Un abrazo. Si lo ven, si anda
suelto por ahí, si te lo ofrecen, no es para desechar. Cuando se presenta un
abrazo, no hay que mirar para otro lado.
Me refiero a un abrazo, no a un agarrón o un zamarreo desconocido. Es
preciso aclararlo, porque en la confusión general, es posible que se haya
perdido la idea de que abrazo es complementario de afecto. Quizá ambas palabras
debieran ir siempre juntas o una signifique casi lo mismo que la otra o una no
se comprenda sin la otra.
Abrazo es un sustantivo, que viene de “abrazar”, que en las
definiciones eruditas significa “ceñir
con los brazos”, “Estrechar entre los brazos en señal de cariño. Pero por
extensión, también significa “Rodear, comprender,
incluir, admitir, recibir”. Abrazo significa muchas cosas más. La acción
está condicionada por esas tres palabras incluidas en su definición que dice “señal de cariño”. Aquí es donde se descubre
el parentesco con “Afecto”. Un adjetivo
que tiene que ver con las cosas de la sensibilidad. Y que en algún
diccionario aparece como “Cualquiera de
las pasiones o sentimientos del ánimo y más particularmente del amor o cariño”.
Todo eso está metido en un abrazo
según la gramática. Imaginen todo lo que pueden poner las personas, quizá
ustedes mismos, en el momento de un abrazo. Porque en esto de los abrazos, sentimientos
y las manifestaciones de cariño, también hay algo de solidaridad en las
angustias. En cada abrazo siempre hay complicidad y esperanza. Complicidad en
la alegría y esperanza de que la tristeza no sea como el infinito.
Alegrías, tristezas, solidaridad,
esperanza, cariño, afectos, abrazos, complicidades, comprender, recibir,
admitir, incluir, son todas palabras que en la Argentina de hoy tienen una valor incalculable. Tal vez lo
tengan en todos los tiempos y en cualquier lugar. Pero en la Argentina de hoy,
son vitales, son condición necesaria para sobrevivir. Cuando no hay dinero ni
lo habrá, la vida se fabrica con otras
cosas. Y si hubiera dinero pero nada de lo que se incluye en los abrazos,
entonces se fabrica futuro que muy poco tiene que ver con la vida.
Pero en los tiempos que corren las
urgencias son otras. Nadie se sienta a
filosofar. En estos tiempos de revoluciones ficticias, todo huele a
decadencia y marginalidad. Hombres y mujeres que cruzan la urbanidad acelerados con sus prisas y las crisis
pendiendo sobre sus cabezas. En estos casos, todos toman los caminos de la
ansiedad y se cae en la tentación de estar
pendiente de los mercados. Y en el peor de los casos, de las apretadas
síntesis económicas en los telediarios, que
hacen algunos que no saben nada pero opinan. En otros casos más
complicados, el problema es la lista de empleos o las listas cortas de empleos
ofrecidos o que no haya ninguna lista.
La angustia por las limitaciones
del dinero no se salva en las páginas económicas. La protección de los ahorros
no se asegura con más datos y cifras de información económica. Es importante
todo eso, es cierto. Pero en los tiempos de crisis, lo único necesario es una
cabeza abierta, que mira hace adelante con los ojos bien abiertos, sabiendo que
el futuro no le ofrece nada, y que todo
lo que haya de cierto en este triste y gris escenario de nuestros días,
proviene de otro lado. Ese otro lado, es el que está más cerca y seguramente no
vemos.
Lo más triste de las crisis
sociales (que terminan convertidas en personales) quizá sea apartarse de lo
esencial, tratando de salvar el pellejo. Lo más triste es olvidarse de los
abrazos y los afectos de los amigos, de la pequeña familia si la hubiera, de los amores. Y lo peor de todo es olvidarse
de la mujer que quieres o el hombre que amas, en medio del vendaval que va cayendo. Ese es el otro lado del problema. Ese es el
único lugar desde donde podemos mirar la vida con otros ojos.
En las crisis, lo mejor es mirar a
los costados y luego hacia adentro. Repasar el escenario. Buscar a los que te
quieren y avanzar. Después, casi seguro que todos los datos que se han juntado servirán
para algo. Antes no. Y si no encontraras
a nadie en esa observación, entonces hay que plantarse en el punto de partida.
Pensar en uno mismo y saber que se está queriendo, que se está abrazando, y que
no hay ningún sentimiento o razón que tenga más potencia que esa convicción.
Todo lo demás, es suicidarse
lentamente sin reparar en el frío que va dejando la batalla.
Imagen de autor desconocido tomada de la Red. Agradezco información para consignarla.
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