Llovió. Ha bajado
la temperatura. El sol está sereno. Es limpio el amanecer. El aire tiene olor a
ozono todavía. Todo el ambiente es traslúcido. Intenso pero fugaz. El día tiene
destellos. Vida por aquí, vida por allá. Las horas, estas primeras horas, son alegres.
Como lluvia de verano. Este día, estos días son diáfanos como tu mirada,
frescos como tu sonrisa. Y se viven a
contraluz. Al ritmo que tus párpados le indiquen al compás.
La luz de la
mañana cruza el patio en diagonal. Las hojas y las flores brillan y se opacan
según los atrape la sombra de tu cuerpo al caminar. Te sigo con la mirada. Me
miras. Voy tras tuyo con mis ojos. Me
sonríes. Me sorprendo. Vuelves a sonreír e inclinas la cabeza en un
gesto para bailar. No hay música salvo tu andar. La melodía está en el aire. Es
la cadencia de tus pasos, las sombras y tu cuerpo contra el sol. No hay notas
ni pentagramas, solo escalofrío ante la inminencia de volverte a besar. Hemos
bailado anoche. Al sereno y bajo la lluvia. Quieres volver a hacerlo al
amanecer. Pero no llueve y no nos importa. Porque no es la lluvia, eres tú. No
es la lluvia, es la sensación de estar mojados y abrazados. Porque tal vez la
lluvia no sea lluvia. La lluvia seas tú. Y el baile no sea baile. Solo seas tú
y tal vez sea yo.
Llovió. El sol
está sereno. Es limpio el amanecer. La vida está aquí
.
.
©
César Manuel Sarmiento
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San
Telmo, 2 de septiembre de 2017
Imagen: obra de autor desconocido
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