Mírame y esquívame.
Ese es el paradigma de estos días
(sin rumbos ni líneas ni puntos, eternizados de espera)
No te acerques y abrázame.
(espesa, dulce y cálida expectativa de pandemia)
Ese es el paradigma de estos días
(sin rumbos ni líneas ni puntos, eternizados de espera)
No te acerques y abrázame.
(espesa, dulce y cálida expectativa de pandemia)
En esos mandatos, exigentes los primeros y suplicantes los segundos,
está la pulsión que me desboca, me deja vigilante, a veces tiritando,
estrujándome las manos, apretando el grito que solo se detiene en la cadencia
insistente de las párpados, que obran el milagro de verte y no verte.
Bésame, cuando cierro los ojos.
No me abraces cuando los abro.
En
este borrador de liturgias equivocadas, el impulso es el centro de las
emociones y el mandato que lo frena es la fragua, donde se funde el deseo que
no cesa, quema, arde, pero no es.
Nada
es eterno. Salvo el amor contenido en esa orden austera y contundente. ¡Mírame!
Se
refleja el instinto en tus ojos. Y en la mirada que te abraza, se me va la
vida, pero no la esperanza, se me va el amor en clamor, a buscarte en otro
tiempo.
En
tiempos de pestes y pandemia, todo es como un beso que no besa, como un
palpitar sin latidos.
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Foto: Zachar Rise (@zacharrise) Modelo: Sonya Shehtman (@sonya_shehtman)
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