Este
momento es un instante detenido con varias versiones según las horas. El
instante es el mismo porque la afirmación, la circunstancia, la duda, la pregunta, la reflexión, la
incertidumbre y la debilidad y fortaleza es la misma siempre y simultánea. Estos
días, de humanos detenidos en el punto en que se encontraban unas semanas
atrás, son inesperados, extraños, inestables, inquietos y a veces, leventemente
alterados. Nada es sólido y sustantivo. La pregunta es superior a la respuesta
siempre.
Todo lo
que vemos es hacia adentro. El escenario es propicio para el engaño. Mientras
miro hacia allí, estoy leyendo hacia adentro. Porque aunque no lo diga ni me
advierta, mientras miro por la ventana estoy mirando el paisaje interior. Las
azaleas de afuera son complementarias de las de adentro. Las rosas en declive
por el otoño están recogidas hacia adentro. Las tipas del Parque Lezama no
tiene flores amarillas y las hojas son de un verde oscuro intenso. Los olmos
son casi negros y los eucaliptus son de un gris plata que seduce. Los árboles
de la calle y los otros árboles del parque tienen el amarillo ocre melancólico
del otoño, que también tengo dentro de mí. No es tristeza, es reflexión, duda,
incertidumbre y pensamiento.
La duda
siempre se presenta como un límite para la vida. No es cierto. Solo es el rigor
de nuevos nacimientos, cuando la palabra rigor no es condena ni sufrimiento,
sino antesala desafiante y creativa de lo que vendrá. En estos tiempos de
aislamiento forzado por la peste, la duda es la clave de nuestros días. Y el
miedo es un síntoma de la derrota. Pero ambos sentimientos nunca se diferencian
en el alfeizar de la ventana. Nunca hubo una distancia más larga, que la que
hay entre el centro de la habitación y el borde de la ventana.
He visto
las flores que crecen con entusiasmo. Unas están en esos diminutos árboles que forman esa variedad que
no sé cómo se llama. Otras son las begonias generosas, que dejan el mensaje de
que la vida está ahí, no se detiene. Pero en todos estos años, he perdido el
código de los pequeños detalles, lo próximo y lo que tengo encima como parte de
mí. Por eso me sorprenden las begonias como si las viera por primera vez.
Lo fugaz
y cotidiano ahora es el entorno dialogante. Los detalles están marcando su
presencia y exigen espacio como causa y razón de pensamiento. El horizonte por
estos días es más corto. No se sabe si es más importante pensar el entorno,
debatir el futuro o comer cada día. Todo lo que me viene a la cabeza es materia
discutible. Las ideas se han decantado por la democracia a ultranza. Puro
debate, alguna certeza y nuevas preguntas.
Ha
llovido intensamente en estos días. Mi abuela decía que el estallido de las
gotas sobre el piso, eran las gentes que corren apresuradas. Mientras más
fuerte es la lluvia, más rápida es la carrera.
Antes de anoche, mientras llovía con fuerza y la amarilla luz de la
farola de la calle hacía brillar esas gentes que corren, me preguntaba si huyen
de algo o van al encuentro de algo. Eso mi abuela no me lo dijo. Ella tenía el
talento de dejar abiertas las respuestas, para que pudiera completarlas con mis
percepciones.
En estos
días de aislamiento, el ego se ha vuelto vulnerable. También tenía que correr
apresurado, igual que las gotas de lluvia sobre el piso. Pero nunca supe si era
porque huía o porque buscaba. Las seguridades se han vuelto frágiles para
consigo mismo. Ese ego no tiene abalorios para reafirmarse. La jerarquía hoy,
aquí, es él mismo. Tanto en la ventana, como en el centro de la habitación. El
confinamiento le ha impuesto que todo lo que tiene que mostrar, es a sí mismo.
Y lo más tremendo, es que a veces tiene que demostrarlo. ¡Ya saben! No hay juez
más imparcial que uno mismo.
