viernes, 24 de mayo de 2019

UNA ABRAZO PARA SALVARSE


Un abrazo. Si lo ven, si anda suelto por ahí, si te lo ofrecen, no es para desechar. Cuando se presenta un abrazo, no hay que mirar para otro lado.  Me refiero a un abrazo, no a un agarrón o un zamarreo desconocido. Es preciso aclararlo, porque en la confusión general, es posible que se haya perdido la idea de que abrazo es complementario de afecto. Quizá ambas palabras debieran ir siempre juntas o una signifique casi lo mismo que la otra o una no se comprenda sin la otra.
Abrazo es un sustantivo,  que viene de “abrazar”, que en las definiciones eruditas significa “ceñir con los brazos”, “Estrechar entre los brazos en señal de cariño. Pero por extensión, también significa “Rodear, comprender, incluir, admitir, recibir”. Abrazo significa muchas cosas más. La acción está condicionada por esas tres palabras incluidas en su definición que dice “señal de cariño”. Aquí es donde se descubre el parentesco con “Afecto”. Un adjetivo  que  tiene que ver con  las cosas de la sensibilidad. Y que en algún diccionario aparece como “Cualquiera de las pasiones o sentimientos del ánimo y más particularmente del amor o cariño”.
Todo eso está metido en un abrazo según la gramática. Imaginen todo lo que pueden poner las personas, quizá ustedes mismos, en el momento de un abrazo. Porque en esto de los abrazos, sentimientos y las manifestaciones de cariño, también hay algo de solidaridad en las angustias. En cada abrazo siempre hay complicidad y esperanza. Complicidad en la alegría y esperanza de que la tristeza no sea como el infinito.
Alegrías, tristezas, solidaridad, esperanza, cariño, afectos, abrazos, complicidades, comprender, recibir, admitir, incluir, son todas palabras que en la Argentina de hoy  tienen una valor incalculable. Tal vez lo tengan en todos los tiempos y en cualquier lugar. Pero en la Argentina de hoy, son vitales, son condición necesaria para sobrevivir. Cuando no hay dinero ni lo habrá,  la vida se fabrica con otras cosas. Y si hubiera dinero pero nada de lo que se incluye en los abrazos, entonces se fabrica futuro que muy poco tiene que ver con la vida.
Pero en los tiempos que corren las urgencias son otras. Nadie se sienta a  filosofar. En estos tiempos de revoluciones ficticias, todo huele a decadencia y marginalidad. Hombres y mujeres que cruzan la urbanidad  acelerados con sus prisas y las crisis pendiendo sobre sus cabezas. En estos casos, todos toman los caminos de la ansiedad y se cae en la tentación de estar  pendiente de los mercados. Y en el peor de los casos, de las apretadas síntesis económicas en los telediarios, que  hacen algunos que no saben nada pero opinan. En otros casos más complicados, el problema es la lista de empleos o las listas cortas de empleos ofrecidos o que no haya ninguna lista.
La angustia por las limitaciones del dinero no se salva en las páginas económicas. La protección de los ahorros no se asegura con más datos y cifras de información económica. Es importante todo eso, es cierto. Pero en los tiempos de crisis, lo único necesario es una cabeza abierta, que mira hace adelante con los ojos bien abiertos, sabiendo que el futuro no le ofrece nada,  y que todo lo que haya de cierto en este triste y gris escenario de nuestros días, proviene de otro lado. Ese otro lado, es el que está más cerca y seguramente no vemos.
Lo más triste de las crisis sociales (que terminan convertidas en personales) quizá sea apartarse de lo esencial, tratando de salvar el pellejo. Lo más triste es olvidarse de los abrazos y los afectos de los amigos, de la pequeña familia si la hubiera,  de los amores. Y lo peor de todo es olvidarse de la mujer que quieres o el hombre que amas,  en medio del vendaval que va cayendo.  Ese es el otro lado del problema. Ese es el único lugar desde donde podemos mirar la vida con otros ojos.
En las crisis, lo mejor es mirar a los costados y luego hacia adentro. Repasar el escenario. Buscar a los que te quieren y avanzar. Después, casi seguro que todos los datos que se han juntado servirán para algo. Antes no.  Y si no encontraras a nadie en esa observación, entonces hay que plantarse en el punto de partida. Pensar en uno mismo y saber que se está queriendo, que se está abrazando, y que no hay ningún sentimiento o razón que tenga más potencia que esa convicción.
Todo lo demás, es suicidarse lentamente sin reparar en el frío que va dejando la batalla.



