La vejez se presenta, te recoge y te consuela cuando has
perdido las esperanzas, renunciado a las quimeras y ya no sabes cómo
enamorarte.
Tiempo de
recuerdos, de páginas escritas y en blanco, de horas que no puedes, no sabes
calificar.
La vejez se
presenta para llevarte a la distancia en cualquier dirección. Sus horas son
viajes de paisajes diáfanos, escenarios confusos, diálogos truncos, imágenes
que no siempre tienen continuidad,
historias a medias.
La vejez se
presenta y la memoria se convierte en un viaje a ninguna parte. Es solo un
viaje.
Entonces
recordarás – quizá como un destello – que el amor fue el constructor de ti
mismo.
El amor a ti
mismo, hacia otros, hacia el entorno, hacia tu tiempo. Es el único abstracto al
que abrazamos como si fuera real. Nuestra vida es una carrera acelerada por el
afecto. Propio y ajeno. Y en algún momento, descubrimos que el mejor de todos es
el compartido.
Cuando la vejez
se presenta – si la recibes con dignidad – quizá te cuente que has crecido por
el lado bueno de la luna. Ahí donde has ido a recogerte, luego del castigo
abrasador de soles no buscados. Porque el sol bueno es el que viene de frente,
al que miras en el horizonte.
Cuando la vejez
se presenta, descubres que has llegado hasta ahí, sin estrategia, por una utopía que no has alcanzado a descubrir del
todo.
Porque el amor,
el afecto, la ternura, y todas sus variantes desequilibrantes, es lo que te ha permitido equilibrarte en tu voraz
obsesión racional por ser feliz.
El amor bajo cualquier
condición, es siempre una quimera.
Una quimera que te
coloca lejos de toda renuncia, toda claudicación.
Incluso cuando
la vejez se presenta.
***
Imagen tomada de la Red Pinterest y editada.
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