Generación tras
generación se fue acumulando la idea de
equilibrio. Luego se fueron sumando capas y capas de ese “Sentido Común” cargado de instrucciones sobre el orden, el
crecimiento y la abundancia. Y más tarde se
naturalizó la idea de que el crecimiento se mide por la
acumulación. Algo así como una
abundancia a la enésima potencia. Pero en ese raro sentido común de andar por
casa, todo es posible.
Por el método de
reducir explicaciones y aclaraciones
innecesarias, los practicantes de ese “Sentido
Común” llegaron a esta conclusión: “Si
hay abundancia, entonces hay crecimiento. Si se dan los dos supuestos, entonces hubo y hay orden. A todo eso, se la llama
equilibrio”.
Así se estableció un
pensamiento reducido que, sin ninguna vergüenza, se denomina lógica elemental, En
el devenir, se pudo elaborar un método para tener una primera imagen rápida de
una persona. Mientras más cosas haya en una habitación, mejor será la economía
del habitante. Y mientras más cosas ordenadas, según el criterio racional de
orden, mayor será su educación y su cultura. Todo un ejemplo de vida ordenada, cuando a la rutina
cotidiana se le llama vida. Pero no dice nada del pensamiento de ese personaje
ordenado.
Pero los equilibrios,
a veces pueden desembocar en desequilibrios. Hemos crecido tomando como valor
absoluta, que el sentido de pertenencia es igual que el sentimiento de adherencia. No se puede
pertenecer si no se adhiere. Toda oposición – aún aquella que no discute ni
contrapone, sino que solo interroga – es condición necesaria para la exclusión.
Quien no adhiere, entonces no pertenece. Y si no pertenece, entonces queda
fuera, al margen o distante. Al poco tiempo, se le cuelga el cartel de
excluido. En esa grey, los que adhieren
con devoción irracional, suelen llegar a dirigente entre los que pertenecen.
No indague, no
cuestione, no se interrogue, no reflexione. Siga la flecha, no tuerza ni fuerce
el orden. Llegará un día que la abundancia entrará por la puerta y se podrá sentir satisfecho, por haber sido
una persona que ha crecido en este mundo. Esa es la
idea de equilibrio. El equilibrio solo se alcanza si se practica el
sentido negativo de la acción de vivir. Olvídese de los Sí. Mientras respete
los No, entonces llegará a la meta. No importa la meta. Los que pertenecen al
mundo que usted pertenece, se encargarán de hacerle saber que “ha llegado a la meta”.
¿Por qué el sentido
común deriva en meandros del pensamiento y circunloquios, hasta situarnos en un laberinto sin salida?
¿Por qué a ese camino sinuoso se le llama equilibrio? ¿Por qué a esos
laberintos que nadie entiende, se les llama “equilibrio”? ¿Quién le puse un
corsé al sentido común?
En la austeridad hay
equilibrio. Y en la pobreza, el desorden aparente, es el equilibrio que impone
el caos. Un resultado forzado que termina
siendo armonioso. Porque el pobre quiere dejar de ser pobre y el caos
pugna por encontrar un nuevo orden. Ambos se complementan y tiran para el
mismo lado. No se han pedido señas de identidad. Solo acordar
que van en la misma dirección. Forzar la
realidad e imponer otro orden.
Todos los caos – no
importa la magnitud – se sustentan en una armonía que no vemos a simple vista. En
esa armonía la que fabrica otra realidad y un nuevo sentido de equilibrio. La
tierra surgió de un caos estelar. La vida surgió de un caos biológico, de incidentes químicos
entre elementos que nunca se reconciliaron, solo crearon otra cosa. Porque al
fin y al cabo, la vida no es un
equilibrio sino un caos en armonía con quien la vive o la lleva puesta.
Nuestra
historia revela que hay laberintos
equilibrados y ordenados que provocan
extremos caóticos. A esas barrancas sin fondo visible, van a parar todos los
que fueron excluidos del “Sentido Común”
del equilibrio. Ese que se construye en
base a la acumulación y el orden racional de los objetos. Ese sentido universal
de la negación, que todo lo seca, todos lo aprieta, lo asfixia, hasta estrangularlo.
Los excluidos son
los que abandonan y se abandonan, dice la sentencia. El verbo abandonar aquí,
solo tiene referencia en el verbo acumular. Quién no acumula, se abandona. Y de
aquí, hay un solo paso para afirmar que quien no acumula es pobre. Y quien es
pobre es porque se abandona. Por lo tanto es el único culpable de la exclusión.
Pero al abandono no
lo producen la pobreza ni la austeridad. Lo produce la derrota emocional y la
quiebra del pensamiento racional, que no encuentran nada hacia adelante ni
alrededor. El verbo excluir y la palabra excluido, llevan incorporado la
clausura del horizonte. Al menos el factor emocional que permite ver el horizonte.
Hay equilibrios que
solo producen desequilibrios entusiastas y desequilibrados fanatizados. Los
desequilibra el fanatismo por el equilibrio. Tal vez el único equilibrio que debiéramos
considerar es el del “Sentido”. Podríamos
ahorrarnos eso de “Común”.
Dejemos que los
sentidos con los que está dotado un ser humano, actúen en consecuencias.
Perciban, interpreten, escuchen, traduzcan, informen, toquen, huelan, se
carguen de dudas y vuelvan a poner en funcionamiento sus mecanismos. Casi con
toda seguridad, de todo eso resultará
algo que se llama pensamiento. No se puede garantizar que sea equilibrado. Pero
sí será armonioso entre el que lo piensa,
su entorno y un poco más acá. Y tal vez tenga algo más que ver con ese
más allá que se llama horizonte o futuro o porvenir o lo que sea que el tiempo
diga que tiene que suceder.
Dejemos que el
mensaje y el mensajero, sea el Hombre y no las Normas.
Imagen tomada de la Red. Se agradece información para consignarla.
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