Imagen de autor desconocido tomada de la Red. Agradezco información para consignarla. 

martes, 21 de mayo de 2019

LOS PRÓLOGOS AL FINAL


SUGIERO, SE ME OCURRE…  ¡NO SÉ!  Podríamos  hacer algo y suprimir el verbo “sumergir” en todas sus versiones.  Aunque tal vez no sea necesario ser tan radicales y solo suprimirlo para el uso de la crítica literaria. O quizá mejor, se podría convenir en prohibirles solo a los críticos profesionales y prologuista a destajo, que nunca más en su vida podrán usar el verbo “Sumergir”. Y por extensión, invalidar la palabra “Inmersión”.
Porque ya está bien de meter ese verbo en el comienzo  de cualquier prólogo o en las primeras diez líneas de cualquier análisis de cualquier libro, independientemente del autor, su nacionalidad, estado físico y mental o lugar del mundo en que se encuentre.
Parece que los escritores siempre se están “sumergiendo”. Y si no son ellos, entonces el prologuista se lo propone o induce indirectamente a sus lectores. Pareciera que para leer una obra o un simple texto  literario, fuera condición necesaria sumergirse en algo o alguien. ¡Vaya  uno a saber qué! Porque ninguno de estos eruditos de la pluma crítica nos da alguna pista sobre dónde tenemos que ir a cumplir con  la “ceremonia” de “sumergirnos”.
Todo parece signado por un plan predestinado. Todo escritor, más todos sus lectores, en algún momento se tienen que sumergir o han sido sumergidos por la calidad  discursiva y  de palabra del autor. Si todo fuera tan fácil, me pregunto por qué no se les indica a los buzos que lean un libro antes de hacer su tarea. Quizá ya lo hagan y uno no lo sepa. Quizá  los críticos y eruditos  prologuistas ya lo saben y por eso insisten en que debemos sumergirnos.
Debería investigar, para saber si en los programas de formación de las escuelas de buceo, este asunto técnico de frases, letras y palabras está indicado como la mejor práctica necesaria para sumergirse. Y si no es así, entonces debería proponerlo. Es lo que voy aprendiendo a medida que leo más prólogos.
Esta propuesta constante de que para comprender a un autor (especialmente en poesía) hay que “sumergirse”, me lleva necesariamente a pensar que todos los programas de formación literaria debieran contar con un  curso de submarinismo. Tendría el beneficio adicional, de incluir una práctica deportiva; algo no muy frecuente en quienes deben pasar horas escribiendo sobre cómo interpretar o “sumergirnos” en un texto literario.
Una feria del libro sirve para muchas cosas. Una de ellas es ojear las tapas de los  libros, repasar algunas de las primeras páginas y tal vez leer algunos párrafos del prólogo o la contratapa. Quienes hayan cometido esta imprudencia, ya saben a qué me refiero. Van a salir de la feria absolutamente “sumergidos”.
A juzgar por uso discrecional del término, pareciera que los escritores están todos o casi todos “sumergidos”. Luego producen sus obras literarias o textos generales. Y tal vez luego, vuelvan a la superficie y se comuniquen con la vida cotidiana de obligaciones menores. En ese mundo “sumergido”, debe haber una concentración tal de personas y gentes de todo tipo, que no debe caber un alfiler. Eso no lo sé bien.  Porque los críticos no me informan si solo se “sumergen” los que escriben bien, más o menos o muy bien. Tal vez sea solo los que hacen grandes obras.
Mi propuesta de suprimir la palabra – al menos en el ámbito de la crítica literaria o en  el  uso de los prólogos – es  por una certeza. Estoy seguro que los que escriben no están sumergidos en ningún lado ni convocan a las “masas” a que se sumerjan en nada ni en ningún  lugar. Porque para escribir algo que merezca la pena ser leído, hay que tener las neuronas bien al tope, en  plena superficie y mucho mejor – si es posible – un  poquito más arriba. Y si después de ese esfuerzo, el lector se sumerge en no sé qué, en lugar de abrir la cabeza, los ojos, el pensamiento, la mirada y todas sus capacidades sensoriales y cognitivas, entonces no habrá servido de nada lo que se haya escrito, cualquiera sea el tema y la factura técnica.
Por favor, dejemos de decirle a la gente que se sumerja, que abandone la realidad y la vida,  que se vaya  más abajo de dónde pueda. Al revés, digámosle que salga a la superficie, que se eleve si es posible, que abandone todos los planos medios, el comportamiento promedio, los meta-planos o las categorías o estratificaciones que un sistema social perverso, ha impuesto en todos los niveles de la cultura y especialmente en el arte.   
¡Vea, se lo digo con franqueza! Antes de leer un libro  o un relato o un cuento o un poema, no haga nada. ¡Por favor! No haga nada. Solo lea. Y si después de eso quiere leer el prólogo, la crítica o lo que sea que vayan a decir del autor, puede hacerlo con toda confianza y seguridad. Porque  después de haber leído el libro, usted también tendrá una mirada crítica. Luego podrá coincidir o disentir con  el crítico,  prologuista o quien sea que haya escrito la presentación.
Lo mejor y más interesante para el pensamiento, sería que los prólogos y presentaciones estuvieran al final del libro. Así el lector puede establecer un diálogo con la opinión sugerida, con mejores armas. Y no como al principio, que no sabe nada de la obra y es muy probable que la comience a leer inducido por una opinión  que no es la del escritor.
¡Vea, se lo digo con franqueza! Lo mejor que le puede suceder, es que entre el texto, el autor y usted  no haya intermediarios. Entienda lo que pueda en una primera lectura. Entienda más en una segunda lectura. Y luego entenderá más y más en lecturas sucesivas. Porque el secreto de todo texto, es que usted lea y lea y lea. Así cada vez que repita la acción, es muy posible que pensará más y mejor. Porque lo central es que piense.
Porque hay algo que quizá no se tome muy en cuenta. Creo poder afirmar, que casi todos los que escriben prefieren que los lectores le den rienda suelta a la imaginación, la dejen libre de escapar y puedan seguir la historia o el poema desde su propia comprensión. Y todo eso se parece mucho más a “volar” que a “sumergirse”.
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Imagen de autor desconocido. Se agradece la información para consignar. 

