Escuché una
frase que me impactó y luego me sorprendió. Dijo: “un libro es un objeto, por el cual podemos escuchar a los que no están
a través de la mirada”. ¡Claro! Dije, luego de pensar unos minutos. Cuando
leo toda esa sucesión de signos no hago otra cosa más que imaginar voces.
Entonces recordé, se puso en evidencia, que mientras leo les cambio la voz a
los personajes. Incluso siento que el escritor me habla en un tono diferente.
En fin,
pura imaginación que yo tenía reservada exclusivamente a las imágenes. Siento
el sonido del mar “En la costa de Valencia” y el aire fresco en “Regreso de
pesca”, ambos de Joaquín Sorolla. Es muy fuerte esa sensación, porque las obras
están en el Museo de Bellas de Buenos Aires, en una sala poco iluminada y un
entorno radicalmente opuesto a un ámbito natural.
Recordé
entonces que con el personaje de Nick Adams, en los relatos de Hemingway, yo
tenía un trato casi de amigos. Y en cierto modo, alguna vez creí que me podía
parecer al personaje de “Adiós a las armas” o quizá creía que me iba a enamorar
como él lo había hecho. Si sabía y había sentido perfectamente las escenas, los
ruidos, los tonos de voz, la respiración y las tensiones y emociones de “París
era una fiesta”. Libro al que todo el mundo considera una obra menor, pero para
un adolescente que quiere ser periodista es como la “Biblia”.
No voy a
hacer una lista y contar todas las veces en las que los personajes estaban
sentados junto a mí. Pero esa reflexión del comienzo es distinta. Es dialogar
con ellos, saber que te están interpelando, que los podes tocar, están al
alcance de tu mano, con el simple esfuerzo de saber mirar y escuchar el ruido
interior que tiene la sucesión de letras, que son el camino que te lleva a
donde el escritor y sus personajes te proponen y donde vos querés estar.
Ahora mismo
tengo ganas de tomar café con Macedonio Fernández. Pero el bar La Perla de Once
no está más. En el nuevo bar, la imaginación y las ilusiones son asesinadas sin
piedad en la puerta, antes de abrir. Será entonces en el bar Británico o en el
café de los Hermanos Cao. Se parecen al viejo bar La Perla. Los entornos
ayudan, aunque no son determinantes como ya he comprobado con Sorolla.
Lo
importante es que ahora sé que las letras también respiran. Igual que yo. Esos
personajes también respiran igual que yo. Lo sabía. Alguna vez lo he definido
artísticamente, como un pensamiento de raíz intelectual, pero nunca pensé que
me era tan propio.
Ahora sé
que ellos me hablan y yo los escucho con mis ojos. Hasta puedo dialogar. Me
responden más cosas de las que puedo preguntar. Todo depende de saber mirar,
dónde mirar y sentir las voces interiores. Es simple, solo tienes que mirar
hacia adentro.
***
Imagen
tomada de El Libro de los Libros de Quint Buchholz
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