viernes, 1 de mayo de 2020

AL OTRO LADO DE LA VENTANA


Este momento es un instante detenido con varias versiones según las horas. El instante es el mismo porque la afirmación, la circunstancia,  la duda, la pregunta, la reflexión, la incertidumbre y la debilidad y fortaleza es la misma siempre y simultánea. Estos días, de humanos detenidos en el punto en que se encontraban unas semanas atrás, son inesperados, extraños, inestables, inquietos y a veces, leventemente alterados. Nada es sólido y sustantivo. La pregunta es superior a la respuesta siempre.
Todo lo que vemos es hacia adentro. El escenario es propicio para el engaño. Mientras miro hacia allí, estoy leyendo hacia adentro. Porque aunque no lo diga ni me advierta, mientras miro por la ventana estoy mirando el paisaje interior. Las azaleas de afuera son complementarias de las de adentro. Las rosas en declive por el otoño están recogidas hacia adentro. Las tipas del Parque Lezama no tiene flores amarillas y las hojas son de un verde oscuro intenso. Los olmos son casi negros y los eucaliptus son de un gris plata que seduce. Los árboles de la calle y los otros árboles del parque tienen el amarillo ocre melancólico del otoño, que también tengo dentro de mí. No es tristeza, es reflexión, duda, incertidumbre y pensamiento.
La duda siempre se presenta como un límite para la vida. No es cierto. Solo es el rigor de nuevos nacimientos, cuando la palabra rigor no es condena ni sufrimiento, sino antesala desafiante y creativa de lo que vendrá. En estos tiempos de aislamiento forzado por la peste, la duda es la clave de nuestros días. Y el miedo es un síntoma de la derrota. Pero ambos sentimientos nunca se diferencian en el alfeizar de la ventana. Nunca hubo una distancia más larga, que la que hay entre el centro de la habitación y el borde de la ventana.
He visto las flores que crecen con entusiasmo. Unas están en esos  diminutos árboles que forman esa variedad que no sé cómo se llama. Otras son las begonias generosas, que dejan el mensaje de que la vida está ahí, no se detiene. Pero en todos estos años, he perdido el código de los pequeños detalles, lo próximo y lo que tengo encima como parte de mí. Por eso me sorprenden las begonias como si las viera por primera vez.
Lo fugaz y cotidiano ahora es el entorno dialogante. Los detalles están marcando su presencia y exigen espacio como causa y razón de pensamiento. El horizonte por estos días es más corto. No se sabe si es más importante pensar el entorno, debatir el futuro o comer cada día. Todo lo que me viene a la cabeza es materia discutible. Las ideas se han decantado por la democracia a ultranza. Puro debate, alguna certeza y nuevas preguntas.
Ha llovido intensamente en estos días. Mi abuela decía que el estallido de las gotas sobre el piso, eran las gentes que corren apresuradas. Mientras más fuerte es la lluvia, más rápida es la carrera.  Antes de anoche, mientras llovía con fuerza y la amarilla luz de la farola de la calle hacía brillar esas gentes que corren, me preguntaba si huyen de algo o van al encuentro de algo. Eso mi abuela no me lo dijo. Ella tenía el talento de dejar abiertas las respuestas, para que pudiera completarlas con mis percepciones. 
En estos días de aislamiento, el ego se ha vuelto vulnerable. También tenía que correr apresurado, igual que las gotas de lluvia sobre el piso. Pero nunca supe si era porque huía o porque buscaba. Las seguridades se han vuelto frágiles para consigo mismo. Ese ego no tiene abalorios para reafirmarse. La jerarquía hoy, aquí, es él mismo. Tanto en la ventana, como en el centro de la habitación. El confinamiento le ha impuesto que todo lo que tiene que mostrar, es a sí mismo. Y lo más tremendo, es que a veces tiene que demostrarlo. ¡Ya saben! No hay juez más imparcial que uno mismo.
Hoy ha salido el sol quizá para celebrar el 45 aniversario de la liberación de Saigón. Vuelven las imágenes de gente que sale a la calle para celebrar al fin de la guerra de Vietnam. Entonces pienso y asocio. Me han dicho que estamos en guerra hoy contra un enemigo invisible, un virus. Pero recuerdo que aquellos sobrevivientes de la pandemia de bombas y metrallas durante tantos años, jamás vieron el rostro del enemigo. También era invisible. Porque enemigo no es solo la mano ejecutora de la violencia, sino también - y sobre todo - quien la piensa, la planifica, la perfecciona y la sostiene.
Este aislamiento forzado por un virus, que solo se comprende por el supremo interés de la salud, no es menos violento que cualquier otra guerra. Es distinta, es cierto. Porque las bombas no suenan y golpean ahí afuera, sino adentro y nadie es capaz de medir la intensidad y cuantificar los daños. Pero si hay daños, de qué naturaleza son. No es lo mismo los escombros para reconstruir, que la destrucción que deja nulo al pensamiento.
No es lo mismo estar solo que con la comunidad. No es lo mismo estar cerca de la tribu y compartir preocupaciones y festejos, que ser parte integral de ella. Estos días, de distancia medida y prefijada, me imponen la pregunta sobre en qué lugar me encuentro. Y la respuesta no es absoluta, aunque quisiera y me esmere en buscarla. Me deja en situación de examinar dónde estaba y qué lugar quiero ocupar mañana. La respuesta es otra pregunta que me pide definiciones sobre cómo será ese mañana. Porque nunca somos todo lo que queremos, sino lo que conquistemos en la circunstancia. Y el mañana solo se define por la expresión expectante “será”.  
Casi todos desconocemos los detalles técnicos de cómo es el contacto virtual, pero le damos credibilidad. Hemos concluido que es verdad. Establecimos una convención, el contacto es creíble aunque jamás lo hayamos debatido ni lo haremos. Por esa vía, llegan mensajes de inocente optimismo y predicciones de oscuros sucesos. Hemos vuelto a centrar la atención en el oscuro poder, donde la palabra oscuro es más importante que poder. Nos hemos dejado tentar y hemos olvidado que no hay poder bueno o malo. Solo es poder.
El virus planetario que nos aísla es invisible, pero los mensajes me dicen que es hijo del oscuro poder. Cuando se lucha contra un enemigo invisible, no se pueden establecer armas ni estrategias, solo se puede reclamar, gritar, denunciar e intentar crear consensos o adeptos, según el fin último de cada cual. El pánico es enemigo del pensamiento y las guerras, cualquiera sea, solo dejan una puerta para combatirlas. Esa puerta se llama pensamiento. 
La historia de la humanidad es la historia de la lucha por el poder. Para derribarlo, para apropiarse de él o para liberarse. Entonces pienso que no hay ninguna genialidad en los mensajes de oscuros designios para el futuro. Ahí está la poesía  desde el origen del hombre, para dar testimonio de esas luchas y esas quimeras liberadoras de los hombres. Entonces pienso que el futuro no puede ser distinto. En su esencia, los desafíos siguen teniendo las mismas preguntas, aunque quizá no tengan las mismas respuestas. Pero hoy, aquí, junto a la ventana, siento la obligación de preguntarme y darme respuestas. Estoy solo y de mí depende lo que vaya a decir y aportar.
Lo bueno de la noche es que es oscura sin ser vacío de luz. Parece que no hay nada, porque solo hay detalles para la extrema percepción. La noche no tiene sol, a veces tiene luna y a veces te tiene a ti. Cuánto ilumine esa noche, al final, siempre está relacionado contigo.
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Imagen: ©sarmiento-cms/el jinete imaginario
Plaza Dorrego, (San Telmo, Buenos Aires)