Estos cassettes solo se escuchan de vez en cuando.
Solo están para recordarme que la felicidad siempre es posible y que alguna vez
existió.
Junto a otros pocos, tienen un lugar de primera
línea en la biblioteca de la sala. Los compré en una casa de música cerca de la
Puerta del Sol, al día siguiente de ir a un recital que dio en un teatro de
Tirso de Molina, junto a Pablo Milanés y Silvio Rodríguez. Eran tiempos de “Entre Amigos”, ese magnífico álbum que
en el Madrid de “La Movida”
escuchábamos por todos lados.
Eran los meses previos al triunfo del partido
socialista, el primero en la transición tras el regreso de la democracia. Eran
tiempos en que los recitales de Ana Belén y Víctor Manuel, Joan Manuel Serrat,
Miguel Ríos, Paxti Andión, Lluis Llach y Paco Ibañez, sin olvidar a Camarón,
Tomatito y Paco de Lucía, llenaban estadios y andábamos las semanas
previas tarareando canciones, para que el
recital no nos encontrara huérfanos de entusiasmo y sin poder acompañarlos en
el fraseo. Andábamos, como dice la canción de Kiko Veneno, “Volando voy,
volando vengo”…. “enamorados de la vida que a veces duele”
Eran los tiempos en que pensábamos que íbamos a
tener la España que habíamos imaginado desde mucho tiempo. Tanto los españoles,
por haber nacido y criado allí, como por los invitados a la democracia, como yo
o mi amiga Laura, criados en la Argentina lejana, pero que habíamos crecido
leyendo de esas esperanzas de los españolitos de a pie.
Pero nosotros éramos distintos a todos porque vivíamos
en Vallecas, el barrio del insumiso que hoy se va. En cierto modo, igual que
toda la gente del Puente de Vallecas, sentíamos que nos pertenecía o que él
escribía y cantaba lo que queríamos decir, los que de esa zona de Madrid.
Fueron años de profunda reflexión y mucha más
acción. Fuimos una generación precoz, moldeada al fuego de las prohibiciones.
Nos agarramos a los artistas (músicos, poetas, actores, pintores y escritores
varios) como quien se toma a un salvavidas en un océano, que nos había sido
adverso desde el nacimiento. Fueron tiempos en los que los juglares ocuparon el
lugar de los líderes y los héroes. Fueron tiempos en los que vivíamos convencidos de que el arte se
instalaría definitivamente. Y ellos fueron los encargados de expresarlo.
Crecimos esperando cada día una nueva poesía que
nos interpretara y nos ayudara a explicarnos, comprendernos y – si se podía o
se daba – también amarnos. Sin que nadie les diera el cargo, fueron los
responsables de cuidarnos el alma, para que no se nos rompiera más de la que ya
estaba rota. Crecimos con ellos y ellos crecieron con nosotros. Los pusimos
arriba solo para poder alentarlos desde abajo con vítores y aplausos. Porque
los artistas también tienen un alma que necesita que la mimen. Ellos lo hacían
con la nuestra y nosotros con la de ellos.
Fueron tiempos en las que los artistas vivían
entre nosotros y no había mediadores de discográficas que nos dirigiera la
forma de hablarles. Fueron tiempos en los que te podías cruzar con ellos en
alguna calle, como nos ha pasado con Aute, en la Plaza de Puerto Rubio o las
terrazas de la calle Peña Gorbea, para
los que vivíamos por allí cerca. Bajábamos desde El Portazgo por la
Avenida de la Albufera.
Eran los años en los que Sabina era Joaquín. Y se movía como un pez, por la calle de Toledo entre Plaza Mayor y la Plaza de la Cebada con escapadas a Tirso de Molina y a Sol. Eran los tiempos en que se juntaba con los macarras de Viceversa para hacer rock y blues. Eran los tiempos de reuniones y conciertos intimistas, acústicos, entre la protesta y el humor con Javier Krahe y Alberto Perez en el sótano de La Mandrágora, en la calle de la Cava Baja,donde también cantaba Aute algunas veces. Noches largas y días interminables.
Eran los tiempos en que Joaquín tocaba rock en los pueblos de Madrid con Viceversa, cargando los trastos en el maletero y el techo del taxi de Manolo que vivía allí, entre ellos mismos, en la Plaza de la Cebada. Eran los tiempos de “Pongamos que hablo de Madrid”. Eran los tiempos de juglaría por las calles y en televisión.
Eran los años en los que Sabina era Joaquín. Y se movía como un pez, por la calle de Toledo entre Plaza Mayor y la Plaza de la Cebada con escapadas a Tirso de Molina y a Sol. Eran los tiempos en que se juntaba con los macarras de Viceversa para hacer rock y blues. Eran los tiempos de reuniones y conciertos intimistas, acústicos, entre la protesta y el humor con Javier Krahe y Alberto Perez en el sótano de La Mandrágora, en la calle de la Cava Baja,donde también cantaba Aute algunas veces. Noches largas y días interminables.
Eran los tiempos en que Joaquín tocaba rock en los pueblos de Madrid con Viceversa, cargando los trastos en el maletero y el techo del taxi de Manolo que vivía allí, entre ellos mismos, en la Plaza de la Cebada. Eran los tiempos de “Pongamos que hablo de Madrid”. Eran los tiempos de juglaría por las calles y en televisión.
¡Era tan lindo ese Madrid o aquella Barcelona!
¡Eran tan lindos Bilbao y Portugalete cuando sonaba Paxti Andión! ¡Era tan
linda Granada cuando había recital de Carlos Cano! ¡Era tan bonito llegar a la
bahía de Cádiz porque sabías que Camarón estaba cantando en San Fernando! La
felicidad quizá tenga muchas versiones. Y a lo largo de nuestra vida jamás
conoceremos a todas, pero con ellos nosotros conocimos y vivimos una de esas
formas de la felicidad.
El insumiso Aute, para nosotros, o Luis Eduardo
Aute Gutiérrez, para el Estado, se ha ido hoy 4 de abril. Y supongo que no le
debe agradar para nada, que hoy elevemos
tristezas y desazón. Supongo que el letrista del amor en las cosas simples, el
juglar de Vallecas, el poeta de las cosas profundas, preferiría que nosotros
cantáramos por él. Para recordarnos a nosotros mismos, que la felicidad es
posible y que alguna vez la conocimos.
El rebelde que compuso “La Belleza”, se va a los
76 años gritando las mismas cosas que discutía con empeño en las mesas de los
bares o desde el escenario “Y así sucede, que entre la fe y la felonía,
la herencia y la herejía, la jaula y la jauría, entre morir o matar... Prefiero
amor, amar, prefiero amar, prefiero amar”, como dice en la canción Prefiero amar.
Compañero, amigo, artista, poeta, juglar, te
llevaremos en el corazón lo que nos reste del camino. Y si hoy hay llanto, no
solo es por ti, sino también por nosotros.
Si son verdad los versos de Machado, “todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es
pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar”, entonces tú has hecho
el tuyo y a nosotros nos queda por seguir. Y en ese seguir, a nosotros nos
queda la música.
***
Foto: sarmiento-cms / el
jinete imaginario
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