Cuando un
ignorante se hace con el poder para decidir sobre las vidas de los demás, se
convierte en un indecente y un inmoral.
En esos casos ya
no es un ignorante, es un ambicioso holgazán que ha tomado el camino de las
ventajas solapadas de las venias,
genuflexión y prebendas de los dominantes. Se ha pegado como lapa a los
poderosos. Su objetivo es subir los peldaños de un sistema corrupto a base de
exprimir su vida hasta la decadencia personal.
Persigue el
perfume penetrante del poder hasta saturar su respiración. Quiere ser un igual
en el estrecho cielo de los que mandan y deciden. Se prepara cuidadosamente en
los modos de conducirse y perversidades varias. Se convierte en un maestro del
doble lenguaje. Su única virtud es no tener virtud.
Las democracias
occidentales modernas, para nuestra desgracia y muy a pesar nuestro, están
llenas de estos personajes. Controlan países, dirigen ejércitos, ocupan altos
cargos en todo tipo de instituciones, pero nunca tienen el suficiente poder
como para manejar los centros financieros. Ese lugar les está vedado, aunque
ellos se contentan con ser los primeros en la puerta de los ocultos despachos.
Esos ignorantes
que ya no son ignorantes, manejan nuestro mundo de hoy. En la letra del tango
“Cambalache”, Enrique Santos Discépolo escribe: “(… ) LOS IGNORANTES NOS HAN
IGUALAO (…)”. Pero eso fue hace tiempo, en 1934. Ahora nos controlan.
Mire usted su
país, mire dentro de él, revise la lista de los que mandan y dígase a sí mismo,
cuántos personajes de este tipo tiene en la canasta.
Por lo demás,
conviene decir que un ignorante no es el que no sabe o carece de conocimientos en cualquier disciplina. Es
el que no quiere aprender, porque eligió otro camino para pasar por este mundo
haciendo daño.
***
Imagen: André Kertész. Place de la Concorde, París, 1928.
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