Los afectos no se
abandonan. Lo que quieres nunca se abandona. Porque no es cierto que te
abandonan.
Es posible que
tengas un golpe brusco y no los encuentres donde solías. Es posible que se alejen,
que se disuelvan, que no se vean como en otros tiempos. Pero siempre estarán
ahí, contigo, en la memoria y por dónde vayas.
Cuando eso ocurra,
será complicado. Te confundirás. Pensarás que la vida está quebrada, el alma
deshilachada y el horizonte disuelto en tus propias manos. Verás quemado el
aliento. Verás el día pero no lo verás. Quedarás expuesto. Pero sabrás que la
soledad no es un estado de ánimo. La soledad es una actitud, una contingencia o
una elección. Eso depende de ti. El encuentro con uno mismo no siempre es
fácil. Es una clave que no todos se animan a seguir.
Pero el pensamiento
fluye aunque intentes frenarlo. La vida sigue el ritmo de tus latidos. Todo
será complicado. Te confundirás. Pensarás que tienes la vida herida, quebrada.
Pero no es cierto. Los afectos están ahí. La memoria del sentimiento te lo
recordará siempre. Y te obligará. A ser leal con la historia. A no devaluar lo
vivido. A enaltecer el amor. A quererte. Y llevar para siempre esos afectos
como bandera. Cada momento, cada camino, cada encuentro y todos los desencuentros
son tu libro personal. Ahí está tu identidad. Nunca la podrás cambiar. Solo puedes
escribir relatos nuevos, poemas nuevos. No hay otra opción.
Recoge tu historia,
abrázala y levántala. No la abandones. Será tu alimento. Porque todo cambia
menos lo vivido, lo aprendido, lo enseñado, lo recibido, lo entregado. Porque
todo cambia menos el amor que has tenido y que tienes en alguna parte de ti
mismo. A ese amor no lo abandones. Porque él no te abandonará nunca.
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© César Manuel Sarmiento
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