¿Sabes
una cosa?
Necesito
que estés ahí.
Si no es
así, entonces será como si el mundo se hubiera disuelto.
¿Sabes…?
¡Quiero que estés ahí! ¡Necesito que estés ahí!
Tengo
que escribir. Debo escribir. Quiero escribir. Necesito escribir.
Si no
estás, entonces todo será difícil. Los hombres, los hechos y las cosas
aparecerán difusos. El universo se presentará denso, ominoso, tóxico, líquido.
Sentiré que la luz ha sido estrangulada.
Si no estás, el día no será día. El amanecer
languidecerá de espera. El sol no tendrá furia. No será amarillo. Tendrá un
color óxido y rancio. Porque cuando tú no estás, el día se llena de nubes
mensajeras, portadoras de adioses interminables. Y el horizonte se vuelve
turbio.
Si no estás, las palabras no treparán por
tus contornos, no harán cúspide en tu cuerpo.
¿Qué
ocurrirá con los interrogantes? No jugarán en tu laberinto, no dormirán en tu
espesura. Todo verbo necesita ese aire traslúcido que se desprende de tu
mirada. De esa brisa que deja tu paso como bandada de vencejos y
golondrinas.
No me
dejes sin aire, sin respiración.
No
cierres las puertas del cielo con tu partida.
No
apagues las ideas.
No
abandones la metáfora, porque tú eres la metáfora, el sustantivo y el verso
hecho mujer.
Si tú no estás, entonces no hay verbo que
sostenga al mundo.
Entonces no habrá poeta y tampoco habrá
poesía.
.
.
© César Manuel
Sarmiento
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San Telmo, 20 de
septiembre de 2017
Imagen de Antonio Mora
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