Me gustaría que fueran 20 y mejor todavía que
fueran 30. Pero tampoco me quejo si son 15 y me apena pensar que son menos de
10. Dicen que Galileo Galilei explicó en cierta ocasión, que la verdadera edad
es la que tenemos por delante y no los años transcurridos desde el nacimiento. Esos ya los gastamos. En la historia o cualquier otra ciencia social, la edad no es más que una
cronología. Pero en la condición humana, la edad es un espacio atemporal de
recuperación del pasado y construcción del futuro.
Suponer la edad por lo que nos queda por vivir,
genera las tensiones de lo desconocido. Pero no tiene nostalgia ni melancolía.
No hay tristezas por lo que no se va a recuperar. Pensar la edad según la
probabilidad de futuro, solo es posible
en términos de quimera. Pueden llamarlos deseos también o esperanzas y si
prefieran, calzarse la edad como una utopía. Pensar la edad así, obliga precisamente
a pensar y luego cargarse de estrategias para apuntalar esas ideas que se van
juntando con los días.
En cada aniversario del nacimiento, siempre hay
una vocación de refundación. Y se venera la edad pasada como algo necesario
para pensarse, definirse, criticarse, recomponerse y desafiarse. Cada
aniversario lo vivimos como un nacimiento. En la cronología de las horas de ese
día, se acumulan propuestas, deseos y buenas intenciones. Se festeja la lluvia
de pensamientos generosos. Y al final, el cuerpo queda vestido con ese traje transparente llamado
ilusiones y la convicción de que algo bueno sucederá. Cada aniversario es un
acto de fe consigo mismo.
La edad del documento es otra cosa. Los años vividos
ya sé que no los tengo. No se han ido. Solo han pasado y cada uno de esos años
está en algún lugar de la memoria y se turnan generosos para llamarme de vez en
cuando y decirme que están ahí y tienen cosas que contarme. Porque los años
pasado siempre tienen cosas nuevas que contar.
Mientras pensamos que ya no tenemos más conclusiones, ellos saltan de
algún estante de la memoria, corren apresurados, se colocan frente a mí y me
muestran una leyenda: “Hay más”.
Muchas veces dudo al atenderlos, desconfío o más
bien me siento temeroso. Ya saben… Los recuerdos son esas armas de doble filo
con las que te puedes cortar si no eres precavido y los usas con cuidado.
Porque los recuerdos – en última instancia
- no son otra cosa más que un viaje al interior de uno mismo. Y no
siempre o cualquier día estamos preparado para hacerlo. Pero en los
aniversarios del nacimiento, uno siempre está más dispuesto a las osadías. Aceptar
el reto de la memoria, es una de ellas. Pero como toda osadía, la decisión
tiene esa carga de audacia, deseo, inconsciencia y cautela temerosa por lo que
pueda suceder. Todo bien mezclado para que las sensaciones no se puedan
diferenciar.
Cada aniversario de la apertura a la vida, los
años pasados querrán decir sus cosas. Es natural. Pero en el vocerío de hoy,
mientras los años dejan, sobre la mesa donde escribo, cientos de historias, solo
quiero decir algo: “Estoy feliz de
cumplir años”. Porque es importante saber cuál es mi sentencia, la que he
elegido para este día, entonces empezar así, el recorrido sobre esos años
pasados y las conclusiones que dejan sobre la mesa.
Estoy feliz de haber llegado hasta aquí, haber
hecho el recorrido que hice, de no haber renegado nunca de mis ideales, de
tener el entusiasmo intacto como el primer día y que las derrotas no me hayan
sumido en la melancolía.
Soy hombre de quimeras, pero no me gusta ni quiero
perderme en ellas. No soy persona que se deje llevar a las nubes por las
ilusiones. Mi decisión siempre es estar afirmado, bien sostenido en el suelo
que piso, a donde pertenezco, y preparado para dar el salto.
Hago esfuerzos por mantener intacta la confianza
en mi persona. Aunque no siempre lo logro. Solo eso. Trato de reconciliarme en
todo momento con mis pares. No me refiero a los que piensan igual que yo. Me
refiero a las personas con las que disiento, pero llevamos el mismo objetivo
como horizonte.
Imaginé y puse mi esfuerzo por construir un mundo
mejor del que tenemos. Pero no soy necio y puedo reconocer que, en el que
vivimos, tiene infinidad de progresos respecto del pasado. No creo en el
nihilismo que todo lo achata. Es falso que nuestro mundo es peor que el de hace
50 años o un siglo. Nuestro mundo hoy nos parece insuficiente y limitado, sencillamente
porque hemos crecido y no nos conformamos con lo conseguido. Pienso en el
conjunto de la vida como un hecho social. Pienso en el hombre en su constante
afán de superación. Cuatro imbéciles con ambiciones de poder (aun ejerciéndolo)
no son nada, comparado con el irrefrenable camino de la humanidad hacia un
mundo más simple, más generoso, más solidario, más sustentable y amigable con
la condición humana.
En todas esas luchas del progreso humano he
tratado de estar. También estuvo en muchas de las derrotas. Pero cualquiera que
sea el balance, quiero decir que me siento feliz de haber estado, de haber
participado.
Ahora, con algo de distancia sobre los
acontecimientos importantes de mi vida, solo pienso en una cosa. El sol mañana
aparecerá despacio en el horizonte del río y me hará la misma pregunta: ¿Cuáles son tus desafíos de hoy?
En nombre de los amores que tengo y para
corresponder al alma inquieta que llevo dentro, estoy obligado a responder: “HOY ESTARÉ UN POCO MÁS ALLÁ DE LAS
ESPERANZAS”.
Será así, mientras “Mi Entusiasmo” esté dispuesto
a ser de la partida.
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Foto: sarmiento.cms /el jinete imaginario