Las miradas a
distancia son como las lentes de dos
caras pulidas por diferentes orfebres. Parecen iguales, se ven iguales, se
perciben iguales, pero son diferentes. A veces de un lado es cóncava y del otro
convexo. A veces son iguales de ambos lados pero levemente diferentes,
sutilmente más pulidas de un lado que de otro.
A veces la luz se
descompone de un lado y se unifica en el otro. A veces hay arco iris en ambos
lados. En algunas ocasiones se produce un haz de luz que quema todo lo que se
expone del otro lado. Hay momentos en los que se producen luces cegadoras. En algunas
circunstancias, las miradas de un lado se diluyen apenas en su paso al otro
lado y parecen imperceptibles. Pero se sabe de algún caso en donde la mirada se
descompuso en infinidad de colores, hasta dejar absorta a la que estaba del
otro lado. Y se sabe de otro suceso en que ambas miradas, al mismo tiempo,
recibieron el mismo impacto.
Los traspasos a
través de la lente son siempre transgresores. La lente está ahí para que se
reconozca una valla, un obstáculo, un impedimento, un contratiempo, una
dificultad que no es absoluta. Está ahí para molestar y convencer a los que
pretendan violarla que no lo hagan. Pero las miradas son transgresoras. Aun las
inocentes. En las miradas nunca hay inocencia, siempre hay complicidad, aun en
los rechazos. Todas las miradas llevan el mensaje implícito de “quiero que me entiendas”. Porque las
personas están siempre necesitadas de que alguien las entienda, las comprenda.
Aun en los rechazos y en las imposiciones de distancia, esa mirada severa o
amenazante lleva el código “quiero que me
entiendas”. Pero no siempre sucede. Porque la lente que han sabido pulir
los contendientes, no es precisa hasta la perfección. La lente que han sabido
construir, es solo una mirada de su propia mirada.
La lente no es
como los espejos, pero a veces cumplen una función similar. Hay miradas que ven
en la otra, su propia mirada. Hay miradas agudas que examinan hasta la médula a
la otra mirada, para encontrar los parentescos que las llene de placer. A veces
la lente contribuye a la exaltación. Descompone las miradas en una gama enorme
de matices y colores. Distorsiona levemente la mirada para que la otra crea que
son gemelas, forman una unidad, están llamadas a ser una para la otra. Esas fascinaciones se pueden
lograr a través de una buena lente. A veces los orfebres se esmeran para que
nada falle. Pulen sus respectivas caras al mismo tiempo. Sincronizan los
tiempos de trabajos, la intensidad y fortaleza del entusiasmo, para pulir su
lado.
Pero hay que saber
jugar con esas lentes. Se necesita ser buen orfebre. No bajar nunca la guardia
y estar atento a la sincronización con el otro orfebre. Porque la lente es de
dos caras. Igual que las miradas. Pero si
no usas las graduaciones adecuadas, puede que en el tiempo se vayan
desfigurando. Se rompa la magia de la primera transgresión, se distorsionen las
miradas, se transformen en miles de miradas. Y no encuentres las luces que
creías ver, que viste alguna vez o tal vez no viste nunca y solo fue una magia.
Una magia llena de luz. Algo que la lente supo fabricar para esas miradas que
se cruzaron un día. Y al cruzarse se dijeron “quiero que me entiendas”. Al
tiempo que la otra dijo “quiero entenderte”.
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© César Manuel
Sarmiento
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San Telmo, julio de 2017
Imagen de autor desconocido. Se agradece información
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