Tendida boca abajo sobre el sillón, con la mirada brillante apoyada sobre las manos cruzadas, y una sonrisa larga que ocupa toda la habitación, unas pocas palabras puedo pronunciar.
Gracias por recordarme que es viernes. Acercarme, sentarme junto a ti y
sentir.
La punta de mi dedo
índice recorre en tu costado, los contornos de ese gato que no me mira.
Doy vueltas con mis dedos por ese costado tatuado y otros más.
Acaricio con la mirada esas flores y volutas agazapadas en el surco del
final de tu espalda. Donde comienza el camino que quiero caminar.
Me desplazo con los
ojos por ese valle que tienes en la cintura. Me llevas a la constelación
de escorpio que guardas sobre tu vientre, como si fuera la cruz del sur.
Pongo la palma de mis
manos sobre tus hombros, desciendo por tus brazos, te acaricio, te beso
suavemente en el centro de la espalda.
Me reclino sobre tu
cuerpo. Me aproximo casi hasta pegarme. Presiento como ondulaciones, el
escalofrío que te recorre desde la cabeza hasta los pies. Te miro, te siento,
me contagias.
Me acerco hasta tu
cuello para verte mejor, oler el pelo que tienes recogido y girar con mi
respiración por el laberinto de tus oídos.
Te beso en la mejilla.
Acaricio el costado de tus pechos, pero no alcanzo a rozar tus pezones que los
tienes apretados junto a la sábana, para que no se note su erección.
Mi sexo se ha vuelto
duro como una roca y flexible como un junco. Igual que tus pezones. Mientras
desfilan ante mí, imágenes felices de cómo compartirlo contigo.
....................
Modelo Lourdes Colobine // Foto Ignacio Adasme
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