Nuestra
realidad hoy, no la determinan los gobiernos ni el poder económico ni las
ideologías ni las burocracias de las instituciones, aunque pensemos que algo de
eso está ocurriendo. Nuestra realidad hoy la impone y conduce la incertidumbre.
No somos
nosotros los que fabricamos nuestra realidad en interacción con el entorno
social y natural. Hacemos un esfuerzo supremo por crear una realidad y ser
coherentes y consecuentes con ella. Y aunque pensemos que lo conseguimos, solo
hemos logrado ser disciplinados en el silencio y el aislamiento. Nuestra
realidad es el vacío.
Se nos
ha dicho que llamarnos a la quietud y el aislamiento es la solución a la
emergencia y el único camino que nos llevará al futuro. ¿Cuál futuro? Para eso
todavía no hay respuesta. Porque quienes planificaron y dirigieron nuestro
futuro, en la aceleración sin sentido de una revolución tecnológica sin valores
ni condición ética, no saben hoy qué harán ellos mismos consigo mismo.
El poder
de siempre se ha quedado desnudo. Ha mostrado sus grietas, sus inseguridades y
no da señales de poner sobre la humanidad una receta magistral, determinante y
absoluta – como ha sido su costumbre – para
que la sociedad entera se encolumne y camine convencida hacia una
normalidad. ¿Cuál normalidad? ¿La misma que nos ha llevado a este vacío? No lo
saben. No por desidia en pensarlo ni por estrategias ocultas de reafirmación de
su propio poder. No es por eso, es porque no saben qué sucederá con ellos
mismos.
Se nos
ha dicho y nosotros repetimos disciplinadamente que estamos en guerra. Pero no
se nos ha dicho contra quién. Y los que intentaron descubrirlo se encontraron
con el vacío. Una guerra – tal como las hemos conocido – necesita un enemigo.
Ese enemigo puede ser un Estado, una sociedad en particular, un grupo tribal,
una asociación de malos como en los comic, pero en todos estos casos hay un
factor humano. Y cuando hay factor humano, entonces hay violencia. Una
violencia que aumenta hasta que un día reaparece el factor sensible, empático,
solidario, lo mejor de la condición humana y entonces se acaba la guerra.
Pero en
esto que vivimos hoy, que definen desde el poder como “guerra”, nunca hemos
visto al enemigo, jamás tuvimos noticias de un ejército, abandonamos el campo,
la ciudad y todos los sitios posibles para una batalla. Y nos aislamos. La
orden es que no haya ejército, que no nos juntemos, no nos toquemos, no nos
abracemos, no hagamos nada de lo que siempre hacíamos. En esta “guerra” no hay
soldados que se abracen antes del combate y celebren la victoria o se consuelen
tras la derrota. La estrategia es el silencio y el vacío. El dolor se conoce a
la distancia y solo por noticias. Lo único que presentimos como real es la
muerte.
En el
silencio y el vacío del espacio, ante la absoluta falta de ideas y la incertidumbre hecha realidad, se ha impuesto
un paradigma. “Cuidarse a sí mismo y cuidar al otro es no verlo, no tocarlo,
mantenerlo a distancia”. Se aplica la frase y el mensaje de “porque te quiero,
te quiero lejos”. Un contrasentido para nuestra historia y memoria emotiva.
Porque el mensaje, está reñido con lo que sabemos y conocemos de la condición
humana.
Si
supiéramos que el paradigma futuro será ese y no otro, entonces tomaríamos
conciencia de la tragedia. Y a la incertidumbre actual le agregaríamos más
incertidumbre, desazón, desamparo y soledad. El silencio y el vacío de hoy no
sería una emergencia. Y esa es nuestra duda hoy.
Paradójicamente
nuestra esperanza no es una certeza ni una quimera, es esa duda. Es tan potente
la amenaza biológica, la emergencia social, científica y tecnológica y la
ausencia de ideas, planes y estrategias,
que nos aferramos a la duda.
En esta
supuesta “guerra” sin armas es tan
omnipresente la muerte inevitable, la muerte sin condiciones, la muerte sin
lucha, la muerte como fatalidad que no sabemos cuándo nos tocará, que elegimos
la duda como bandera para que no se nos apague lo último que nos queda: la
capacidad de supervivencia.
Instalados
en la duda, hacemos planes. Volvemos al pasado. En medio del silencio y el
vacío buscamos afanosamente en el pasado, lo mejor de nosotros mismos, los
mejores tiempos, la anécdota precisa, la historia concreta. No lo hacemos por
nostalgia sino porque en la duda buscamos armas, ideas, elementos que nos
permitan pensar en un futuro.
Planificamos
cosas y enviamos mensajes de afectos, proponemos planes y esperamos
desesperadamente las respuestas. Porque no hay guerra ni virus ni emergencia
biológica planetaria que mate la condición básica del ser humano: su
dependencia del otro. Lo grupal y compartido está en la esencia de la especie,
como en casi todas. La naturaleza nos hizo así, aunque la irracionalidad
aplicada en nombre de la razón, nos haya querido convencer de lo contrario.
En el
silencio y el vacío, al que fuimos confinados en estos días de emergencia, nos
hemos instalado en la duda para pensarnos como individuo, para imaginarnos como
grupo y poder sostener una idea de futuro. Cada uno con sus armas y recursos
está empeñado en esa tarea ahora mismo, aunque no se diga ni se note. Nadie
confiesa sus miedos y mucho menos sus dudas.
En este
aislamiento de ausencia absoluta, sin contornos reales e imaginarios, solo acompañados por “lo que fue”
e ignorantes de “lo que vendrá”, poco a poco - en la soledad de cada cual -
vamos entendiendo el significado de la palabra Nada.
Aun así,
seguimos frotando con las manos trozos de madera seca, raspando piedra contra
piedra cada vez con más énfasis y rapidez, esperando que aparezca el rayo
original, esperando que de tanto esmero, esfuerzo y persistencia, vuelva a salir
el fuego, para mirarlo con asombro otra vez. Y al final, abrazarnos por la
proeza.
***
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Cuarentena, Covid19, Soledad, Reflexión, Condición Humana, Vacío, Nada,
Futuro, Pasado,
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