Desde hace un
tiempo, estoy en otro bando. Sigo una estricta dieta que se compone mayormente
de imaginación. Ese es el principal combustible que impulsan mis días. No abuso de su generosidad,
puesto que no persigo desplazarme por una visión paralela o superpuesta de la
realidad.
A la realidad, a
esa secuencia de hechos, acontecimientos y eventos diversos que la mayoría de
las personas le conceden relevancia social y personal – hasta colocarlos en el
podio de la verdad – también les dedico atención y les doy espacio en mis
limitados contornos cotidianos.
Pero no sacralizo
esa realidad o lo que las demás personas entienden por realidad. Todo lo contrario.
A esa realidad la coloco en un lugar de privilegio solo para que se enfrente a
mi imaginación – mi combustible preferido – la fuente central de energía que
poseo. La invito a que combata y que se imponga – si es capaz – a los desafíos
que le marca mi imaginación, quien – a su vez – también se va comprometiendo
con esa realidad.
La imagen que
ustedes ven, es solo la proyección tangible de mi realidad. Como ven, es
oscura, negra, y en medio de unas ruinas con algunas flores. Esa es una
realidad. Para mí es morena, dorada,
reflexiva, pensativa y llena de
luminosidad. Esa es otra realidad. Es la que elijo. Es la que se impone por
rotundo peso de la belleza.
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