jueves, 16 de mayo de 2019

APUNTES DEL HOMBRE SINGULAR


Hay mañanas, que al despertar, miras el techo y no sabes quién eres ni qué vas a hacer. El día es esa cosa extraña que no puedes traducir. Es un instante que parece una eternidad.
No me esfuerzo por responder. Tengo el pensamiento vacío. Las ideas distantes. Solo sé que en cuanto me incorpore, tendré que esquivar la mole de normalidad con sus rutinas, vacíos y ausencias.
En algún momento de ese instante, debo pensar que tengo la posibilidad de hacer algo nuevo que jamás se me ocurrió. Pero eso no lo sé. Es lo que ahora supongo que sucede. Porque en ese instante, estoy perdido hasta de mí mismo.
Luego, sentado en el borde de la cama, a medio vestir, sé que la rutina me espera. A pesar de tenerla desdibujada, su presencia  es inexorable. Pero algo extraño debe suceder en alguna parte de mí. Porque también siento un impulso natural, casi biológico, de contradecir las leyes de lo cotidiano.
Mientras me incorporo,  siento que estoy dispuesto a pulverizar la monotonía a base de imaginación. No sé por qué ni de dónde llega esa idea. Tal vez sea una cuestión de fe. Como la que tienen los seguidores de un Dios o en algo que los trascienda. Quizá sea esto último. Entonces, igual que ellos, traigo la palabra hacia mí. La convoco en mis primeras horas, como quien se encomienda a  un hecho superior que lo proteja. Al fin y al cabo, la imaginación y su capacidad creadora, debería ser considerada la religión natural de los humanos. Si es que se le puede  llamar religión.
Sobre la mesa tengo dispuesto  un desayuno frugal. Y la mirada fija en la cuchara mientras revuelvo en la taza la leche y el café. Luego miro alrededor. Recorro la habitación en su totalidad. Levanto la mirada. Vuelvo a mi acto de fe y reflexiono: “Porque una cosa es la cadencia banal de las tareas cotidianas. Y otra muy distinta el pensamiento amplio, generoso, extenso, sutil, perspicaz y explorador que crece con las horas”. Lo repite como oración
Después de vestirme, de  elegir la ropa que me identificará ese día, que dirá qué persona soy o quiero ser, en mi tertulia interior ya hay algunas conclusiones y acuerdos. Antes de salir, ya tengo claro que todo lo que cuenta es no dejarse aplastar. La  única realidad no es la que se te propone. La verdadera realidad es el resultado de calzarse la vida y salir con ella por la calle. Todo lo demás será consecuencia de la audacia que esté dispuesto a exponer en esas horas.
En el primer recorrido por la calle, ya sé que todo lo demás  que ocurra en el día, será imaginación. Debería ser así, sino quiero morir de anonimato.  Mientras camino, invoco esa religión natural a la que llamo “imaginación”. Palabra que no es una palabra de una sola denominación. Es un universo. La palabra designa un mundo sutil, diverso, efervescente y creador que se llama “condición humana”. Esa no es una religión, pero bien podría serlo. Y a ella me entrego a diario. Sin resistir.


