martes, 15 de enero de 2019

ARGENTINA NO SERÁ EL LUGAR DE MI DERROTA


Ese lugar en el extremo sur del continente americano, no será el lugar que me  verá derrotado. A ese enemigo lo conozco demasiado. Si alguna vez hay una derrota – si es que la hay – no será ahí. La derrota como la muerte, me verán en otro lado. Y ese lado lo elegiré yo.
Argentina  no será el país que me va a derrotar. Ni todas sus banderas ni todos los fanáticos que se proclaman dueños de la Argentina y celosos guardianes de la argentinidad. No será esa Argentina la que verá mi derrota.
Su pueblo me ha dado y me  dará tristezas y alegrías. En todo caso lo podré criticar o avalar, respaldar o contradecir,  acompañar o  intentar detenerlo.
Pero esos zigzagueos de la vida social, política y cultural, forman parte de los amores circunstanciales que un hombre pueda tener en su vida. Otras sociedades han llamado mi atención y he participado con esmero en la vida de ellas. Aún lo hago a la distancia. Porque el interés y  la preocupación por una comunidad, rompe los kilómetros y la coloca sobre tu mesa, cama o escritorio como si estuvieras ahí dentro.
A veces no estoy en Argentina, aunque mi vida cotidiana diga que estoy aquí. Tampoco estoy en Buenos Aires todo el tiempo. A veces estoy en La Pampa. Voy hasta el Río Colorado y revoloteo por los cauces secos del Atuel, ese río secuestrado. Otras veces me quedo en Córdoba, en Villa María y el río. Y muchos días me los paso en España. Estoy en la Plaza de Mina de Cádiz. A veces camino por Málaga, otras por Barcelona. Vuelvo a Jaén, las sierras de Segura y Cazorla. Y sigo viaje a Madrid.
La nacionalidad – como se sabe – es una circunstancia que el recién nacido no puede pronosticar.
Pero sobrevivir  a los embates del “orgullo nacional”  (esa escoria húmeda que a veces se instala en las comunidades hasta matarlas por asfixia)  es un signo de fortaleza que no todos se lo pueden permitir. Eso depende de las armas que le hayan sido entregadas el recién nacido, a poco de empezar a caminar. La filiación aquí es una contingencia positiva. La herencia moral y cultural es un valor que cotiza con los años.
Por eso digo que no será esta Argentina del “orgullo nacional” y todas sus banderas, ni su viejo y nuevo liberalismo ni sus falsas proclamas de libertad, las que me va a derrotar.
Tengo un país distinto. Mucho más fuerte que el que me han querido y siguen queriendo imponer. Es el país de mi infancia. Una infancia feliz, generosa, solidaria, comunitaria, participativa, festiva en las cosas simples, germinativa.
Ese país también es Argentina. Es otra Argentina. Sin  banderas ni abalorios. Simple, sencilla, desnuda, fértil y solidaria.

Eso también es Argentina. Aunque no haya registro, ni señal en la acelerada vida cotidiana de esta nueva sociedad. Una comunidad modelada por una comunicación masiva que promueve descomposición y traiciones, engarzados en adecuados trajes de moral republicana.


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Foto: sarmiento-cms

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