente conocida y de gente que no conoces. O expresiones favorables al libro y de aliento para seguir escribiendo de gente que no te lo esperas.
Quizás aparezca un músico que elija una de esos textos y los convierta en letras de un tema musical que se le acaba de ocurrir. Es posible que un día me sorprenda, porque alguien con una excelente voz, decida armar un recital con alguno de los poemas de ambos libros. Pero tal vez nada de eso suceda y se den otras circunstancias.
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La única certeza que tengo, es que los libros no serán confinados al silencio ni tendrán lugar en el baúl de las cosas innecesarias, banales y superfluas. Ambos libros contienen textos que quizá en el tiempo se conviertan en palabras anónimas porque no se registre quien las escribió. No sería justo, pero tampoco es una condena. Porque lo que he escrito, lleva como primeras consignas la de ser leído, sentido, pensado,   reflexionado y divulgado. Sobre todo divulgado. Porque lo que no se difunde, se comunica, muere lentamente de muerte injusta. Y en este caso, es más importante la palabra, el verbo, la frase y sus entornos, antes que el autor. 
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Todo pasará y de todo pasará. Y yo seguiré escribiendo tal como dice el poema Escribiré de Crónica de un Amor Intenso. Esa es mi única y auténtica realidad.    






Foto: sarmiento-cms / el jinete imaginario