No es el país. Es el marco social, los grupos
humanos, los intereses propios y ajenos.
¿Porque qué es el “País”?
Las decisiones.
No es la gente. Es la forma particular y personal de relacionarse.
¿Porque qué es la “Gente”?
Es el anónimo reconocido y renombrado en su
anonimato.
No son ellos. Es el nosotros con sus cargas
afectivas y de pensamiento.
¿Porque quiénes son “Ellos”?
El pensamiento ajeno y colectivo, que se pega en
las paredes de nuestra frágil arquitectura emocional. El pensamiento
omnipresente que se nos impone como propio.
No es el presente. Es desconocer el futuro o saber
que no hay futuro.
¿Porque qué
es el “Presente”?
Algo que no sabemos. Reconocemos el presente cuando
pensamos o creemos en un futuro. Sin futuro, no hay presente. Hoy es pensar en
mañana.
No es el hoy ni el ahora. Es no reconocer el
pasado.
Tampoco es el ayer inmediato. Sino el tiempo profundo.
Porque el pasado es nuestro tiempo profundo.
Solo es pasado lo que guardamos en la memoria.
Todo lo demás es ausencia, anonimato, ignorancia,
desprecio y negación.
No es el futuro. Es la falta de utopías. Es la
falta de valor para pensar la utopía.
No es lo cotidiano. La crisis está en las quimeras.
No es la falta de empuje. Es la ilusión.
¿Porque qué es el “empuje” o la decisión o la
convicción?
La ilusión no es un estado gaseoso, es el resultado
sólido y concreto de creer.
Cuando se viaja con el equipaje
equivocado, todos los caminos parecen extraños, todos los acompañantes son
anónimos, todos los diálogos son ardores, todas las palabras son cinceles
arrojados a una fragua que no descansa. Una fragua que devora esfuerzos,
entusiasmos y todo lo que el pensamiento pueda proponer.
Las causas banales, angustias, contratiempos,
esfuerzos vacíos, sobrevivencia y circunloquios en los que transcurre el diario
trajín, donde se deterioran los días, los meses y los años, son los ambientes
donde anidan y crecen los engaños. Es donde se compra Felicidad y Paraíso. Al
peso, por metro, por litro, para un instante o para toda la vida.
Pero no hay ningún paraíso, aunque siempre estemos
dispuestos a creer en alguno o inventarnos otro. Nuestra azarosa disposición a
buscar la felicidad eterna, nos induce a creer que siempre estamos a punto de
conseguir un paraíso que no sabemos cómo es. Tampoco hay acuerdo entre nosotros
sobre cómo quisiéramos que fuera.
El paraíso es solo un árbol con
ramilletes de pequeñas flores blancas, violáceas y azulinas, que brillan con
fuerza a media mañana, en los días despejados de primavera.
Los otros paraísos son falsos espejos
de uno mismo.
El paraíso del relato es una falacia que se viste de utopía.
Una utopía que no cotiza en las
apuestas urbanas,
Esa utopía es solo una idea crítica
apagada antes de encender.
Esa es la crisis.
***
Imagen: sarmiento-cms
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