Aquí nos dedicamos a inventar la
pólvora. Nos gusta inventar la pólvora. Lo hacemos todos los días o al menos lo
intentamos. Ya sabemos que está inventada y que no haremos nada nuevo. Pero nos
gusta decir que la inventamos, nos gusta creer que la inventamos. Y así vamos y
venimos todos los días con nuestro desafío.
Las palabras son nuestros
ingredientes. Parece que no producen estruendos ni chispas ni llamaradas. Pero
no es cierto. Una palabra puesta en su lugar preciso, asociada debidamente con
otras, combinadas en cadenas infinitas, escritas de miles de formas, en lugares
diferentes, pronunciadas con entonaciones armónicas o altisonantes,
musicalizadas, en ritmos sincopados, en armonías eléctricas o entonaciones
suaves, puede ser pólvora y dinamita.
Como se quiera pensar o describir,
esta materia prima produce pólvora de diversas calidades, texturas
extravagantes y aspectos poco convencionales a lo que la ciencia entiende como
pólvora.
Pero es lo que hacemos aquí, con
resultados moderadamente satisfactorios. Nuestro producto se envasa en algunas
ocasiones. En otras se entrega a granel. No presenta dificultad ni complicaciones adicionales
transportar el producto.
Lo determinante en nuestro caso,
es la firme decisión de inventar la pólvora todos los días, usando palabras
como materia prima. Para que luego, otros puedan hacerlas estallar en sus
anodinas vidas cotidianas o en sus desafíos más urgentes o en sus imaginaciones
más oníricas o fructíferas.
Lo nuestro es inventar la pólvora.
Luego el hombre común, el personaje vivaz, la mujer en su profundidad y
diversidad, serán los encargados de usarla en el momento preciso o cuando no
tengan otra opción o cuando no sepan a dónde ir o no sepan quienes son y
quieran tener un nombre, tal vez un adjetivo o animarse a ser un verbo.
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© César Manuel Sarmiento
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San Telmo, 5 de agosto de 2017
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