El hombre de las cavernas sobrevivió, creció y se
multiplicó en medio de tragedias mayores que el Coronavirus. ¿Cómo pudo hacerlo
con tan precarios conocimientos científicos y una tecnología tan rudimentaria?
Conocía, utilizaba y manejaba con solvencia un
elemento clave de la cultura universal de la humanidad: el Sentido Social de la
Solidaridad en Comunidad.
Sin escritura ni grandes explicaciones, el hombre
de las cavernas sabía con claridad, que en las grandes emergencias, su propio y
único accionar no tenía valor. Solo aportando al esfuerzo conjunto de la
comunidad, era donde su acción
individual se multiplicaba y era eficaz. Ese es el principio que la sociedad
contemporánea no tiene.
La sociedad moderna cree en el individuo como
fuente universal de suficiencia y poder. Rinde culto al esfuerzo personal como
única forma de alcanzar niveles de bienestar. Un “bienestar” que tiene nuevo
significado en el marco de la sociedad de consumo.
Es el paradigma del “Hombre solo que triunfa” ante los peligros, que se sobrepone y los
domina o elimina. El hombre o la mujer sola que moldea su propio futuro
resistiendo la adversidad. Y aunque en la definición del paradigma no esté
escrito, es natural pensar que se llama “peligros” y “adversidad” a la misma sociedad. Es decir, es
la cultura del “yo soy bueno, luchador y
perseverante”, todos los demás “se
merecen lo que tienen por vagos, irresponsables e inconstantes”.
El viejo relato de las “influencias perniciosas”
que en este caso no es otra que la misma sociedad. El “Hombre solo que triunfa” debe luchar dentro y contra la sociedad.
Solo así alcanzará su meta, será alguien renovador y de progreso. Será menos
natural y más civilizado. Pero no hay registro sobre si es mejor humano.
Pero resulta que ante la primera emergencia, se
advierte que la acumulación de bienes y
los éxitos profesionales no le han dado muchas herramientas para conducirse en
tiempos de crisis. En la emergencia quedan expuestas de forma evidente muchas
carencias. De pronto se descubre que los avances científicos y tecnológicos no
los han hecho más hábiles, imaginativos y creativos en la supervivencia. Todo
lo contrario, los expone, los muestra como seres profundamente dependientes,
incapaces de ver más allá de su inmediata necesidad.
El “Hombre
solo que triunfa” del paradigma, de pronto descubre en medio de una crisis,
que su capacidad de comprar y su lugar en el escalafón profesionales y el espacio
ascendente que ocupa en la comunidad no les sirven para nada. Ha podido
fabricar y hasta moldear su futuro – al menos eso cree – pero no puede comprar
la vida que necesita para llegar a ese futuro.
La causa es simple: no todo se puede comprar. Una
frase desgastada por el uso, abuso y mal uso, pero que forma parte del catálogo
general llamado “Sentido Común”. Algo así como una enciclopedia no escrita que
tienen las sociedades para advertir a las próximas generaciones.
La sociedad contemporánea como tal – en
comparación a la que construyó el hombre de las cavernas – es una sociedad
desestructurada que en situaciones críticas de emergencia social, muestra una
absoluta incapacidad para actuar como sociedad, en bloque, solidariamente y con
un mismo plan de acción. Mientras mayor sea el crecimiento económico,
financiero y comercial de esa sociedad, más patética se presenta esa fragmentación.
Porque el nexo primordial que la une, es el dinero y la capacidad de compra.
Es una sociedad sin empatía, con un solo ritmo de
pensamiento técnico y automático. Para cada desafío, existe una fórmula para
intervenir. Ante cada peligro hay artefactos, medios técnicos y protocolos de
relaciones personales que permitirán mitigar los efectos. En esta sociedad todo
tiene su correlato, vivir es una secuencia programada que encadena sucesos en
la vida de las personas, que han sido marcadas de antemano. Y como si fueran
postas o vallas a saltar, cada individuo debe llevar ese rumbo si no quiere
quedar fuera del camino del éxito. Hasta que llega una pandemia que no estaba en el programa.
