Siempre que la realidad te deja tiritando. Cuando uno percibe que está en emergencia o después de un tiempo convulso, uno tiende a buscar amparo en una mujer. Cobijo perfecto, cuenco emocional que todo lo abarca. Es mi caso. En otros será distinto.
En ese amparo se
reclama el abrazo, se pide el consuelo, se necesita el contrapunto. Otra voz.
Lo percibo como
algo natural. Porque cuando la vida se complica y el futuro entra en
emergencia, entonces se siente la necesidad del otro, el alterno y
complementario, el que se te parece pero no es igual.
Porque en esas
circunstancias es preciso encontrar la palabra distinta, el afecto similar y el
tacto que te reconcilie contigo mismo y los demás. El otro en estado de
vigilia, dispuesto a entregarse para que no te pierdas en el abismo
estático de pensamientos sin
continuidad. El otro como alternativa para salir del pensamiento circular y la vida estaqueada en la contradicción.
Casi siempre,
cuando se produce el cruce, se concluye en un abrazo. Como si te estuvieras
agarrando a ti mismo. Pero en verdad estás agarrando al otro que tiene tus
mismos reclamos.
Y si el abrazo
es prolongado, como permanente en un tiempo impreciso de emoción, entonces es
muy probable que la mutua solidaridad se reafirme con un beso que – posiblemente – sea más largo que el
abrazo.
Así es, en nuestra eterna necesidad del
otro.
Esta gran foto está tomada de la Red. Agradezco cualquier información para consignarla.
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