Escribir poesía no presupone hablar difícil. La poesía
no está obligada a ser hermética ni quien la escribe a ser incomprensible. Pero
tampoco puede ser didáctica y explícita hasta el hartazgo.
Porque quien lee poesía debe saber que no es una
acción pasiva. Porque si quien lee no aporta imaginación, entonces de nada
servirá que lea poesía.
La poesía es como esos ojos que interpelan. En
algún momento sientes que te proponen, otras que te inducen, otras que te
provocan, otras que te interrogan.
Y algunas veces sentirás que hay una respuesta
para una pregunta que no te has formulado.
Entonces - si te animas - empieza esa búsqueda
interior para saber dónde y cuál es esa pregunta.
Ninguna afirmación es en vano, pueril, inocentes,
desinteresada, casual o intrascendente. Una afirmación puede ser muchas cosas,
pero esas no. Con la poesía ocurre algo parecido. Solo que al pensamiento
que expresa, luego hay que agregarle el adicional que interpela y propone.
Escribir poesía lleva implícito un compromiso con
las ideas y los laberintos sensibles. La emoción nunca es una circunstancia,
sino siempre una consecuencia. Y aquí es donde interviene el lector de poesía.
Sin esas emociones, nunca habrá poesía. Entendida la palabra en su máxima
amplitud de comprensión y definición.
Foto tomada de la Red. Se agradece información sobre el autor para consignarlo.
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