Quiero que sepas. También crezco con tus prohibiciones, con esos límites que tan aficionada eres
a colocar. Cada vez que me sentencias con una de ellas, mientras te alejas y
luego desapareces, entonces creo ver el gesto que llevas. En el momento posterior
de la condena, seguro que te reconoces en
actitud desafiante: “¿Y ahora…?”.
Todas esas veces, mi
reacción, mi respuesta es invariable.
Pongo en funcionamiento todo lo que tengo disponible y que sea posible usar en
algún experimento creativo. Aprendí hace tiempo
que te gustan esos desafíos afectivos. Te gustan tanto como ese
ejercicio de fugacidades y sugerencias que tan bien manejas. Oscilas entre el
sexo y el verbo, entre el cuerpo y la palabra. Nunca sabes en que parte has dejado
olvidado el amor. Aprendí que no me condenas. Solo me desafías. Aun
sabiendo que puedes perder en ese juego. Pero eres aficionada a los peligros.
Sobre todo a los que producen tus fantasías, tan próximas al erotismo y a las
profundidades del alma. Y en ese riesgo consumas tu placer, al tiempo que
esperas descubrir en qué lugar te está esperando el amor. ¿En el sexo…? ¿En el
verbo…? ¿En el cuerpo o en la palabra? O
tal vez en todos ellos a la vez.
© César Manuel Sarmiento
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San Telmo, 5 de octubre
de 2017
Imagen: obra de Max Gasparini
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