Los inventores de la gramática no te conocieron. Por eso se impusieron las normas del lenguaje. Definieron la palabra belleza. Luego dijeron cómo y cuándo utilizarla, sin siquiera haber tenido noticias tuyas. ¿Dónde estabas? ¿O no estabas? Tal vez ellos en su ceguera no pudieron verte. Tampoco te han sentido y desde luego jamás te han oído. Porque si algo de eso hubiera ocurrido, ellos no podrían haber hecho todas esas leyes ni llenado cientos de miles de páginas con letras y palabras para decir cómo debemos expresarnos.
El día que te conocí supe que la palabra belleza no tenía sentido.
Pero nunca encontré una forma de nombrarte. Porque ese nombre que tienes es
algo que te han impuesto. ¡Hay tantas formas de nombrarte! Así también, no
calzas en ninguna. Tal vez todas juntas sirvan para explicar lo que se siente
en tu presencia.
Contigo aprendí que el instante es un momento eterno y los tiempos no
tienen ningún valor. El único tiempo está en el interior profundo y no tiene
medida. Ahí el tiempo es una ecuación de quebrados sin solución y las
definiciones son solo una arquitectura de palabras. Ese tiempo son habitaciones
en ebullición, es el recinto ceremonial de tu belleza.
Caminando por los extremos sensibles de las miradas, en el sendero de
esa línea que a veces nos arde, fui comprendiendo que las palabras, las frases,
las normas y todas las leyes acumuladas por la historia, eran territorios
convencionales de los absurdos. Paseando juntos en la noche, se aprende que la luna tal vez no sea nada. Y
por la mañana, el sol no aparezca por el este, sino a través de tus ojos o te
dé la bienvenida en tu sonrisa o esté escondido detrás de tus dientes para
comerte de golpe y por sorpresa al primer movimiento.
Nada define nada, salvo en la ciencia necesaria que usamos y
necesitamos para sentir que no estamos en el abismo. Fuera de ella, todo es
otra cosa. Y cuando escribo “cosa”, lo hago porque no sé cómo nombrar ese lugar
o espacio o región o qué se yo, que se extiende hasta no sé dónde. Ese es tu
lugar, es ahí dónde estás. Alimentando el fuego que mantiene crepitando las
palabras, para que surjan nuevas palabras y larguen chispas al aire, para
formar sucesiones de chispas que son como frases de lectura y locura obligada.
Sentado a tu lado fui aprendiendo que hay oraciones de fuego, párrafos
de agua, aguaceros de palabras enloquecidas, relámpagos que anuncian la ruptura
del pensamiento y truenos y tormentas donde el lenguaje cae rabioso sobre la
tierra, se estrella y nos salpica para dejarnos su marca. A un lugar así, la
poesía llega para alimentarse. ¿Pero qué es la poesía? Eso quiero saber yo. Tal
vez lo aprenda a tu lado, caldeado en tu fuego y atento a las claves que dejas
por ahí.
Los inventores de la gramática y todas sus normas solo pueden aspirar
a describir el mundo, los hombres y algunos hechos y circunstancias. Pero nada
más. La creación es otra cosa, que no reconoce normas ni leyes ni ordenanzas.
Es el estado caótico de las cosas. Es caótico por ordenado, por frágil y
sensible, por variable y mutable. Es el estado de cosas que solo responden a
una sola ley, lo inefable. Es el estado de asombro y sus estremecimientos. Por
eso es caótico.
Por eso sé que no te conocieron. Porque si así hubiera sido, nunca
podrían haber dicho todo lo que dijeron ni escribir todo lo que escribieron. Tú
eres como el cielo. Ese abismo en que todo es posible, todo está permitido,
nada es constante, todo es mutante, nada es fijo y ordenado. Solo unos pocos se
atreven y se quedan, permanecen y se transforman como el mismo cielo, como el
mismo abismo.
Tal vez la poesía sea eso y no una cosa. Tal vez seas tú misma la
poesía que se viste de cielo y te presentas ante mí, para enamorarme. Tal vez
tú seas el abismo que a veces me abraza y a veces me traga. Pero no es esa la
belleza que me enseñaron, no es así lo que me dijeron. Esto es otra cosa. No sé
cómo es. Y me obliga a vivir en turbulencias, con el sentimiento erizado y el
pensamiento quebrado. Todo gesto, diálogo, palabra o movimiento, es un impulso
consciente hacia una nueva fragua que me ordene los huesos.
Las otras noches me llevaste por ese camino de lo sensible. Es ahí
donde se estrujan las entrañas. Es el lugar donde nada alcanza, todo es
insuficiente, imperfecto y a punto de concluir para empezar otra vez. Es ese
camino a donde me llevas, cada vez que me quieres demostrar que siempre hay
algo más. Nunca me dices qué. Solo me dejas algunas breves expresiones que me
llenan de más preguntas antes que respuestas. Y quedo expuesto a tu emoción que
es mi emoción. Y tus vibraciones se deslizan por los bordes de mi pensamiento,
creando palabras que no se pueden traducir. Porque a vos no hay forma de
traducirte, sólo hay que vivirte y dejarse vivir.
Tomábamos un vino de madrugada cuando me pediste que no escribiera
nada genial, porque tienes los días saturados de verdad revelada. Entonces
pensé que la palabra es creación y no sentencia. Y que la frase es la acción en
el proceso creador. “La realidad es un
puñado de frases y palabras. En esa realidad nos vamos relatando, nos vamos
escribiendo cada día”. Eso me dijiste hacia el amanecer, mientras pasabas
suavemente tu mano sobre mi brazo. Ahí fue cuando detuve mi escritura para
mirarte otra vez, para tomar una bocanada de vos, que cambiara mi realidad. Me
apoyé sobre tu vientre y creí sentir los latidos de la matriz de la creación.
Contigo no hay legalidad. Caminar a tu lado es andar, sabiendo que en
cada paso, se van transformando las formas de las palabras. Eres esa mujer
donde se dan vuelta todos los elementos de la naturaleza misma de la vida y
todo su lenguaje posible. En tu boca la palabra es creadora y tiene poder.
Poder transformador. Yo lo llamo amor por estos días, pero quizá se llame de
otra forma y el amor seas solamente vos o vos y yo abrazándonos, una tarde de
lluvia bajo la arboleda del parque. Pero tiene que haber algo más. Porque
cuando besas, se disuelven todas las formas de lo real. No tengo forma de
expresarlo… Te impones sobre mí. Me obligas a salir, para encontrar las
palabras que te pidan: ¡Hazlo otra vez!
¡Por favor!
Lo único real es eso. Todas las formas de expresión van cambiando
según los modos y momentos de amarte. Cada metáfora es un pensamiento que
estalla en sí mismo al calor de tus ojos. Cada frase es un fuego que funde
palabras para producir nuevas metáforas. Y así vamos tú y yo. Al margen de la
gramática, de espaldas a las normas, sin mirar el reglamento. En nuestros
diálogos parece que no hablamos un lenguaje. Solo parece, porque no estamos en
la realidad. Nuestros diálogos son nuestro punto de fuga. Es una fisura
racional que nos devuelve como humanos, amándonos como si fuéramos el origen de
la creación del mundo y de la vida. En ese caldero irracional, nosotros nos
alimentamos de palabras que nos dejan en estado de poesía.
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