SUGIERO, SE ME OCURRE…
¡NO SÉ! Podríamos hacer algo y suprimir el verbo “sumergir” en todas sus versiones. Aunque tal vez no sea necesario ser tan
radicales y solo suprimirlo para el uso de la crítica literaria. O quizá mejor,
se podría convenir en prohibirles solo a los críticos profesionales y
prologuista a destajo, que nunca más en su vida podrán usar el verbo “Sumergir”. Y por extensión, invalidar
la palabra “Inmersión”.
Porque ya está bien
de meter ese verbo en el comienzo de
cualquier prólogo o en las primeras diez líneas de cualquier análisis de
cualquier libro, independientemente del autor, su nacionalidad, estado físico y
mental o lugar del mundo en que se encuentre.
Parece que los
escritores siempre se están “sumergiendo”.
Y si no son ellos, entonces el prologuista se lo propone o induce
indirectamente a sus lectores. Pareciera que para leer una obra o un simple
texto literario, fuera condición
necesaria sumergirse en algo o alguien. ¡Vaya
uno a saber qué! Porque ninguno de estos eruditos de la pluma crítica nos
da alguna pista sobre dónde tenemos que ir a cumplir con la “ceremonia”
de “sumergirnos”.
Todo parece signado
por un plan predestinado. Todo escritor, más todos sus lectores, en algún
momento se tienen que sumergir o han sido sumergidos por la calidad discursiva y
de palabra del autor. Si todo fuera tan fácil, me pregunto por qué no se
les indica a los buzos que lean un libro antes de hacer su tarea. Quizá ya lo
hagan y uno no lo sepa. Quizá los
críticos y eruditos prologuistas ya lo
saben y por eso insisten en que debemos sumergirnos.
Debería investigar,
para saber si en los programas de formación de las escuelas de buceo, este
asunto técnico de frases, letras y palabras está indicado como la mejor práctica
necesaria para sumergirse. Y si no es así, entonces debería proponerlo. Es lo
que voy aprendiendo a medida que leo más prólogos.
Esta propuesta
constante de que para comprender a un autor (especialmente en poesía) hay que “sumergirse”, me lleva necesariamente a
pensar que todos los programas de formación literaria debieran contar con
un curso de submarinismo. Tendría el
beneficio adicional, de incluir una práctica deportiva; algo no muy frecuente
en quienes deben pasar horas escribiendo sobre cómo interpretar o “sumergirnos” en un texto literario.
Una feria del libro
sirve para muchas cosas. Una de ellas es ojear las tapas de los libros, repasar algunas de las primeras
páginas y tal vez leer algunos párrafos del prólogo o la contratapa. Quienes
hayan cometido esta imprudencia, ya saben a qué me refiero. Van a salir de la
feria absolutamente “sumergidos”.
A juzgar por uso
discrecional del término, pareciera que los escritores están todos o casi todos
“sumergidos”. Luego producen sus
obras literarias o textos generales. Y tal vez luego, vuelvan a la superficie y
se comuniquen con la vida cotidiana de obligaciones menores. En ese mundo “sumergido”, debe haber una concentración
tal de personas y gentes de todo tipo, que no debe caber un alfiler. Eso no lo
sé bien. Porque los críticos no me
informan si solo se “sumergen” los
que escriben bien, más o menos o muy bien. Tal vez sea solo los que hacen
grandes obras.
Mi propuesta de
suprimir la palabra – al menos en el ámbito de la crítica literaria o en el uso
de los prólogos – es por una certeza. Estoy
seguro que los que escriben no están sumergidos en ningún lado ni convocan a
las “masas” a que se sumerjan en nada
ni en ningún lugar. Porque para escribir
algo que merezca la pena ser leído, hay que tener las neuronas bien al tope,
en plena superficie y mucho mejor – si es
posible – un poquito más arriba. Y si
después de ese esfuerzo, el lector se sumerge en no sé qué, en lugar de abrir
la cabeza, los ojos, el pensamiento, la mirada y todas sus capacidades
sensoriales y cognitivas, entonces no habrá servido de nada lo que se haya
escrito, cualquiera sea el tema y la factura técnica.
Por favor, dejemos
de decirle a la gente que se sumerja, que abandone la realidad y la vida, que se vaya
más abajo de dónde pueda. Al revés, digámosle que salga a la superficie,
que se eleve si es posible, que abandone todos los planos medios, el
comportamiento promedio, los meta-planos o las categorías o estratificaciones que
un sistema social perverso, ha impuesto en todos los niveles de la cultura y
especialmente en el arte.
¡Vea, se lo digo con
franqueza! Antes de leer un libro o un
relato o un cuento o un poema, no haga nada. ¡Por favor! No haga nada. Solo
lea. Y si después de eso quiere leer el prólogo, la crítica o lo que sea que
vayan a decir del autor, puede hacerlo con toda confianza y seguridad.
Porque después de haber leído el libro,
usted también tendrá una mirada crítica. Luego podrá coincidir o disentir
con el crítico, prologuista o quien sea que haya escrito la
presentación.
Lo mejor y más
interesante para el pensamiento, sería que los prólogos y presentaciones
estuvieran al final del libro. Así el lector puede establecer un diálogo con la
opinión sugerida, con mejores armas. Y no como al principio, que no sabe nada
de la obra y es muy probable que la comience a leer inducido por una
opinión que no es la del escritor.
¡Vea, se lo digo con
franqueza! Lo mejor que le puede suceder, es que entre el texto, el autor y
usted no haya intermediarios. Entienda
lo que pueda en una primera lectura. Entienda más en una segunda lectura. Y
luego entenderá más y más en lecturas sucesivas. Porque el secreto de todo
texto, es que usted lea y lea y lea. Así cada vez que repita la acción, es muy
posible que pensará más y mejor. Porque lo central es que piense.
Porque hay algo que
quizá no se tome muy en cuenta. Creo poder afirmar, que casi todos los que
escriben prefieren que los lectores le den rienda suelta a la imaginación, la
dejen libre de escapar y puedan seguir la historia o el poema desde su propia comprensión.
Y todo eso se parece mucho más a “volar” que a “sumergirse”.
***
Imagen de autor desconocido. Se agradece la información para consignar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por venir y dejar tu marca