Cuántas caras tenemos a lo largo de nuestra vida o
de nuestro día. O mejor me pregunto, cuántas vidas tenemos a lo largo de
nuestro día que se muestran – aunque no nos demos cuenta – en nuestra cara. ¿Es
la cara un reflejo de algo que no vemos? O esta afirmación forma parte de esos
mitos sociales que vamos construyendo sin saber muy bien por qué. Una construcción hecha con el aporte imaginario
de cada cual. ¿Tenemos una única cara? ¿Podemos diseñar nuestra propia cara? O
solo debemos admitir o soportar la que nos va dando el momento, las
circunstancias o la vida.
Una de las primeras cosas que dice el diccionario,
es que es la parte anterior de la cabeza de algunos animales. Es decir,
nosotros entre ellos. Pero también dice que es la superficie, fachada o frente
de algo. Y en ese “algo” también podríamos estar nosotros. Porque el fin y al
cabo, aunque gastemos tiempo y dinero en ponernos cosas encima, lo que cuenta
es la cara con la que llevamos ese cuerpo vestido, que también se traduce como “nuestra
humanidad”. Entonces nuestra “fachada”
no es el aspecto de conjunto – aun con toda su envergadura – sino ese espacio
pequeño que tenemos en la cabeza.
A veces se me ocurre que la cara es como nuestro
diapasón. Es el lugar donde se concentran todas las notas musicales y sonidos.
Ese sitio en donde solo se manifiestan de vez en vez, en infinitas
combinaciones. Por eso no siempre tenemos la misma cara. No siempre somos el
mismo músico ni estamos en el mismo tema. Tampoco hacemos el mismo ruido.
Porque no duplicamos expresiones, solo las expresamos de forma diferente. Aunque
los fanáticos de la estadística usen nuestra cara estática y encorsetada para hacernos un documento de identidad.
Nuestra identidad está en la cara, es verdad. Y es
en sus rasgos generales donde se muestran algunos aspectos de la personalidad,
el estado de ánimo, la salud corporal y psíquica y el prontuario de las causas
justas o inútiles de nuestra vida. Pero todo eso no sale en una foto y menos en
las automáticas de los registros policiales y documentarios. Todo eso que está
cargado en la cara, solo aparece de vez en cuando y se modifica tantas veces,
como circunstancias se den en el devenir diario de cada uno.
Hay caras memorables, esas caras que en nuestra
memoria correspondan a otro, porque cuando nosotros tenemos momentos memorables
no perdemos el tiempo en observarnos ni estamos pendientes de saber cómo nos
queda. Muchas veces intuimos que en algún momento, nosotros también tenemos una
cara memorable como la que recordamos de otro.
A veces una foto nos revela la
incógnita sobre nosotros mismos en el momento memorable. Pero después de la
primera fracción de segundos en la observación, enseguida nos llega la memoria de lo vivido, del hecho
consumado. Y la memoria siempre es generosa con nosotros en el recuerdo de los
momentos memorables. Nos pone en primer plano aquello que sabe que nos hará
bien y nos incita a repetir (o sentir que repetimos) ese momento de cara
memorable.
Hay tantas caras en nuestro repertorio, como
emociones seamos capaces de tener. La cara es nuestro alcahuete que no nos deja
especular en los momentos precisos. Sustraer de nuestra cara todas las
expresiones de una emoción, no es un mérito nuestro. Solo es posible
esconderlos por desatención del que se supone que te mira. Porque a veces y con
más frecuencia de lo que suponemos, nos miran pero no nos ven. Así es como
zafamos de mostrar algo que no queremos mostrar. Pero esta aparente ventaja
general de ciertos momentos, se nos vuelve tristeza cuando reparamos que el
otro, con quien pretendemos comunicarnos, ni se ha enterado del segundo
decisivo que nos hubiera gustado que viera y así participar de esa emoción que
nos hubiera gustado compartir.
¡Tantas vueltas tiene una cara! La tuya, la mía,
la de los otros y la de los que nos pasan sin saber quiénes somos ni quiénes son.
Cada cara es un preludio de una historia, una escena, un momento de vida que se
podría contar pero no se cuenta. Solo es una expresión de los músculos de una
parte de la cabeza que – al mismo tiempo – son el promedio general de todo lo
que se está moviendo en el interior de esa persona. Esa cara que se manifiesta
en el instante es tanto lo que dice, que podríamos invertir horas en
escribirlo, contarlo o pensarlo.
Pero nunca hacemos eso. Para eso están los que
escriben, los artistas que pintan o esculpen, los fotógrafos, los que filman o
los que traducen caras a través de notas musicales. Lo que sí hacemos todos es
llevar una o varias caras de alguien en la memoria, según el grado de huella
que haya dejado en nuestra historia reciente o en nuestra vida.
Y aunque sea un poco más difuso representarla,
también guardamos algunas caras nuestras. Las que pudimos registrar en un
soporte visual o la que suponemos que
tuvimos en ese momento que no queremos olvidar. Así, de tal manera, cuando
recuperamos de nuestra memoria una de esas caras, no es la cara lo que
buscamos, es la emoción del momento y la secuencia previa que ha producido esa cara que queremos recordar y que guardamos
celosamente en la memoria.
Si es por escribir sobre las caras, entonces puedo
empezar hoy y no abandonar la tarea hasta el final de mis días. Por ahora solo
quiero decir, que nuestra cara es el único testigo fiel que puede contar cómo
estamos, que suponemos que pensamos y hacia dónde se supone que vamos. Todo en
una fracción de segundos. Porque en los minutos siguientes, tal vez ya estemos
en otro estado – no muy distinto al que estábamos – pero que el movimiento
emocional de nuestra vida ya ha modificado.
Imagen: sarmiento-cms / el jinete imaginario