Para que el amor te
atrape, es preciso tener valor. Pero no valor de valiente. Es necesario tener
valor de audacia. Audacia para la imaginación. Esa imaginación que te contagia
entusiasmo. Ese entusiasmo que te provoca fervor. Ese fervor que te lleva a la
audacia. Así se completa la esfera interior. La esfera del valor.
Porque el amor es
esférico. Aunque también es elíptico. Es elíptico porque a veces te aprieta, a
veces eres tú el que se expande. El amor es esférico porque no tiene aristas. Es agudo,
pero no es punzante hasta la herida. Es
filoso, pero solo corta a los inválidos de emociones. Es preciso hasta la
imperfección.
El amor es una
propiedad que tienen los cuerpos. Como un orden natural. Al margen de la
ciencia y la razón. Porque lo racional en el amor es la pregunta, la
repregunta. La otra pregunta, la indagación, la curiosidad, el asombro y el
despertar.
¿Qué es el amor? Esa
pregunta es el primer paso en el camino del absurdo. Lo irracional, lo etéreo,
lo profundo y al mismo tiempo lo real.
Responder a la pregunta, conocer ambos mundos, definirlos, es tarea titánica.
Solo puedes deslizarte como inocente en las formas variadas de eso que se llama
amor.
Y para todo eso,
necesitas valor. Mucho valor.
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© César Manuel
Sarmiento
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San Telmo, 11 de
noviembre de 2017
Imagen “MUA: Michelle Leander Herum”.
© Søren Udby 2012 - www.kanonfotografen.dk
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