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Imagen de autor desconocido. Se agradece información. 

martes, 14 de mayo de 2019

EL MENSAJE INTERIOR


Una cosa es una habitación con tres o cuatro cosas y otra cosa es una habitación decorada con cuatro o cinco cosas.
En una hay pensamiento en la otra hay abandono.
En una hay vida perspectiva y en la otra hay vida abandonada.
Lo que sentenciamos como pobre, puede que esté lleno de riqueza. En algún lugar de la austeridad, siempre hay alguna  clave que nos da una pista para ver más allá de lo que se presenta de golpe ante nosotros.
Cada cosa y el lugar que ocupa es un mensaje, es una clave, es una propuesta de comunicación que se nos ofrece. Porque en esto de decir, contar, llamar hacia nosotros, advertir lo que se quiere, es una de las obsesiones naturales de los humanos. Y apelamos a todas las estrategias, aunque no sepamos bien por qué y cuándo lo hacemos. Pero lo hacemos. 
Los hechos no son fortuitos. Solo el pensamiento perezoso atribuye al azar la secuencia de las cosas. En una  pequeña o gran habitación  hay más discursos que  los que se pueden oír. Solo hay que ver, saber ver, estar dispuesto a ver. Pero por encima de todo, hay que estar dispuesto a comprender, hacer el esfuerzo de comprender, intentarlo de todas las formas. Y si no se comprende, entonces guardar la pregunta.
Porque en una habitación,  hay más leyenda, más vida pasada y más mensajes de futuro que todos los discursos y razonamientos que se puedan escuchar.
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La imagen es del artista polaco Jacek Yerka

viernes, 3 de mayo de 2019

LA CULTURA ES COMO LA NATURALEZA


La cultura de los pueblos, de cualquier sociedad, es como la naturaleza. Todo el tiempo se está revelando, sublevando, contestando al esfuerzo de las instituciones por sistematizarla, ordenarla, organizarla.

Igual que la naturaleza, que cada tanto hace sentir su furia y destruye lo que los hombres entienden como progreso inexorable; en el mismo sentido, la cultura se reproduce en los bordes de esos límites impuestos por el afán de institucionalizar en nombre de algo o alguien.
Me refiero por cultura a esas creaciones anónimas, colectivas, fundidas en la fragua de la complementación y solidaridad creativa, sin ánimo de autorías y con la sola idea de comunicar cambios, crecimientos y preguntas. Eso extraño, analizable y casi indefinible que llamamos Cultura,  es la única forma que los humanos tienen para sobrevivir, garantizar su existencia como especie y reproducirse más allá de los límites biológicos.
La cultura, como la naturaleza, es inasequible, imposible de dirigir aunque se la intoxique cada tanto y se confunda a los pueblos y sociedades sobre sus verdaderos valores culturales.
La cultura y la naturaleza son entidades vivas en constante transformación. Gracias a ello la especie humana todavía existe en este planeta. No es el sistema el que nos ha garantizado la existencia. Es la cultura en constante evolución y la naturaleza que nunca se deja dominar.
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 Ilustración futurista de Tishk Barzanji