El paradigma del “Hombre solo que triunfa”,
el individualismo extremo, la exaltación del ego, la idea del éxito y las
relaciones personales mediadas por el dinero, han moldeado una élite dentro de
la comunidad o sociedad. Es la élite a la que nada le toca, nadie le puede
hacer daño y el que lo intente recibirá el peso y la condena del poder.
Las sociedades occidentales han ido desarrollando
un sistema de castas, complementario a la división en clases. Usando el dinero,
la capacidad de comprar, consumir, acumular y acaparar, han establecido
categorías sociales que no están prescriptas o definidas en ningún lado, pero
que están. Se ha construido una sociedad profundamente desigual, de grupos
inconexos, que se conducen como comunidades absolutamente diferentes con
intereses contrapuestos.
El ideal de sociedad democrática, participativa,
igualitaria y unida por el supremo interés común, es solo un eufemismo en los
preámbulos de las constituciones que dan forma a los Estados. El paradigma
triunfante solo deja una sociedad profundamente desigual, a la que cínicamente
se la caracteriza como “diversa”. Pero no es diversa, es desigual. Suena
parecido pero no es igual.
Paradójicamente la élite y sus formas, convierten
a las personas que la integran en marginales. Están en un estrato tan superior
al resto, que en realidad están fuera de la sociedad. La pueden controlar y
dominar, pero están fuera. El dinero ha generado una sociedad grupalmente
desigual y el paradigma del “Hombre solo
que triunfa”, ha fabricado una particular especie de marginales. Son los que
nada saben hacer sin dinero, sin influencia, sin contactos, sin tarjetas ni
presentaciones. El paradigma del “Hombre
solo que triunfa” es el paradigma del “Hombre
amputado” en su condición humana. Es un hombre inútil en naturaleza porque
ha perdido los elementos básicos de la condición humana en el camino al éxito,
el triunfo y el prestigio. En ese parnaso del sistema, la élite sofisticada
resulta ser un conjunto de marginales, que se hacen compañía pero que no se
pueden ayudar en situaciones extremas, porque no saben que es el sentido social,
el concepto de solidaridad y el rol de empatía.
Las crisis epidémicas a lo largo de la historia,
siempre han puesto a prueba el temple de los pueblos que las padecen. Han
dejado conclusiones y prioridades a resolver. Pero en todos los casos, se ha
partido de un sentido comunitario que esta sociedad moderna no tiene. El “Coronavirus”
no solo es una pandemia sanitaria mundial, también es un colapso moral y la
evidencia empírica del cinismo económico y la oscuridad política de la sociedad
occidental de hoy.
Como ha ocurrido otras veces también a lo lago de
la historia, siempre hay pequeños grupos que han tenido en resguardo valores y
herramientas morales y emocionales, que siempre son necesarias para cualquier
reconstrucción. Porque además de la técnica y la ciencia, también son
fundamentales otros elementos humanos.
Esos personajes considerados nocivos y peligrosos
en tiempos de normalidad, son los que poco a poco van quedando en la primera
línea de combate en las emergencias. Son los que nunca renunciaron a su
condición humana, su inserción e interacción con el mundo natural en que
crecieron y que siempre están dispuestos a reconstruir lo que la avaricia va
destruyendo a cada paso.
Un pequeño grupo humano que ha mantenido empatía
social, reconocimiento del otro y sus semejanzas, solidaridad comunitaria,
interacción natural con su entorno y un espacio vital generoso, son los
encargados de recomponer esa sociedad de “Hombres
amputados” que lentamente fue fabricando el paradigma del “Hombre solo que triunfa” y que una
imprevista pandemia ha dejado en evidencia.
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Imagen de autor desconocido tomada de la Red. Se agradece información para consignarla.
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