Un refugiado y su escaso o nulo
equipaje, sin documentos, sin pasaporte, sin papeles, es algo sin nombre, sin
identificación, sin registro, sin clasificación, sin identidad.
Es menos que un náufrago, al que se
supone que lo buscan. Es menos que un indigente, al que se supone expuesto a la
caridad. Es menos que un convicto, al que se lo encierra y reprime. Es menos
que un asesino, al que se lo persigue. Es menos que satanás, el diablo o
belcebú, a quien se le teme.
Un refugiado no existe. Ni siquiera
se ocupa de él alguna ciencia, como la filosofía. No tiene entidad. Está fuera
de la lógica, según el sentido común de una sociedad. No tiene cultura, porque
no proviene de ninguna parte y no se sabe a dónde va.
Un refugiado es algo y no alguien.
Es una persona a la que nadie visualiza. Es un ser humano que ha perdido su
derecho a formar parte de la humanidad.
© César Manuel Sarmiento
Nota:
·
Las fotografías son de Robert Poulin. Fueron
tomadas del portal
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