sábado, 4 de abril de 2020

A NOSOTROS NOS QUEDA LA MÚSICA


Estos cassettes solo se escuchan de vez en cuando. Solo están para recordarme que la felicidad siempre es posible y que alguna vez existió.
Junto a otros pocos, tienen un lugar de primera línea en la biblioteca de la sala. Los compré en una casa de música cerca de la Puerta del Sol, al día siguiente de ir a un recital que dio en un teatro de Tirso de Molina, junto a Pablo Milanés y Silvio Rodríguez. Eran tiempos de “Entre Amigos”, ese magnífico álbum que en el Madrid de “La Movida” escuchábamos por todos lados.
Eran los meses previos al triunfo del partido socialista, el primero en la transición tras el regreso de la democracia. Eran tiempos en que los recitales de Ana Belén y Víctor Manuel, Joan Manuel Serrat, Miguel Ríos, Paxti Andión, Lluis Llach y Paco Ibañez, sin olvidar a Camarón, Tomatito y Paco de Lucía, llenaban estadios y andábamos las semanas previas  tarareando canciones, para que el recital no nos encontrara huérfanos de entusiasmo y sin poder acompañarlos en el fraseo. Andábamos, como dice la canción de Kiko Veneno, “Volando voy, volando vengo”…. “enamorados de la vida que a veces duele”
Eran los tiempos en que pensábamos que íbamos a tener la España que habíamos imaginado desde mucho tiempo. Tanto los españoles, por haber nacido y criado allí, como por los invitados a la democracia, como yo o mi amiga Laura, criados en la Argentina lejana, pero que habíamos crecido leyendo de esas esperanzas de los españolitos de a pie.
Pero nosotros éramos distintos a todos porque vivíamos en Vallecas, el barrio del insumiso que hoy se va. En cierto modo, igual que toda la gente del Puente de Vallecas, sentíamos que nos pertenecía o que él escribía y cantaba lo que queríamos decir, los que de esa zona de Madrid.
Fueron años de profunda reflexión y mucha más acción. Fuimos una generación precoz, moldeada al fuego de las prohibiciones. Nos agarramos a los artistas (músicos, poetas, actores, pintores y escritores varios) como quien se toma a un salvavidas en un océano, que nos había sido adverso desde el nacimiento. Fueron tiempos en los que los juglares ocuparon el lugar de los líderes y los héroes. Fueron tiempos en los que  vivíamos convencidos de que el arte se instalaría definitivamente. Y ellos fueron los encargados de expresarlo.
Crecimos esperando cada día una nueva poesía que nos interpretara y nos ayudara a explicarnos, comprendernos y – si se podía o se daba – también amarnos. Sin que nadie les diera el cargo, fueron los responsables de cuidarnos el alma, para que no se nos rompiera más de la que ya estaba rota. Crecimos con ellos y ellos crecieron con nosotros. Los pusimos arriba solo para poder alentarlos desde abajo con vítores y aplausos. Porque los artistas también tienen un alma que necesita que la mimen. Ellos lo hacían con la nuestra y nosotros con la de ellos.
Fueron tiempos en las que los artistas vivían entre nosotros y no había mediadores de discográficas que nos dirigiera la forma de hablarles. Fueron tiempos en los que te podías cruzar con ellos en alguna calle, como nos ha pasado con Aute, en la Plaza de Puerto Rubio o las terrazas de la calle Peña Gorbea, para  los que vivíamos por allí cerca. Bajábamos desde El Portazgo por la Avenida de la Albufera.

Eran los años en los que Sabina era Joaquín. Y se movía como un pez, por la calle de Toledo entre Plaza Mayor y la Plaza de la Cebada con escapadas a Tirso de Molina y a Sol. Eran los tiempos en que se juntaba con los macarras de Viceversa para hacer rock y blues. Eran los tiempos de reuniones y conciertos intimistas, acústicos, entre la protesta y el humor con Javier Krahe y Alberto Perez en el sótano de La Mandrágora, en la calle de la Cava Baja,donde también cantaba Aute algunas veces. Noches largas y días interminables.  

Eran los tiempos en que Joaquín tocaba rock en los pueblos de Madrid con Viceversa, cargando los trastos en el maletero y el techo del taxi de Manolo que vivía allí, entre ellos mismos, en la Plaza de la Cebada. Eran los tiempos de “Pongamos que hablo de Madrid”. Eran los tiempos de juglaría por las calles y en televisión. 
¡Era tan lindo ese Madrid o aquella Barcelona! ¡Eran tan lindos Bilbao y Portugalete cuando sonaba Paxti Andión! ¡Era tan linda Granada cuando había recital de Carlos Cano! ¡Era tan bonito llegar a la bahía de Cádiz porque sabías que Camarón estaba cantando en San Fernando! La felicidad quizá tenga muchas versiones. Y a lo largo de nuestra vida jamás conoceremos a todas, pero con ellos nosotros conocimos y vivimos una de esas formas de la felicidad.
El insumiso Aute, para nosotros, o Luis Eduardo Aute Gutiérrez, para el Estado, se ha ido hoy 4 de abril. Y supongo que no le debe agradar para nada,  que hoy elevemos tristezas y desazón. Supongo que el letrista del amor en las cosas simples, el juglar de Vallecas, el poeta de las cosas profundas, preferiría que nosotros cantáramos por él. Para recordarnos a nosotros mismos, que la felicidad es posible y que alguna vez la  conocimos.
El rebelde que compuso “La Belleza”, se va a los 76 años gritando las mismas cosas que discutía con empeño en las mesas de los bares o desde el  escenario “Y así sucede, que entre la fe y la felonía, la herencia y la herejía, la jaula y la jauría, entre morir o matar... Prefiero amor, amar, prefiero amar, prefiero amar”, como dice en la canción Prefiero amar. 
Compañero, amigo, artista, poeta, juglar, te llevaremos en el corazón lo que nos reste del camino. Y si hoy hay llanto, no solo es por ti, sino también por nosotros.
Si son verdad los versos de Machado, “todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar”, entonces tú has hecho el tuyo y a nosotros nos queda por seguir. Y en ese seguir, a nosotros nos queda la música.
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Foto: sarmiento-cms / el jinete imaginario




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