martes, 21 de mayo de 2019

LOS PRÓLOGOS AL FINAL


SUGIERO, SE ME OCURRE…  ¡NO SÉ!  Podríamos  hacer algo y suprimir el verbo “sumergir” en todas sus versiones.  Aunque tal vez no sea necesario ser tan radicales y solo suprimirlo para el uso de la crítica literaria. O quizá mejor, se podría convenir en prohibirles solo a los críticos profesionales y prologuista a destajo, que nunca más en su vida podrán usar el verbo “Sumergir”. Y por extensión, invalidar la palabra “Inmersión”.
Porque ya está bien de meter ese verbo en el comienzo  de cualquier prólogo o en las primeras diez líneas de cualquier análisis de cualquier libro, independientemente del autor, su nacionalidad, estado físico y mental o lugar del mundo en que se encuentre.
Parece que los escritores siempre se están “sumergiendo”. Y si no son ellos, entonces el prologuista se lo propone o induce indirectamente a sus lectores. Pareciera que para leer una obra o un simple texto  literario, fuera condición necesaria sumergirse en algo o alguien. ¡Vaya  uno a saber qué! Porque ninguno de estos eruditos de la pluma crítica nos da alguna pista sobre dónde tenemos que ir a cumplir con  la “ceremonia” de “sumergirnos”.
Todo parece signado por un plan predestinado. Todo escritor, más todos sus lectores, en algún momento se tienen que sumergir o han sido sumergidos por la calidad  discursiva y  de palabra del autor. Si todo fuera tan fácil, me pregunto por qué no se les indica a los buzos que lean un libro antes de hacer su tarea. Quizá ya lo hagan y uno no lo sepa. Quizá  los críticos y eruditos  prologuistas ya lo saben y por eso insisten en que debemos sumergirnos.
Debería investigar, para saber si en los programas de formación de las escuelas de buceo, este asunto técnico de frases, letras y palabras está indicado como la mejor práctica necesaria para sumergirse. Y si no es así, entonces debería proponerlo. Es lo que voy aprendiendo a medida que leo más prólogos.
Esta propuesta constante de que para comprender a un autor (especialmente en poesía) hay que “sumergirse”, me lleva necesariamente a pensar que todos los programas de formación literaria debieran contar con un  curso de submarinismo. Tendría el beneficio adicional, de incluir una práctica deportiva; algo no muy frecuente en quienes deben pasar horas escribiendo sobre cómo interpretar o “sumergirnos” en un texto literario.
Una feria del libro sirve para muchas cosas. Una de ellas es ojear las tapas de los  libros, repasar algunas de las primeras páginas y tal vez leer algunos párrafos del prólogo o la contratapa. Quienes hayan cometido esta imprudencia, ya saben a qué me refiero. Van a salir de la feria absolutamente “sumergidos”.
A juzgar por uso discrecional del término, pareciera que los escritores están todos o casi todos “sumergidos”. Luego producen sus obras literarias o textos generales. Y tal vez luego, vuelvan a la superficie y se comuniquen con la vida cotidiana de obligaciones menores. En ese mundo “sumergido”, debe haber una concentración tal de personas y gentes de todo tipo, que no debe caber un alfiler. Eso no lo sé bien.  Porque los críticos no me informan si solo se “sumergen” los que escriben bien, más o menos o muy bien. Tal vez sea solo los que hacen grandes obras.
Mi propuesta de suprimir la palabra – al menos en el ámbito de la crítica literaria o en  el  uso de los prólogos – es  por una certeza. Estoy seguro que los que escriben no están sumergidos en ningún lado ni convocan a las “masas” a que se sumerjan en nada ni en ningún  lugar. Porque para escribir algo que merezca la pena ser leído, hay que tener las neuronas bien al tope, en  plena superficie y mucho mejor – si es posible – un  poquito más arriba. Y si después de ese esfuerzo, el lector se sumerge en no sé qué, en lugar de abrir la cabeza, los ojos, el pensamiento, la mirada y todas sus capacidades sensoriales y cognitivas, entonces no habrá servido de nada lo que se haya escrito, cualquiera sea el tema y la factura técnica.
Por favor, dejemos de decirle a la gente que se sumerja, que abandone la realidad y la vida,  que se vaya  más abajo de dónde pueda. Al revés, digámosle que salga a la superficie, que se eleve si es posible, que abandone todos los planos medios, el comportamiento promedio, los meta-planos o las categorías o estratificaciones que un sistema social perverso, ha impuesto en todos los niveles de la cultura y especialmente en el arte.   
¡Vea, se lo digo con franqueza! Antes de leer un libro  o un relato o un cuento o un poema, no haga nada. ¡Por favor! No haga nada. Solo lea. Y si después de eso quiere leer el prólogo, la crítica o lo que sea que vayan a decir del autor, puede hacerlo con toda confianza y seguridad. Porque  después de haber leído el libro, usted también tendrá una mirada crítica. Luego podrá coincidir o disentir con  el crítico,  prologuista o quien sea que haya escrito la presentación.
Lo mejor y más interesante para el pensamiento, sería que los prólogos y presentaciones estuvieran al final del libro. Así el lector puede establecer un diálogo con la opinión sugerida, con mejores armas. Y no como al principio, que no sabe nada de la obra y es muy probable que la comience a leer inducido por una opinión  que no es la del escritor.
¡Vea, se lo digo con franqueza! Lo mejor que le puede suceder, es que entre el texto, el autor y usted  no haya intermediarios. Entienda lo que pueda en una primera lectura. Entienda más en una segunda lectura. Y luego entenderá más y más en lecturas sucesivas. Porque el secreto de todo texto, es que usted lea y lea y lea. Así cada vez que repita la acción, es muy posible que pensará más y mejor. Porque lo central es que piense.
Porque hay algo que quizá no se tome muy en cuenta. Creo poder afirmar, que casi todos los que escriben prefieren que los lectores le den rienda suelta a la imaginación, la dejen libre de escapar y puedan seguir la historia o el poema desde su propia comprensión. Y todo eso se parece mucho más a “volar” que a “sumergirse”.
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Imagen de autor desconocido. Se agradece la información para consignar. 

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