jueves, 16 de mayo de 2019

APUNTES DEL HOMBRE SINGULAR


Hay mañanas, que al despertar, miras el techo y no sabes quién eres ni qué vas a hacer. El día es esa cosa extraña que no puedes traducir. Es un instante que parece una eternidad.
No me esfuerzo por responder. Tengo el pensamiento vacío. Las ideas distantes. Solo sé que en cuanto me incorpore, tendré que esquivar la mole de normalidad con sus rutinas, vacíos y ausencias.
En algún momento de ese instante, debo pensar que tengo la posibilidad de hacer algo nuevo que jamás se me ocurrió. Pero eso no lo sé. Es lo que ahora supongo que sucede. Porque en ese instante, estoy perdido hasta de mí mismo.
Luego, sentado en el borde de la cama, a medio vestir, sé que la rutina me espera. A pesar de tenerla desdibujada, su presencia  es inexorable. Pero algo extraño debe suceder en alguna parte de mí. Porque también siento un impulso natural, casi biológico, de contradecir las leyes de lo cotidiano.
Mientras me incorporo,  siento que estoy dispuesto a pulverizar la monotonía a base de imaginación. No sé por qué ni de dónde llega esa idea. Tal vez sea una cuestión de fe. Como la que tienen los seguidores de un Dios o en algo que los trascienda. Quizá sea esto último. Entonces, igual que ellos, traigo la palabra hacia mí. La convoco en mis primeras horas, como quien se encomienda a  un hecho superior que lo proteja. Al fin y al cabo, la imaginación y su capacidad creadora, debería ser considerada la religión natural de los humanos. Si es que se le puede  llamar religión.
Sobre la mesa tengo dispuesto  un desayuno frugal. Y la mirada fija en la cuchara mientras revuelvo en la taza la leche y el café. Luego miro alrededor. Recorro la habitación en su totalidad. Levanto la mirada. Vuelvo a mi acto de fe y reflexiono: “Porque una cosa es la cadencia banal de las tareas cotidianas. Y otra muy distinta el pensamiento amplio, generoso, extenso, sutil, perspicaz y explorador que crece con las horas”. Lo repite como oración
Después de vestirme, de  elegir la ropa que me identificará ese día, que dirá qué persona soy o quiero ser, en mi tertulia interior ya hay algunas conclusiones y acuerdos. Antes de salir, ya tengo claro que todo lo que cuenta es no dejarse aplastar. La  única realidad no es la que se te propone. La verdadera realidad es el resultado de calzarse la vida y salir con ella por la calle. Todo lo demás será consecuencia de la audacia que esté dispuesto a exponer en esas horas.
En el primer recorrido por la calle, ya sé que todo lo demás  que ocurra en el día, será imaginación. Debería ser así, sino quiero morir de anonimato.  Mientras camino, invoco esa religión natural a la que llamo “imaginación”. Palabra que no es una palabra de una sola denominación. Es un universo. La palabra designa un mundo sutil, diverso, efervescente y creador que se llama “condición humana”. Esa no es una religión, pero bien podría serlo. Y a ella me entrego a diario. Sin resistir.


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Imagen de autor desconocido. Se agradece información. 

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