Se
puede ser flexible sin abandonar los principios. Se puede ser coherente en la
negociación y no dejar la bolsa con los valores debajo de la mesa de debate.
Esta
es una verdad que reconoce casi todo el mundo. Pero esos “todos” también
afirman que es un ideal difícil de cumplir. Tantas veces se repite esta falacia
que hemos terminado por creer que tenemos dos opciones. Se es intransigente de
manera tonta y absurda hasta el hartazgo o se es un
mercenario dispuesto a vender lo que no se tiene en cualquier ocasión y a
cualquier precio.
En
esas posiciones hay una alta cuota de cinismo, otro poco de pereza intelectual,
otra de reafirmación de la propia ignorancia y mucha hipocresía para no
confesar que se es un amoral en toda regla.
El
diálogo es una de las primeras condiciones que indican que se ha avanzado algún
tramo en nuestra evolución. Ese peldaño de crecimiento, el hombre y la sociedad
no lo hicieron a costa de su integridad. Ese peldaño es el que sirvió – en sus
comienzos – para empezar a construir la arquitectura moral del ser humano.
En
estos tiempos de anatemas, condenas y descalificaciones, sería bueno recordar
cómo fueron los comienzos del pensamiento. No los busque en el autoritarismo o
en la arrogancia intelectual.
¡Ya
ven…! Sócrates era todo lo contrario de eso que menciono.
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