jueves, 12 de septiembre de 2019

¿DÓNDE ESTÁ LA MAGIA?


A veces la magia es como una libélula de colores fuertes  que revolotea delante de nosotros. Y aun así no la vemos. Porque la miramos con ojos de magia.
La magia no está en los magos ni en las manos de los magos ni en ninguno de esos lugares que miramos con  obsesión. Tampoco es un relato. No son las palabras las que nos llevan con la magia. Las palabras pueden ser mágicas, pero la magia no vive dentro de las palabras.
En toda  ceremonia el mago siempre es el autor del prólogo. Pero nada más. El mago se esforzará y dispondrá una escena, donde se supone que la magia se pasea de un extremo al otro. Nos convocará. Iremos como valientes a la celebración. Y cuando creemos que la magia hará el encantamiento, solo tenemos instantes de suspenso. No la vemos a la magia. Pero sabemos que está ahí.
¿Dónde está la magia?
En un lugar próximo sin duda. Porque sentimos latir el corazón, en un acto reflejo y de advertencia.  Porque hay una parte de nosotros que tiembla pero no podemos identificar. Porque la respiración se acelera a golpes de suspiros, como si algo inminente – fatídico o festivo – estuviera por ocurrir. No hay lógica ni razón ni pensamiento. Todo es súbito,  sencillo, pertinaz y caprichoso. 
El mago nos convoca. Y en ese llamado,  también viene entreverada nuestra   suprema intención de ser encantados. Nuestra quimera -  aunque no lo digamos ni pensemos – es que la magia se produzca dentro de nosotros mismos. Y aunque no lo sepamos, la magia está en nosotros y siempre acude apresurada ante al primer llamado. Solo necesita de un maestro de ceremonia. Luego avanza el espectáculo hacia dentro de nosotros mismos. Hasta que la magia se presenta en todo su esplendor cuando le abrimos la puerta al asombro.


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Foto Sarmiento-cms

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