Retiro, retroceso y de nuevo empezar. Así cada día.
El mar llega hasta la orilla con la
parsimonia de un elefante y sacude la
playa con la fuerza de un rinoceronte.
El mar y su perseverante constancia de
sacudirlo todo, de revolverse a sí mismo, de retorcer sus propias entrañas y
lanzarse sobre la orilla hasta aplastarla sin piedad.
La ola apenas es el extremo impulso de ese
cuerpo mastodóntico. Es igual que un par de manos con los dedos abiertos en su
máxima amplitud. Es un puño que lentamente se desprende, extiende sus falanges
y atrapa todo lo que puede sobre la orilla y un poco más allá.
En su regreso, tras la avalancha de
energía envolvente, vuelve a sus entrañas con la dulzura de una caricia que va
repartiendo sobre la playa.
Mientras escribo, la siento sigilosa a mi costado. Percibo su tierna solidaridad. Silenciosa siempre con simples y breves estallidos de vez en vez. Ella es como ese mar.
Es una ola que cuando rompe en la orilla, avanza y retrocede, sacude y se lleva todo, limpia y despeja la playa, golpea y humedece la arena seca. Vuelve hacia adentro. Se recoge, crece y regresa en una cresta. Se pelea con el viento, reparte rocío en el ambiente y anuncia su poderosa presencia. Nunca sabes qué dejará cuando vuelva en retroceso y se pierda otra vez en la profundidad, solo para tomar fuerza y volver otra vez.
Todas las
horas que escribo, ella es como ese mar que todo lo puede. En cada avalancha de
palabras, ella es esa ola que revuelve, ordena y les da otra identidad. Mis
historias duran el tiempo que se tome esa ola en estallar. Parecen que tienen
final pero es solo un descanso para volver a empezar. Ella es esa ola y ese
mar. Y lo que escribo son eslabones de algo que siempre vuelve distinto,
diferente, a empezar.
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Imagen: Dokar Medina Camaño (@dokar_mc_fotografo). Modelo: Luz (@luz_arte_vivo)
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