Hay revoluciones que no hacen ruido. Son
imperceptibles en las calles, las esquinas y entre la gente. No se enteran,
pasan entre medio sin sentirlas, ausentes de toda historia, de toda revolución.
Hay revoluciones silenciosas. Solo estallan hacia
adentro. Y solo unos pocos perciben los estruendos. Incluso muchos menos, tal
vez dos, son los arrasados en las convulsiones. Pero esas revoluciones, pueden
cambiar la vida de las personas para siempre. Llevarlas por caminos sin
retorno, agujereados en sensibilidades, desechos de cansancio por entusiasmo,
extasiados en la mirada, agotados en sus cuerpos, pero con la imaginación
intacta, pletórica en otros desafíos.
Esas revoluciones que parecen clandestinas, nunca son
anónimas. Solo son particulares. Tienen los nuevos nombres fraguados en el
cuerpo a cuerpo de amores genuinos. Esas revoluciones no se notan en las
ciudades, no tienen horas ni lugares. Solo tienen perfume. Y en ocasiones, se
las distingue por la respiración exultante de los revolucionarios y esa
expresión extraña, indefinible, tal vez absurda, tal vez fugaz, pero que la
gente corriente llama felicidad.
© César Manuel Sarmiento
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San Telmo, 19 de junio de 2017
Foto de Jenna Kim. Sin
título.
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