A veces, me
gusta creer que es cierto. Lo siento tantas veces en el día que no puede ser
otra cosa más que la certeza absoluta. Amarla es el delirio predilecto de mis
días de absoluta normalidad. En el flujo anodino de la corriente constante de
urbanidad laboriosa, yo la traigo ante mí, como signo de la auténtica rebelión
de los espíritus y las almas
transgresoras. Amarla es el punto de encuentro con la vida, es el lugar donde
se citan todas las conspiraciones y tejen alianzas todas las rebeliones.
A veces quiero
creer que es cierto. Fuerzo la certeza y llevo mi convicción hasta el punto
extremo de la fatiga. Pero a veces me agota más la duda. Me ocurre justo cuando
la curva del día intrascendente, alcanza su máxima abertura.
Se va gastando
el sentimiento solo de distancia. Entonces siento que aparece de repente y me
empuja. Me introduce otra vez en su mundo, esa historia que no puedo describir.
Vuelvo entonces a subirme al delirio sustancial de imaginación y pensamiento.
Vuelvo a convencerme que todo es cierto. Entonces digo, mis certezas son más
verdad que la propia realidad. No hay fuerza banal y rutinariamente desabrida,
que pueda contradecirlas. Aunque siempre me quedo en la duda de no saber si el
amor es ella o ella es el amor.
En ciertos
momentos, solo soy un diletante que se deleita en las circunstancias comunes.
Me vuelvo un personaje que trajina debates, hace relatos como discursos, tiene
soliloquios y diálogos silenciosos, como disputas ocultas al común de la gente.
A lo largo del día, todo se convierte en una auténtica batalla clandestina por
la belleza, en el interior de uno mismo y en el cuerpo de ella que todo lo
contiene. Al llegar la noche, solo se sostiene mi firme certeza de amarla. Y la
duda de no saber si el amor es ella o ella es el amor.
Quiero creer y
creo, porque la auténtica razón de mi creencia es amar lo que pienso y creo. Y
cada vez que se agota el sentimiento y estoy a punto de ser un descreído,
suspicaz y pendenciero, entonces aparece ella para decirme “gracias por ser parte
de mi vida”.
Se encienden los
mimbres del hombre común, se lustra la madera interior y se apartan los brillos
caducos. Entonces se desarman las estrategias del hombre corriente. Y vuelvo a
instalarme cómodamente en el delirio. Vuelvo a calzarme el traje invisible que
un día me dio, para que sea el hombre más feliz en este mundo, sin que nadie
sospeche por qué ni para qué.
Porque creo en
eso que quiero creer y creo. Porque la causa de todas mis fuerzas, es pensar
que es cierto eso en lo que creo. Porque no hay ninguna realidad más poderosa,
que esa que surge de las batallas donde se dirime la duda sobre si el amor ella
o ella es el amor.
Luego, tras las
fatigas estrujadas al sol y puestas a ventear bajo el caldén, estiradas y
trapeadas las bondades contra el viento, perfumados los cuerpos en aromos, solo
queda en lo que creo. El día, con ella, es siempre un alegato a la razón. Para
sostenerse, es preciso creer. Estar dispuesto a creer en todo lo que dices que
crees y solo creer en lo que sientes. Todo tiene su lógica y una razón
personal. Aunque persista la duda de no saber si el amor es ella o ella es el
amor.
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Imagen de Suse aus
Mecklburg (@suse.photo). Modelo @cybele_devi