Ese lugar en el
extremo sur del continente americano, no será el lugar que me verá derrotado. A ese enemigo lo conozco
demasiado. Si alguna vez hay una derrota – si es que la hay – no será ahí. La
derrota como la muerte, me verán en otro lado. Y ese lado lo elegiré yo.
Argentina no será el país que me va a derrotar. Ni
todas sus banderas ni todos los fanáticos que se proclaman dueños de la
Argentina y celosos guardianes de la argentinidad. No será esa Argentina la que
verá mi derrota.
Su pueblo me ha
dado y me dará tristezas y alegrías. En
todo caso lo podré criticar o avalar, respaldar o contradecir, acompañar o
intentar detenerlo.
Pero esos
zigzagueos de la vida social, política y cultural, forman parte de los amores
circunstanciales que un hombre pueda tener en su vida. Otras sociedades han
llamado mi atención y he participado con esmero en la vida de ellas. Aún lo
hago a la distancia. Porque el interés y
la preocupación por una comunidad, rompe los kilómetros y la coloca
sobre tu mesa, cama o escritorio como si estuvieras ahí dentro.
A veces no estoy
en Argentina, aunque mi vida cotidiana diga que estoy aquí. Tampoco estoy en
Buenos Aires todo el tiempo. A veces estoy en La Pampa. Voy hasta el Río
Colorado y revoloteo por los cauces secos del Atuel, ese río secuestrado. Otras
veces me quedo en Córdoba, en Villa María y el río. Y muchos días me los paso
en España. Estoy en la Plaza de Mina de Cádiz. A veces camino por Málaga, otras
por Barcelona. Vuelvo a Jaén, las sierras de Segura y Cazorla. Y sigo viaje a
Madrid.
La nacionalidad –
como se sabe – es una circunstancia que el recién nacido no puede pronosticar.
Pero
sobrevivir a los embates del “orgullo
nacional” (esa escoria húmeda que a
veces se instala en las comunidades hasta matarlas por asfixia) es un signo de fortaleza que no todos se lo
pueden permitir. Eso depende de las armas que le hayan sido entregadas el
recién nacido, a poco de empezar a caminar. La filiación aquí es una
contingencia positiva. La herencia moral y cultural es un valor que cotiza con
los años.
Por eso digo que
no será esta Argentina del “orgullo nacional” y todas sus banderas, ni su viejo
y nuevo liberalismo ni sus falsas proclamas de libertad, las que me va a
derrotar.
Tengo un país
distinto. Mucho más fuerte que el que me han querido y siguen queriendo
imponer. Es el país de mi infancia. Una infancia feliz, generosa, solidaria,
comunitaria, participativa, festiva en las cosas simples, germinativa.
Ese país también
es Argentina. Es otra Argentina. Sin
banderas ni abalorios. Simple, sencilla, desnuda, fértil y solidaria.
Eso también es Argentina. Aunque no haya registro, ni señal en la acelerada vida cotidiana de esta nueva sociedad. Una comunidad modelada por una comunicación masiva que promueve descomposición y traiciones, engarzados en adecuados trajes de moral republicana.
...
Foto: sarmiento-cms
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