La mañana es ese lugar inhóspito en el que nos dejan las obligaciones. Es ese lugar vacío cargado de urbanidad, donde ni siquiera me consuela saber que estás en algún lugar pensando en mí, como yo ahora estoy pensando en vos.
La
mañana no es lo mismo que el amanecer. La primera luz del día es un acto
rebelde contra la confusión, es una agresión a la oscuridad y es también, un golpe seco al sueño que no
estamos en condiciones de cumplir. El amanecer es la realidad desafiante, es
una invitación que atrapa. Aunque también es una llama que se escapa ni bien
comienza a crecer.
El
amanecer no es la mañana. El amanecer es el instante de vida que se agotará
apenas comenzar. Pero no importa. Porque igual que cada día, es la porción de vida
necesaria para existir.
La
mañana es un discurrir por los lugares habituales, un pesado ejercicio de
normalidad, un desabrido camino de compromisos. La mañana puede ser un lugar
trágico de desamparo. Tal vez un golpe bruto sobre esa luz anunciadora del
amanecer.
Pero esa
muerte del amanecer, tan rápida, tan pronta, tan abrupta e inesperada, no
matará el día. No lo hará. Aunque la mañana sea como cada mañana, igual que
todas las mañanas. Aunque no me alcance saber que estás en algún lugar pensando
en mí, como yo ahora estoy pensando en vos.
La mañana será, en cualquiera de las formas
que quiera ser. Pensarte, llamarte, invocarte, desearte, es la única certeza
que tengo, para saber que el día no morirá vacío y desolado. Pensar en vos,
aunque a veces no me alcance, es lo único que tengo. Es un amarre con el más
allá. Es esa parte de la vida que nunca se va. Nunca muere. Nunca se me va.
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