Siempre hay un tiempo para la
expresión. Las formas por las que aflora ese magma cargado de intenciones, frustraciones, deseos, encuentros, caídas, desencuentros, quimeras, ausencias, encuentros, fervores del alma, ardores del
pensamiento, son infinitas. Hasta las enfermedades, infecciones,
intoxicaciones, emiten una primera señal que se llama fiebre. Así también la
expresión es una especie de fiebre de ese mundo entre lo mágico y lo racional,
entre lo real y lo imaginado que todos llevamos dentro.
Hay expresiones que son decisiones.
Otras que son contingencias. Otras que son necesidades. Y algunas otras que son
vaguedades. Todos buscamos algo en algún momento. Y también buscamos un cauce para lanzar el caudal que
todavía no es río. Todos hurgueteamos en
alguna parte de nosotros mismos, para encontrar recursos, energías,
herramientas y razones que nos expliquen por qué queremos expresarnos y qué
queremos expresar. Luego, sin impresiones.
Técnicas diversas, causas
contrapuestas, razones en conflicto, imaginación rampante que se desboca y
produce algo. Desde el origen, a ese algo se le
llamó arte o expresión artística. Pero en mi caso, solo me quedo con la
palabra “Expresión”. Y si algo le tengo que agregar, entonces es la palabra
“Impresión”. Lo de “Arte” es una forma ambigua de referirse al hecho. Es hoy un término ajado, que solo
sirve para las teorías clasificatorias de los estudiosos y analistas del
fenómeno. Lo de “artística” en cambio, es una cursilería y banalidad que se usa
como elementos social para agasajar y quedar bien.
Si alguna “Expresión/Impresión” es
arte o no, si responde a los códigos y
cánones del sistema de análisis y
calificación, es algo aleatorio. Porque tal vez hoy no lo sea y mañana sí o viceversa. Es la
comunicación y la adopción del mensaje
hasta su transformación, lo que trascienden más allá del autor. Ese ensamble de
lecturas, ese espacio inmaterial y atemporal donde se dan rupturas y
reconstrucciones en la mente y los
sentimientos a través de los sentidos, ese espacio particular indefinible, ese
es el lugar donde cualquier trabajo de
cualquier autor, logra su consumación. Sin comunión comunicativa, sin
conjunción de asombra y expectativa, sin
descubrimientos y lecturas diversas, no hay nada. Solo momentos decorativos y
de entretenimiento. Solo licencias estéticamente agradables para el
pensamiento. Solo momentos que se esfuman como el humo de un cigarrillo, al abrir una ventana
de improviso.
"Trabajando". Foto de David Maialetti. Philadelphia.
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