Una vez, al
principio del principio, se pensó que ese artefacto tecnológico era un invento
maravilloso. Porque daba la oportunidad a millones de personas de compartir las
mejores obras de pensamiento y el arte universal. Pero el encantamiento duró
poco y casi nada. Hubo un ejército de listos que descubrieron que EL ARTEFACTO tenía poderes hipnóticos. La
gente seguía los mandatos que de él salían, como los niños siguieron al
flautista de Hamelin. Pero EL ARTEFACTO no era el flautista y este mundo no era
Hamelin. Más bien es un mundo donde las ratas son las que manipulan EL
ARTEFACTO.
Ante este
invento, la capacidad humana de pensamiento y reflexión queda en stand by. Entra en estado neutro. Ya
no más opio ni dormideras ni tranquilizantes. Las nuevas y antiguas
generaciones se obnubilan frente a lo que se conoce en todo el mundo como LA
CAJA BOBA. Pero lo bobo no es esa caja tecnológica que ahora – además – presume
de inteligencia artificial, lo idiota, el componente idiota de la escena, es
esa/esas personas que presumen de pensamiento y reflexión.
EL ARTEFACTO que
pudo ser una auténtica FÁBRICA DE SUEÑOS, se volvió rancia, tóxicamente
desmesurada. Lo peor, es que nada indica que las personas de las sociedades
modernas puedan sustraerse a su influjo, más bien lo contrario.
Habrá que pensar,
alguna defensa. No contra EL ARTEFACTO, sino para protegernos de los zombis que
fabrica.
El grafiti es de Stephanie O Brien
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