Hoy ha
salido el sol quizá para celebrar el 45 aniversario de la liberación de Saigón.
Vuelven las imágenes de gente que sale a la calle para celebrar al fin de la
guerra de Vietnam. Entonces pienso y asocio. Me han dicho que estamos en guerra
hoy contra un enemigo invisible, un virus. Pero recuerdo que aquellos
sobrevivientes de la pandemia de bombas y metrallas durante tantos años, jamás
vieron el rostro del enemigo. También era invisible. Porque enemigo no es solo
la mano ejecutora de la violencia, sino también - y sobre todo - quien la
piensa, la planifica, la perfecciona y la sostiene.
Este aislamiento
forzado por un virus, que solo se comprende por el supremo interés de la salud,
no es menos violento que cualquier otra guerra. Es distinta, es cierto. Porque
las bombas no suenan y golpean ahí afuera, sino adentro y nadie es capaz de
medir la intensidad y cuantificar los daños. Pero si hay daños, de qué
naturaleza son. No es lo mismo los escombros para reconstruir, que la
destrucción que deja nulo al pensamiento.
No es lo
mismo estar solo que con la comunidad. No es lo mismo estar cerca de la tribu y
compartir preocupaciones y festejos, que ser parte integral de ella. Estos
días, de distancia medida y prefijada, me imponen la pregunta sobre en qué
lugar me encuentro. Y la respuesta no es absoluta, aunque quisiera y me esmere
en buscarla. Me deja en situación de examinar dónde estaba y qué lugar quiero
ocupar mañana. La respuesta es otra pregunta que me pide definiciones sobre
cómo será ese mañana. Porque nunca somos todo lo que queremos, sino lo que
conquistemos en la circunstancia. Y el mañana solo se define por la expresión
expectante “será”.
Casi
todos desconocemos los detalles técnicos de cómo es el contacto virtual, pero
le damos credibilidad. Hemos concluido que es verdad. Establecimos una
convención, el contacto es creíble aunque jamás lo hayamos debatido ni lo
haremos. Por esa vía, llegan mensajes de inocente optimismo y predicciones de
oscuros sucesos. Hemos vuelto a centrar la atención en el oscuro poder, donde
la palabra oscuro es más importante que poder. Nos hemos dejado tentar y hemos
olvidado que no hay poder bueno o malo. Solo es poder.
El virus
planetario que nos aísla es invisible, pero los mensajes me dicen que es hijo
del oscuro poder. Cuando se lucha contra un enemigo invisible, no se pueden
establecer armas ni estrategias, solo se puede reclamar, gritar, denunciar e
intentar crear consensos o adeptos, según el fin último de cada cual. El pánico
es enemigo del pensamiento y las guerras, cualquiera sea, solo dejan una puerta
para combatirlas. Esa puerta se llama pensamiento.
La
historia de la humanidad es la historia de la lucha por el poder. Para
derribarlo, para apropiarse de él o para liberarse. Entonces pienso que no hay
ninguna genialidad en los mensajes de oscuros designios para el futuro. Ahí
está la poesía desde el origen del
hombre, para dar testimonio de esas luchas y esas quimeras liberadoras de los
hombres. Entonces pienso que el futuro no puede ser distinto. En su esencia,
los desafíos siguen teniendo las mismas preguntas, aunque quizá no tengan las
mismas respuestas. Pero hoy, aquí, junto a la ventana, siento la obligación de
preguntarme y darme respuestas. Estoy solo y de mí depende lo que vaya a decir
y aportar.
Lo bueno
de la noche es que es oscura sin ser vacío de luz. Parece que no hay nada,
porque solo hay detalles para la extrema percepción. La noche no tiene sol, a
veces tiene luna y a veces te tiene a ti. Cuánto ilumine esa noche, al final,
siempre está relacionado contigo.
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Imagen: ©sarmiento-cms/el jinete imaginario
Plaza Dorrego, (San Telmo, Buenos Aires)